Historia era la materia en la escuela en la que a nosotros (los que ahora estamos alrededor de los 30 años) nos inoculaban la culpa. La culpa de generaciones anteriores, la culpa heredada. Pero también la nueva conciencia de nosotros mismos. “La Alemania de Hitler era mala, no hay duda en ello. ¿Y ahora? ¡Ahora somos los buenos!”. Nosotros separamos la basura, viajamos en transporte público en lugar de ir en coche, nuestras heladeras están libres de gases refrigerantes dañinos. Nosotros fomentamos la unión dentro de Europa, nos dedicamos a la ayuda del desarrollo en el Tercer Mundo. ¿No somos buenos?
Pero, no hablemos sólo mal de Alemania. Desde el Cono Sur la observamos incluso mejor. Uno aprende a valorar que la vida allá es más cómoda, porque es calculable. El bus llega a un horario determinado. En las oficinas públicas uno recibe hoy la misma información que un día después. El que vuelve en bicicleta a su casa a las cuatro de la mañana, lo más probable es que llegue sano y salvo. Las estadísticas de pobreza, corrupción, mortalidad infantil nos hablan de la felicidad de toda una nación. Vista desde lejos, Alemania se presenta como un pequeño paraíso.
Pero sólo el que se mantiene lo suficientemente lejos de Niederorla, en la provincia de Turingia (centro geográfico de Alemania, según las medidas de la Asociación de Geógrafos Escolares), descubre rápidamente que la imagen de “nosotros somos los buenos” es sobre todo nuestra propia manera de vernos, nuestra autocontemplación. En primer lugar porque Alemania es un lugar paradisíaco, al que tienen acceso unos pocos elegidos. En segundo, porque somos expertos en hacer las cosas bien (la actuación del ejercito alemán en Afganistán, deportaciones y otras cositas por el estilo). Para terminar, porque a nivel internacional ese “nosotros somos los buenos” es substituido a menudo por un “a nosotros nos debe bien”, lo más importante es que funcione la economía.
Eso se podía observar por ejemplo durante la última dictadura militar argentina (1976-83). Por aquella época yo iba a la escuela primaria. Recuerdo que lloré frente al televisor cuando Helmut Schmidt perdió las elecciones contra Helmut Kohl (ese no me gustaba). No sabía donde estaba la Argentina y mucho menos que allí, el mismo estado, mandaba a torturar y a matar estratégicamente miles de personas. Tampoco tenía ni idea de que el gobierno de Schmidt le vendía armas a la Junta Militar argentina (incluso los Estados Unidos dejaron de hacerlo, debido a las violaciones a los derechos humanos). Alemania no quiso enturbiar las relaciones con la Junta, mientras otros países se preocupaban por la suerte que corrían sus propios ciudadanos en los centros de tortura. Mucho peor: Los familiares de desaparecidos que se pusieron en contacto con la embajada alemana en Buenos Aires, eran atendidos por un tal comandante “Peirano”, que la misma embajada avalaba (un soplón de los militares). El caso más insólito es quizás el de Elisabeth Käsemann, una estudiante alemana, que ayudaba a perseguidos políticos a conseguir papeles falsos para que pudieran abandonar el país. Fue retenida durante semanas en un centro de tortura, luego asesinada. Una amiga británica, que fue torturada en el mismo centro, recuperó a los pocos días su libertad gracias a las gestiones diplomáticas de su país y alarmó a los padres de Käsemann. El gobierno en Bonn ni si quiera llamó al embajador argentino. “Un Mercedes Benz vendido vale sin duda más que una vida” les recriminó el padre de Elísabeth a los diplomáticos alemanes. Al cuerpo de su hija le faltaban los ojos y el cabello.
Se permiten dudas de la imagen alemana de “somos los buenos” no solamente cuando miramos hacia el pasado. Es suficiente hojear los diarios actuales. En la Argentina el caso de corrupción en Siemens obtiene titulares. En Colombia hay personas expulsadas con violencia de sus tierras, para poder explotar el carbón que compra Alemania por toneladas. Alemania es, después de Estados Unidos y Rusia, el tercer exportador de armas, también Latinoamérica es un buen cliente. Submarinos Alemanes fueron vendidos a Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela.
Parece ser que los alemanes tenemos que viajar aún más en transporte público y separar cantidades industriales de basura, para ser “los buenos” de verdad.
Traducción: Rery Maldonado Galarza
Ich bin ganz deiner Meinung, Karen. Die Lateinamerikaner müssen auch endlich lernen, dass die Guten nicht immer die Besten sind. Wovon spreche ich überhaupt? Von den ganzen fremden Entwicklungszusammenarbeiten, Entwicklungshilfen und Entwicklungsexperten die in die Entwicklungsländer entsendet werden, da wo sie schönes Wetter, exotische Landschaften und europäische Gehälter geniessen dürfen. Nach zwei, drei oder fünf Jahren Entwicklungsprojekten, kehren die Experten wieder zurück, egal ob erfolgreiche oder gescheiterte Ergebnisse erzielt wurden. Was ist mit unseren endogenen Experten? Was ist mit unserer Überlebensfantasie? Die funktioniert immer noch, ohne fremde Experten! Ein bisschen Stolz und Selbstbewusstsein muss auch sein!
Me encantó tu post! Muy irónico y terrible. Me imagino a esa muchacha alemana torturada, a sus padres … sin recibir ayuda de nadie, pero eso sí: la basura reciclada y el autobús a tiempo!
Hola chicas, gracias por sus comentarios! Me alegro que el post les haya parecido interesante! — Danke für Eure Kommentare und viele Grüße aus Buenos Aires!