En 2007 el artista italiano Francesco Jodice presentó en la Bienal de Sao Paulo su visión de las megalópolis, con declaraciones de Citytellers. Él habló con pilotos de helicóptero que deben maniobrar en los corredores de aire de la misma ciudad, porque la construcción ilegal no se refiere a las favelas, sino a las innumerables pistas de aterrizaje, así como a los edificios, que a menudo se elevan al cielo más altos de lo que es permitido y sin embargo -con frecuencia gracias a sobornos- han recibido el permiso de las autoridades.
Los catadores cuentan sobre sus carretas, en la búsqueda de material de reciclaje en los mejores barrios, como se han puesto ellos mismos como animales de carga, delante de sus vehículos y como han convertido a su permiso de conducir en una reliquia de la actualidad. Ah si, el hombre con la carreta, que no se deja ver en las calles alemanas. ¿Tendríamos que darle permiso de circulación? En Sao Paulo consigue a lo sumo apilar las planchas de zink que recoge de las calles.
Uno ve como los policías mal pagados cambian el uniforme estatal por el atuendo de las empresas privadas de seguridad, en casos urgentes rematando la vestimenta con el arma de servicio, ya no por encargo del Estado, pero que uno ya no podrá reconocer en las balas que llevan los muertos en el cuerpo. Uno conoce el miedo de los Pixadores (grafiteros), que son perseguidos por gente como él, mientras los paulistas mejor colocados que no sólo se atrincheran detrás de muros muy altos, sino que arman y blindan sus autos. El miedo es un buen empleador.
En 1970 el uno por ciento de la población de San Paulo vivía en favelas, ahora son más del veinte por ciento, con un porcentaje equivalente de viviendas disponibles que, sin problema, podrían cobijar a muchos sin techo. Pero el uso provisional se ve de otra manera. Después del cierre de varios bingos y casas de juego por el robo a los clientes. Veo desde mi ventana en el noveno piso una edificio plano al frente, que desde hace meses está a la venta, en el que sobre todo los fines de semana, sobre una mesa verde, un para de manos femeninas reparten cartas hasta tempranas horas de la madrugada.
El repartir iguala un juego de azar, uno recibe cartas cubiertas y puede venderle una moto con estilo a los otros jugadores, para mejorar las posibilidades de ganancia. Métodos de intimidación y un as en la manga. Aprender a leer las señales y los gestos de los naipes de los estafadores, para que uno no termine parado como el buey de la montaña o como la vaca delante de los Pixaçao (garabatos).
Fue Vilém Flusser, un exiliado y paulista por elección, el que observó la fuga de las cosas en la información que se da de ellas y así carácteriza el caracter espectral del medio ambiente, convertido en interminable y Walter Benjamin el que exigía que se aprenda a leer lo que aun no se ha escrito. Son los Pixadores de Sao Paulo los que convierten las cosas en información.
Es cierto que las cicatrices arquitectónicas se ven de otra manera, pero no se trata de eso, de todas formas son heridas.