Practico un activismo solitario: me reúno con otros para hacer libros. Movidos por la inocente perversión de considerar al libro un objeto casi mágico, yo y algunos otros nos juntamos casi por azar y empezamos a devolverle a la industria cultural un poco de las envenenadas supersticiones que nos había inoculado desde niños. Gente con distintas posiciones estéticas, con diferentes gustos y lecturas, todos sincronizados en una militancia literaria inclaudicable. Un mini ejército dispuesto a jugársela entera sin esperar demasiado. Todo por un objeto de papel.
Es que esa cosa aparentemente insignificante que es un libro tiene para mí (y para esa tropa medio alucinada) mucho sentido. Soy de los que creen que toda experiencia puede ser previamente aprehendida a través de un libro: desde armar una bomba hasta los insondables misterios del amor, pasando por la pesca o hallar lugares en mí que no sabía que existían. Me he servido de los libros para todo tipo de menesteres, incluso hasta para quebrar la ley (claro que también he robado libros, qué pregunta). Es inmensurable la influencia que puede tener una lectura en la vida de alguien: yo conocí el lado rebelde de la política a través de los fanzines underground que leía en mi adolescencia en los 90s (¡en el siglo pasado!). Para mí esa época de intercambios y descubrimientos es el pre internet, la web unplugged. Desde entonces empecé a sospechar de lo que se asume por normal o natural, desde entonces siento que todo tiene otro sentido. Cuando la experiencia cobra sentido todo parece coherente.
En un país en el que aún existe un altísimo nivel de analfabetismo (habrá que esperar cómo avanza el proceso de alfabetización actual), un campo intelectual que no tiene una sólida tradición y libros con precios inaccesibles para la mayoría de la población, a mi me inspiraron las labores de tres personas: Franco (un anarquista viajero incansable que pirateaba obras clásicas y de vanguardia en una ciudad sin librerías), Marcelo (un sujeto que a los golpes había aprendido que además de “lo bello” tenía que vérselas con algo tan prosaico como el mercado) y Alison (una doctora en antropología con un exquisito gusto freak que publicaba su propia obra, de las más importantes de mi país, y la de otros condenados a la marginalidad por su puño y letra). Mirando de cerca cómo estos tres surfeaban entre la adversidad, me lancé a recorrer mi propio camino en el mundo editorial. Un mundo en el que los autores se lamentan de la poca atención y privilegios que reciben de parte del editor y de la escasez de buenos lectores y de críticos lúcidos, un mundo en el que los editores se quejan de los descuidos ortográficos de los diseñadores y de la implacable lógica de economía de escala de los imprenteros, un mundo en el que los imprenteros reclaman por las argucias despiadadas de los proveedores de papel, etc. En vez de continuar con el círculo de quejas nosotros hemos preferido asumir nuestra contingencia con esperanza y gratitud.
Desde mayo de 2008 me he juntado con otros para dotar de un poco de generosidad a nuestros narcisismos y producir libros (un libro de poesía, tres libros de cuentos y una antología hispanoamericana) y mantener un blog para intentar racionalizar el proceso. Queremos crear un catálogo impecable y representativo: todos adoramos el fetiche de “lo nuevo”. A veces es muy difícil y sentimos que todo está perdido. Pero luego recordamos que estamos viviendo nuestro destino. Si sería fácil no tendría chiste.
Aplico la regla número uno del oportunismo. Estoy en La Paz y buscando posibilidades de publicar mi narrativa breve. Aplica?