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Campos nació en San Félix, un pueblo lejano y caluroso al sur de Venezuela, y nunca se sintió mal por ello; pese a los pronósticos, sobrevivió. Escudado en el título de comunicador social, trabajó como periodista deportivo y también fundó un par de revistas culturales, entre ellas la popular plátanoverde. En sus ratos libres se le ve modelando en cuñas comerciales y publicando cuentos, crónicas y relatos eróticos. También mantiene un blog con miles de visitas al mes: mijaragual. Asegura que todavía es virgen.
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Cambié tres veces: con mi primera separación, luego de la muerte de mi madre y en el momento en el que mi hija salía del cuerpo de una mujer valiente. El cambio para mí es sinónimo de renacimiento. He vivido en 27 lugares distintos, repartidos en dos ciudades: Puerto Ordaz y Caracas, espacios que me han ayudado a convertirme en un hombre sensible, pero también violento. Mi obra, escasa pero prometedora, se divide en un par de temas: el amor y el sexo. Van juntos, la mayoría de las veces, pero hay críticos y lectores que piensan que hablar de las manitos de mi hija es ser un poco cursi, y que escribir sobre el tamaño de un pene que entra y sale de una vagina húmeda es rozar la pornografía, como si el miedo a perder la vida en una noche por el placer de dos almas desnudas y sin carne no diera lugar a nuevas vidas. Creo en la palabra y apoyo cualquier iniciativa que me invite a hablar de mí. Me gusta el periodismo, pero más las autobiografías. Las mías, sobre todo.
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A los tres años ya me destacaba jugando al fútbol y a los cinco me convertí en el único blanquito capaz de invitar a cualquier mulata de mi pueblo a bailar calipso. No era el rey del ritmo, pero tampoco lo hacía tan mal. En mi adolescencia fui amenazado por el novio de una de esas mulatas, alguien a quien por alguna razón que no quise averiguar le llamaban “El cuervo”. Él tenía muchos hermanos y, según se decía, una pistola. Yo tenía la conciencia sucia, así que en medio del desespero tomé un bus y llegué a Caracas, la única ciudad del mundo que ostenta orgullosa un margen de error demográfico del 100%: nadie sabe si en ella viven 4 millones de personas, o si son 8. Con tamañas certezas, decidí estudiar la carrera más fácil: Comunicación Social. Leí algunos poemas y trabajé en teatro como actor, en cine como asistente de dirección y en televisión como periodista deportivo. También fundé dos revistas culturales por compasión a mis amigos: plátanoverde y 2021 Pura Ficción. Con ellas obtuve algo de fama, pero poco prestigio, y desde entonces no hago mucho. Me dedico a criar a mi hija, modelar en la TV y, en mis ratos libres, viajo, publico libros y crónicas periodísticas.