Lo siento chicos, lo siento chicas, mientras se pueda escribir un poquito sobre fútbol. Desde el Mundial de Fútbol de 2006, que tuvo lugar en Alemania y que hizo propaganda con el slogan “como invitado con los amigos”, uno ya no se asombra de que la bandera alemana sea puesta en exposición pública. Lo que en 2006 todavía sorprendía sea convertido en 2010 en normalidad. La decoración nacional por todas partes sirve para que yo piense todos los días en Alemania en mi rol como alemana (pasaporte). Tengo que pensar en eso y siempre me resulta un poco incómodo. Cuán alemana era cuando me mudé a mi primer departamento cuando trabajaba como Aupair en Francia, cuando vi mi primer eclipse total de sol en Londres, cuando viví en Hungría mi primera anestesia total o cuando por primera vez me bañe en Bolivia en un río transparente?
Cuando fui a la escuela y mientras era estudiante en los 80s y 90s podía contar las banderas que había visto con los dedos de una mano. No habían. En el diccionario había una entrada “Bandera”, junto a todas las banderas del mundo, pero a ella nadie la sacaba de su caja. Ella era un símbolo abstracto. Algunas veces colgada de edificios públicos, a media asta por luto con rango internacional o en el mástil de los contextos europeos. Cuando mi familia hacía vacaciones en Dinamarca, la bandera danesa ondeaba delante de todas las casas de madera. Yo pensaba: Nuestra bandera es fea, la danesa es mucho más bonita. ¿Soy danesa?
Y ahora: Autos, ventanas, balcones, jardines, vuvuzelas, incluso partes del cuerpo (brazos, piernas, mejillas) llevan la bandera. Hace poco vi como una mujer gorda, enfundada en un vestido de tigre, le tatuaba una bandera en la calva de solarium a su marido. Una calva en negro-rojo-dorado… Estoy confundida: ¿De dónde viene este nuevo amor por la bandera de los alemanes? ¿Cuándo ha desaparecido el peso (“No puedo sentirme orgullosa de mi país, después de todo lo sucedido”, los seis millones de argumentos, sobre los que habla Jo Schneider en su ensayo. La responsabilidad histórica que algunos, como alemanes, llevan a cuestas)? Porqué incluso yo me pinto una bandera en el brazo? ¿Nos hemos vuelto todos olvidadizos con la historia?
La nueva cultura hincha alemana tiene quizá que ver con esta alegría colectiva, porque es verano, porque estamos en la calle gritando juntos, porque es divertido identificarse con algo, no tanto con un sentimiento nacional como con un Sportmanschip y hombres guapos (Yes, Ladies!) Por que la selección nacional se ha convertido en una selección internacional, con jugadores como Mensut Özil, Boateng y Piotr Trochowski que son hijos de migrantes, que son jóvenes, que juegan con otras reglas, que no son jerárquicos, que de alguna manera no parecen alemanes (si beber cerveza, el pesimismo y el autoritarismo son lo “alemán”). Porque ahora juegan como los daneses -escriben al menos los diarios.
De todas maneras nunca podré dejar de catalogar la marea de banderas como algo peligroso. Los símbolos nacionales llevan esa ambivalencia consigo, esa amenaza, de la que también habla Gabriel Calderón: “La historia/Siempre pronta a reaparecer en cualquier momento/A caer con toda su furia en el presente.” Lastimosamente se mezclan Neonazis en la masa de fans de futbol.
Más ambivalente es todavía el himno nacional alemán, que últimamente también es cantado claramente en público. La melodía proviene de la pluma del compositor austriaco Joseph Haydn. Lo compuso en Viena como base para el himno al emperador de los habsburger, basado a su vez en una canción popular croata. El texto lo escribió el escritor alemán Dichter Heinrich von Fallersleben en 1841 como “Canción alemana” en la entonces isla británica de Helgoland. Trata entre otras cosas sobre las fronteras del imperio alemán muy desunido en el siglo XIX, es el intento de representar ese desgarramiento interno. Esa isla en el mar del norte, que Alemania cambió después de la Primera Guerra Mundial por la colonia de Zanzíbar, sirvió después de la Segunda Guerra Mundial como puerto para los submarinos por los nacionalsocialistas en el norte. Los militares ahuecaron la isla como un queso suizo, con pasadizos subterráneos entre los búnkeres, que fueron volados por los aires después de la guerra. Una de las mitades de la isla se partió y hundió en el mar. Hoy es Helgoland la meca de los observadores de pájaros (Urias). Sólo se canta la tercera estrofa –en la que no se enumeran las fronteras.
