Cuerpos digitales II: Swinger Club (+18)

Las pantallas acercan a la gente, que no conforme con ese seductor resplandor, empieza a salir a la calle a buscar aquellos placeres que el vouyerismo o el exhibicionismo no pueden regalar. Ya sea desde una tribuna de doctrina psicoanalítica, o desde un brazo masturbatorio cubierto por las mangas de una sotana, la normalidad nos persigue y nos disciplina. ¿Cuáles son los parámetros de normalidad que el poder pretende de nosotros en una época en la que sobreexponemos nuestra intimidad en esta vidriera que pareciera abarcar todo el globo, todas las culturas, todas las morales?

Salimos a la calle concientes de estos dilemas, firmes en la contradicción de saber que no se puede poseer algo que aún no existe, sintiéndonos culpables de nuestra propia opresión, culpables de necesitar reglas para desplazarnos entre otros cuerpos. Envalentonados por el morbo compartido y las horas de vigilia, hablando y hablando a través de emoticones, de palabras prefabricadas e imágenes imposibles y exageradas. Nosotros que no éramos más que dos en busca de reactivar nuestros inoperantes genitales, nos lanzamos a la calle a buscar nuestros olores por primera vez, los colores que la realidad conserva para sí.

Para entrar a ese Swinger Club, había que cumplir con cierta etiqueta, pero más que nada con normas de convivencia pensadas para hacer más relajante el sexo grupal. La asepsia debía cubrir de neutralidad todas las cosas, los objetos y hasta las mentes. Vos estabas radiante y un poco asustada, enfundada en un vestido que dibujaba cada milímetro de tu cuerpo. Las texturas que vestías eran tan suaves como tu propia piel y el propio devenir de la noche nos fue deslizando hasta un cuarto oscuro, dominado por una cama gigante forrada en plástico. Se sumó a nuestro lado una pareja que clavaba la vista en tus puntiagudas tetas, brillosas ya por mi saliva.

Comprometida con el juego, te fuiste acercando hacia esos dos cuerpos para señalarles con gestos, que yo sólo estaba allí para verte actuar, que mi presencia era estrictamente profesional, que estaba escribiendo una nota para Los Superdemokráticos acerca del cuerpo…de los cuerpos que entran y salen de nuestros ordenadores; esos cuerpos que se fueron sumando mientras tu ropa desaparecía.

Eras la única completamente desnuda, eras una mancha de carne entre las ropas revueltas del montón, y yo te miraba tratando de separar tus simulaciones de tu auténtico placer. Saltabas como una boca gigante entre los géneros, y todos los participantes empezaban a conectarse con tus tenues gemidos, con tu respiración. Ya rebalsaban la cama y las manos de hombres y mujeres sobre vos, cuando decidiste invitar a un muchacho que esperaba en los márgenes. Encorvando la espalda y sacando culo, lo tentaste de un modo tan contundente que en pocos segundos él se desnudó y empezó a abrirse paso adentro tuyo. Sujetándote con dulzura de tu diminuta cintura y con su mirada clavada en tus nalgas abiertas, fue arrastrando mi morbo hasta el colapso. Con un premeditado movimiento, sacaste tu cabeza de entre las piernas de una morocha y apoyaste tu espalda en el pecho del muchacho que seguía adentro tuyo. Al sentir tu calor, tus grados de fiebre, te agarró de las tetas y te regaló una ráfaga de besos húmedos y palabras sucias…

Vos le agradeciste

con un gemido

que desató

un masivo

suspiro colectivo…

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