A los trece años, más o menos, me crecieron las caderas. Las tetas seguían siendo de niña, pero las caderas se me iban ensanchando cada día más. Culpé a la genética, a las tías, a las indias, a las italianas, a las españolas, a las negras que eran parte de mi genealogía. ¿Por qué no hubo una angulosa anglosajona en mi árbol genealógico que amortiguara esta tendencia a las amplias caderas y a las tetas estrechas? Mi queja eterna se fue convirtiendo en un chiste familiar. Mi padre le comentó a la más ancha de sus hermanas que yo la culpaba de mis desgracias. Ella se rió, con una risa mucho más dilatada que sus caderas, y me llevó ante un tío abuelo para que me contara la historia de América. El viejito era cegato y mentiroso y me dijo que me levantara, que quería ver qué tan anchas eran mis caderas. Me miró con sus ojos encuadrados en pestañas canosas y dictaminó:
– ¡Bah! No son nada en comparación con las de América.
Su hermana mayor, América, se había encargado de la familia y de la casa tras la muerte de la madre. En sus amplias caderas cargaba a todos sus hermanos pequeños y así salía a recorrer el campo o seguía en los quehaceres domésticos. Era bella porque en aquellos días la amplitud era un regocijo para la mirada. Los hombres se deshacían en piropos cada vez que veían venir a aquella humanidad acaderada. América, amplia como los llanos venezolanos, cuidando a sus hermanos, madre anticipada, nunca se casó porque era tan bella que su belleza no encontró un pretendiente a su altura, sus caderas no encontraron un cuerpo que pudiera arroparlas. Ella y sus caderas envejecieron en la casa familiar, cuidando primero a los hermanos, luego al padre, finalmente a algunos gatos.
A los trece años aquella historia de sumisión, soledad y responsabilidad prematura me pareció tétrica. Las caderas de América, lejos de consolarme, me parecían un mal presagio. ¿Acaso la historia también se heredaba y yo, hermana mayor, tendría que encargarme de la casa y la familia y terminaría mis días en la más recóndita soledad? Pensé en una máquina para quebrar caderas, como esas que achican los cráneos. Pensé en todo tipo de deportes y liposucciones. Quise parecerme a las fotos de las revistas y no a las que estaban en los álbumes familiares. A pesar de todo eso, las caderas siguieron creciendo inexorablemente y los senos involucionaron, aún después de amamantar hijos. Heredé las caderas de América, sin lugar a dudas; no así su historia.
Buenisimo!
“Una vieja cancion dice: fuerte de caderas es mi puchunguita, fuerte de caderas, pero asi la quiero yo”
Las caderas anchas facilitan el parto en lo material, y son punto de atractivo para los hombres, en lo “espiritual”
Buen tema y excelentemente contado
Spandeutsch (Anne):
Ein altes Lied sagt: Mächtig sind die Hüften meiner puchunguita, mächtig ihre Hüften, aber so liebe ich sie”. Die breiten Hüften erleichtern “physisch” die Entbindung, und sind “spirituell” gesehen ein Anziehungspunkt für die Männer. Ein gutes Thema und exzellent erzählt.