De vicioso y adicto no me bajan últimamente. Y es que debo confesar que el bichito del poker se ha incrustado en mis huesos como el reumatismo lo hizo en los cansinos cuerpos de todos mis antepasados. Noche a noche me desconecto del mundo para entregarme a la dictadura de las cartas en alguno de los locales en La Paz que ofrecen torneos de texas hold’em. Mi esposa asegura que ya soy un caso perdido y que un día de estos terminaré apostándola a ella en la mesa de juego (tal idea, debo decir, no me desagrada en algunas ocasiones).
Me seduce el aurea clandestina que emana de este juego y los seres que la habitan. Después de todo, a diferencia de otros países de la región, en Bolivia el poker es visto con mucho recelo, debido a la poca tradición en los juegos de cartas y la mala fama de los dueños de los casinos reforzada por las películas de Hollywood. Decir que uno es cultor de esta actividad es como presentarse como artista de rock ante el padre de tu novia.
Con todo, el poker está ingresando a Bolivia con fuerza en los últimos meses. Ayuda a este fenómeno los espacios destinados en los canales de cable internacionales a competencias que se desarrollan en Estados Unidos y en Europa. Y las páginas especializadas gratuitas que se encuentran en la red internet. Yo lo practico hace un año, lo que me convierte en un simple amateur que está pagando su derecho de piso. Ser considerado un profesional requiere de años de práctica. Y una vez en ese Olimpo, el resto es una pipoca.
Me fascina, ante todo, como en una mesa de poker se resume una sociedad; en este caso, la boliviana. Allí está Sergio, el exitoso empresario que ostenta sus cadenas de oro y una billetera saludable y que se toma su tiempo para elaborar estrategias de juego que lo lleven a la cima. A su lado, Carlos, el dirigente estudiantil de tendencia trotskista que periódicamente organiza marchas en contra del capitalismo y que no teme pagar cualquier apuesta, aunque esto lo lleve a abandonar la mesa del torneo de forma rápida y violenta. A mi derecha se sienta Manuel, el político en ciernes que no deja pasar ninguna ocasión para blefear (mentir) sus juegos, por más malos que estos sean. Y casi siempre, hay que decir, sale victorioso. A su lado, Roxana, la viuda cincuentona que no encuentra mejor forma de gastar la pensión de su difunto que reiceando (apostando) cada vez que tiene un buen par de cartas en la mano. A ella, sin embargo, no le interesa ganar; tiene una urgencia mayor, matar su soledad. Y, claro, allí estoy yo, el que cuenta sus historias a través de notas periodísticas y que sueña con algún día salir de la pobreza ganado un torneo de poker en Las Vegas.
Pero las diferencias que acabo de mencionar se quedan afuera de las puertas del local. Aquí, en la mesa del torneo, los 10 jugadores están despojados de cualquier ventaja o desventaja social. No hay diferencias que valgan. Todos ingresamos con la misma cantidad de fichas y las mismas posibilidades de salir victoriosos o de salir derrotados. ¿Acaso no sería lindo que la vida sea así de sencilla? Lamentablemente no es así.
Pese a lo que se cree, el poker es un juego de estrategias; la suerte y el azar en las mesas de juego son demasiado pasajeros y escurridizos. Y como todo en la vida, aquí hay que pensar para ganar, dominar la mente de tu oponente para derrotarlo. En definitiva, no interesa mucho las cartas que tenga tu oponente, sino las que tú le hagas creer a él que tienes en tus manos.
Y, bueno, tanto hablar de poker ya me encendió al bichito. Los dejo, porque tengo una cita con un par de reinas (Q, Q).
El juego de poker se parece demasiado a la vida o la vida se parece demasiado al poker…
Lo que se hace creer al oponente, pero también la suerte -o sea el azar- y la intuición -o sea la voluntad imponiéndose al misterio…-; también importa saber si se tiene razón o no al adivinar sobre las cartas de tu oponente… Al final, perder o ganar, el buen jugador lo que disfruta al ganar es el pensar en su próximo juego… Un país que se entrega al poker puede ser un país que ensaya una dinámica nacional azarosa… Una dinámica nacional que prefiere apostar, para así abandonarla mientras se aferra a ella al mismo tiempo.
SpanDeutsch (Barbara):
Das Pokerspiel ist dem Leben zu ähnlich oder das Leben ist dem Pokerspiel zu ähnlich …
Das, was man den Gegner glauben lässt, aber auch das Glück – oder der Zufall – und die Intuition – oder die Bereitschaft, sich dem Mysterium anzuvertrauen…-; es ist auch wichtig zu wissen, ob man Recht hat beim Erraten der Karten des Gegners… Schlussendlich, egal ob verlieren oder gewinnen, der guten Spieler genießt am gewinnen, den Gedanken ans nächste Spiel…Ein Land, das sich dem Poker hingibt, könnte ein Land sein, das eine unheimliche, nationale Dynamik erprobt….Eine nationale Dynamik, die es vorzieht zu wetten, ob man wieder mit ihr aufhört, während man sich gleichzeitig in ihr verankert.
Tendría que ser un país que se juegue a ganador. Está visto en la mesa de poker que aquellos pusilánimes —como aún lo soy yo, lamentablemente—, que temen apostar y arriesgarse, que sólo se compran las fichas necesarias para participar, que temen incrementar sus apuestas, siempre terminan mordiendo el polvo. Tendría que ser un país, en definitiva, que no se entregue a los designios del siempre escurridizo azar, sino que construya su destino victorioso a pesar de contar con cartas mediocres.
SpanDeutsch (Barbara):
Es müsste ein Land sein, dass wie ein Gewinner spielt. Am Tisch wird es wie jene Zaghaften angesehen – so wie ich es bin, leider – die Angst haben zu setzen und Risiken einzugehen, die nur die notwendigsten Chips kaufen, um mitspielen zu können, die Angst haben ihren Einsatz zu erhöhen und immer ins Grass beißen. Es müsste definitiv ein Land sein, dass sich nicht den Absichten des immer schlüpfrigen Zufalls ergibt, sondern dass trotz der mittelmäßigen Karten sein zum Erfolg führendes Schicksal aufbaut.