Permítanme este último ejercicio de impudor. Hoy quiero hablar de Julio Barriga, el primer artista de verdad que conocí. En 1995 descubrí su nombre en el suplemento literario de un diario local ya extinto. Aparecía de editor del suplemento Eventual (yo aún no sabía que en ese título venía ilustrada la naturaleza de un pasajero entusiasmo, eventual, que en alguna extraña excepción lo movía a actuar) y su contenido era exquisito, irónico y casi revolucionario para una ciudad conservadora e hipócrita. Sólo duró 4 números (un mes) y movido por la curiosidad pregunté por él en un boliche pequeñísimo e infame (regentado por un trotskista aficionado al teatro) en el que se reunían especímenes de una fauna diversa y en peligro de extinción, a los que yo empezaba a tratar como viejos conocidos, siguiendo eso que decía Monterroso de que “los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista”. Me dijeron que el tal Barriga también asistía al Café-teatro trotskista, pero nunca lo había cruzado. Un día me lo mostraron. Era muy parecido a Edgar Allan Poe (“Edgar Allan me mira desde el espejo”) y cuando me le acerqué se incomodó de que lo tratara de usted. Lo empecé a frecuentar y, como para deshacerse de mí, me prestaba libros que me maravillaban o me dejaban confundido. Barriga ya había publicado sus dos primeros libros: El fuego está cortado (que se abre con una variación del “Make a mask” de Dylan Thomas: “hazme una máscara/ pues estoy solo y quiero sentirme más solo todavía”) y el brevísimo Aforismos desaforados.
Hijo de maestros rurales, los libros habían formado parte de su entorno desde niño y luego de armar y desmantelar dos familias se encajó en la máscara del oficio que había pospuesto con muchos trabajos (en Tarija, La Paz, Salta y Mendoza). Por entonces ya tenía lista una tercera obra, Versos perversos (en realidad tan extenso como tres libros) y era casi aterradoramente fresco (igual que la sombra de un rincón muy oscuro). Una especie de diario de su desasosiego (“soy solo yo que me mando/cartas urgentes a mí mismo”). No le interesaba publicarlo, y tuvimos que esperar diez años para que otros se enteraran de lo que nosotros ya sabíamos. Expresado en distintas variantes su estilo tendiente a narrar, entre barroco y oral-callejero, alienado por la cita errónea o descontextualizada, apelando sin ninguna distinción a la cultura “alta” y a los mass media. En esos poemas hablaba de su permanente angustia, de sus amigos, de su bicicleta, de ciudades que lo han marcado a fuego, de su barrio, de la soledad, de la constante presencia del alcohol. Gracias a esos poemas fue creciendo su fama casi secreta (junto a Humberto Quino y Juan Cristóbal Mac Lean los tres poetas-bolivianos-vivos que más me gustan). Pero además tenía este credo ético inclaudicable de “vivir como un poeta” (un afán de vivir lo terrenal intensamente y con desapego, con la violenta pasividad de Bartleby) que puede leerse cual soporte performativo de la obra escrita. Un tipo que se interesa principalmente por lo que acaba de pasar de moda (ahora, por ejemplo, los diskettes), de ser capaz de manifestar un escepticismo pesimista extremo (“estoy condenado a prolongar una existencia insulsa/ hasta el final de sus instantes repetidos”) y reírse desfachatadamente de todo, especialmente de sí mismo (“¿qué haría si fuera Dios?: renunciaría”). Un tipo que pedalea escapando del horror y que de lo más profundo de sus tinieblas personales obtiene chispazos de claridad (“soy el centauro de la soledad/ y soy los anteojos de la carretera, Ramón”).
Por esa ilusión de compartir un pasado que brinda la amistad en 2008 edité su libro Cuaderno de sombra, donde cambiaba de registro, tomando la voz de un amigo poeta que acababa de morir, Roberto Echazú. Lo que Bloom llamaría apofrades. En ese libro de luto riguroso, Barriga conversaba consigo mismo pero también con Roberto, con quien compartía el oficio, el alcohol y la afición por iluminar el lado oscuro de las cosas próximas. No sólo aprendí algunos rudimentos claves de la edición sino que también me puse en contacto con cierta manera de estar en el mundo: asumir tu propio destino. Barriga, como un monje licencioso, le ha dicho adiós ya a muchas cosas y ¡hola! a la muerte. Hace una semana lo vi y está igual, sigue viviendo según su propio código y a estas alturas no va a cambiar, por suerte.
hermoso homenaje fernando, buscaré a Barriga.
Saludos!
Spandeutsch (Anne):
wunderschöne Homenage, fernando, ich werde nach Barriga suchen.
Grüße!
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Barriga es un grande, Tilsa
si no loencuentras me avisas y te mando
saludos