Si se trata de detalles cuando hablamos de la historia, no pueden haber símbolos reconocidos por todos (banderas, monumentos). Creo cada vez más en que del pasado de determinadas existencias, somos transeúntes de la historia, transeúntes en la historia, pequeña microscópica (como dice Lena Zúñiga), pero cada uno importante en su lugar. Donde estaremos mañana, en qué historia, depende de nosotros. No de una bandera.
Terapia post-fútbol
¿Por dónde empiezo? Tengo una tormenta de ideas que me empapa las ganas de escribir, de reaccionar, de aclarar, de explicar. ¿Sobre qué escribo primero? ¿Sobre la estupenda fiesta intercultural que el mundial de fútbol nos hace celebrar cada cuatro años? ¿Sobre el incontenible derrame histórico que gracias a o por culpa del mundial nos perdemos -¡qué alivio!- o queremos perdernos a lo largo de todo un mes? Un mes completo de sólo fútbol, de jabulanis caprichosas, de caras pintadas, de vuvuzuelas chillonas, de goles, de penales, de tarjetas rojas, de “púlpitos” certeros, de equipos nacionales de todo el mundo, de jugadores de millonarias piernas y de cientos de millones de ojos pegados a la pantalla en cualquier lugar.
Mejor asumir que el mundial es parte de la historia, aceptar que Alemania ha ganado un comentarista de fútbol genial con Oli Kahn, que Ballack tendrá que resignar su carrera de capitán en la próxima cita mundialista de Brasil 2014, que D1EG0 ha vuelto aunque se haya ido y que seguramente se quedará. Sólo algunos retazos de “la otra historia”, esa paralela envidiosa que no se detiene por el mundial ni por Mandela ni por el fútbol, me han hecho parpadear y mirar en otras direcciones a lo largo del mes futbolístico. Mientras 22 hombres corrían ilusionados y sudorosos tras las curvas de la jabulani en Sudáfrica, la selección portuguesa de escritores perdía a uno de sus mejores hombres, se nos fue Saramago, el Nobel, con su estilo único y su letra polémica; por la misma senda y casi pisándole los talones, el gran cronista mexicano, Carlos Monsiváis vio también la roja y tuvo que marcharse del campo vital; así nomás, sin lugar a reclamo. Siempre me pregunto por qué los futbolistas se obstinan con el réferi después de una expulsión que significa tanto como “estirar la bota” para perderse del campo.
Y el fútbol seguía, con tres encuentros por fecha en la ronda inicial, mientras su majestad Victoria de Suecia le daba el sí a Daniel Westling en un domingo de cuento de hadas, de carruajes, pajes y escarchas. Y en sus medios tiempos de 15 minutos, el mundial también le cedió paso a la dramática elección del Bundespräsident, Christian Wulff en Alemania. La cara de alivio de Angie tras la tercera vuelta electoral… toda una poesía para los miembros de la Unión Demócrata Cristiana –CDU por su sigla en alemán– . “Miguel” no se quedó atrás, sus fanáticos en todo el mundo mundial –vuvuzuela en mano o sin ella– volvieron a bailarle el moonwalk recordando el primer año de su llorado fallecimiento. Nacimiento centenario el que otros fanáticos recordamos el 6 de julio apelando a la revolucionaria voluntad de Frida de nacer en 1910 y no tres años antes como señala la señora Historia.
Y en mis otras latitudes, las lejanas pero tan cercanas, el vacío post-fútbol y el ímpetu español de la recién ganada Copa de copas, han encendido los entrañables bigotes del vasco Azkargorta, el director técnico que llevó a Bolivia a su primera y hasta ahora única clasificación mundialista de fines del siglo XX y principios del XXI: USA 94. Este vasco nos quiere hacer soñar una vez más con la ilusión de un nuevo fútbol boliviano. ¡Qué lindo sería! Bolivia en el Brasil 2014. Cuatro años nos quedan por delante, esperando por un solo y único mes para olvidarnos de la Historia… de la otra Historia.
Perfekte Symbiose deutscher Fußballkultur: http://twiturl.de/vuvuquartet
Die Vuvuzela-Nationalhymne, großartig! Ich kannte nur dieses musikalische Highlight: http://www.youtube.com/watch?v=wf2P8SnOwLo Meine Sensibilisierung für getrötete Nationalhymnen kommt vom Summer Games-Spiel auf dem Commodore bei einer Freundin in den 1980ern. Wir haben oft die Nationalität unserer Mannschaft nach dem Klang der Hymne ausgesucht, meistens war ich Japan, wie übrigens dieser Blogger: http://www.alles80.de/index.php?option=com_content&task=view&id=447&Itemid=8