Hace cinco meses dejé de fumar definitivamente. Libre, tampoco había fumado mucho los años anteriores. Aquí y allá un cigarrillo en el sótano o en un banco solitario a la orilla del mar. En algún momento pero, empezó a parecerme tonto. Un banco a la orilla del mar también es bonito sin puchos, pensé y ¡también un sótano permanece sin ellos inconsolable!
Mi vida desde entonces ha cambiado substancialmente. Me levanto temprano, a las seis de la mañana. Me pongo mi buso deportivo metalizado, ando en bicicleta los veinte kilómetros que me separan del balneario. Siempre soy el primero. Totalmente solo, una cuña en medio de la piscina azul profundo. Dos horas más tarde, después de diez kilómetros chapoteando, salgo como un recién nacido del útero materno, pero a diferencia de un neonato no me ducho con agua tibia, sino con agua helada. Luego hago el camino de vuelta a casa como una maratón. La bicicleta la recogeré mañana cuando haga lo mismo a la inversa.
Cuando llego a casa vuelvo a ducharme, después de comer dos kilos de musli con frutos secos. A las cuatro de la tarde doy un paseo relajado por el campo. Después dedico mucho tiempo y cariño a la preparación de una ensalada vegetariana de carne. Para comer, llegan amigos de la iglesia comunitaria. Bebemos cerveza de trigo sin alcohol con isotopos y vitaminas y charlamos bien, con intensidad. Hablamos de humanidad y la crisis permanente de los socialdemócratas. A las nueve les pido a los amigos que me dejen solo. Después de embadurnarme de pies a cabeza con una crema grasienta, me meto en la cama, donde leo todavía dos capítulos de las memorias de Günther Jauch -político alemán representante de los movimientos sociales en la extinta RDA-. A las 22:30 apago la luz.
Así finiquito mi biografía y no puedo decir que sea algo que vaya a hacerme daño. Ahora también formo parte de una red de periódicos que visita a los niños en la escuela y los previene de los peligros de fumar. He recibido una libreta de la Asociación de Anti fumadores Alemana con folios para el reproyector en los que pueden verse piernas podridas, laringes cercenadas, pulmones blancos y negros. Me irritan los comentarios que lanzan los chicos de vez en cuando „que asco“ los pulmones blancos son por lo menos tan asquerosos como los negros. Intento no escucharlos.
Lo que no puedo dejar de escuchar (a pesar de que lo haría con gusto) es la voz de los amigos de antes. Me he vuelto„aburrido“, dicen, cuando tienen que „por un cigarrillo“ -como dicen ellos- que quedarse en la puerta. Me falta la capacidad para tener la mirada „en suspenso“ de los observadores y también la facultad de „unir“ cosas que de ninguna manera se pertenecen. Entiendo a esas personas tan poco, como me entiendo a mi mismo por pedirles que entren. Cierro la puerta y me dirijo a la sala donde sobre una estera, entreno mi Powerhous.
Aveces cuando me duermo en el intento, tengo sueños salvajes –uno que se repite constantemente trata de un país que existió hace muchos años, en el que hombres y mujeres estaban sentados en bares repletos de humo con cervezas, shots de vodka y otros espirituosos, entregándose lentamente a la tarea de auto destruirse. Noches tibias de verano en las que chicas y chicos bulliciosos recorren las calles estrechas, con botellas verdes en una mano y un cigarrillo en la otra. „chelas y puchos en cada mano, sólo por eso amo este país“, grita alguien en ese mundo de sueño, hasta que lo escucho. Lo miro a la cara y – me reconozco.
Despierto entonces bañado en sudor. Mi primer pensamiento es: espero no haber hablado muy alto. En una ocasión llego a venir la vecina del piso de abajo hasta mi puerta, una maestra, que cría sola a sus dos hijos: „solo era un sueño“, dije frente a su cara roja de ira. Por su puesto que tengo derecho a soñar lo que quiera, me dice, intentando contenerse. Pero por el bien de sus hijos tiene que poner mucha atención a que a su alrededor no se incite a la guerra o „cosas por el estilo“. Me disculpo y la invito a tomarse una cerveza de trigo sin alcohol con isotopos y vitaminas. La rechaza.
Dado que llevo varios meses sin pedir a gritos cigarrillos en mis sueños, mi vecina sigue mi evolución bondadosamente. A veces nos encontramos por la mañana en el balneario. Entonces partimos la piscina con dos cuñas equidistantes. Una vez, en el viaje a casa en bicicleta, le conté mi chiste de fumadores favorito: „en medio de la guerra se encuentra un fumador en la trinchera y fuma un cigarrillo -completamente visible para el enemigo-. Otro soldado lo previene: „no hagas eso, es peligroso“. El fumador sonríe y dice: „no te preocupes, no aspiro“. No fue capaz de reírse, pero en general nos entendemos muy bien.
Traducción: Rery Maldonado
Interesante post… Le falta un mejor final al chiste del fumador, pero muestra bastante la situación de muchos países del llamado primer mundo en el año 20…10. (Me lo han dicho otros “que no aspiran” y que viven por allá.)