La editorial de la semana empieza con una cita de Peter Weiss que hace Rene Hamann en su ensayo: “la cultura es: atreverse a leer, atreverse a creer en la perspectiva propia, atreverse a tomar la palabra”. El tener acceso a los libros y a su producción es lo que determina, quién será dueño o autor de la creación del discurso. Nuestro autores, esta semana, nos refieren en sus reflexiones a una construcción vertical de la conciencia histórica, nos hablan del poder. Del poder de las fechas, de las cifras, de determinados momentos en la construcción de la identidad colectiva del sujeto. Historia y geografía son la cara y el revés de la moneda que nos acredita como miembros de una sociedad. Hasta ahora son los conocimientos “generales” en esas materias los que nos hacen formar parte de una comunidad imaginaria.
Aquí la idea más común, la que se enseña en la escuela, es que uno debe aprender de la historia, para que las cosas terribles que han pasado no vuelvan a suceder. El pueblo alemán ha aprendido que es capaz de la barbarie y ha tenido que rehacerse a partir de la culpa. Esa idea es la ha que ha determinado teóricamente el comportamiento, por lo menos oficial, de “lo alemán” después de la guerra y mientras Alemania estuvo partida, en Europa y el mundo.
Es también una de las ideas centrales detrás del artículo de Karen Naundorf “Ahora somos los buenos”. Una crítica a ese no querer ver, hasta que punto la historia se repite en la medida en la que los intereses económicos son más importantes que los derechos humanos y a la doble moral con la que se encara el asunto desde Alemania en “aguas internacionales”. La autocrítica es algo muy duro y muy valiente, quizá no debería extrañarnos que el primer comentario censurado –esperemos que sea el único- haya sido hecho a este texto. No vale la pena hablar mucho sobre lo que decía el anónimo. En el Tercer Reich murieron seis millones de Judíos, poner ese hecho en tela de juicio en Alemania es ilegal.
Así pues, nos libra de tener que publicarlo un tecnicismo que va en contra la idea central de Los Superdemokraticos. Aquí en principio, siempre y cuando esté bien escrito, esté firmado y sea legal, está permitido decir todo. Como su nombre lo indica, somos una parodia a los tiempos modernos, una prueba de tolerancia y una invitación a mirar dentro de nuestras subjetividades, ¿cuál es el uso que hacemos del lenguaje para narrar los hechos? ¿Cómo afecta la migración a las comunidades imaginarias? ¿En plena globalización, qué sentido tiene el territorio? ¿La persona que escribió ese anónimo tiene más de cuarenta años? ¿Cómo llego a nuestro blog, si no somos famosos? ¿por qué no firma con su nombre? ¿tenemos que creer que efectivamente hay grupos mínimos de neonazi rastreando la red?
Esa es la opinión de algunos amigos que conocen la escena y es posible, cada freak con su tema. Un fanático desocupado puede llenar de basura la red entera, lo único que me inquieta es pensar que quizá después de discutirlo, los menores de cuarenta, que aquí somos la minoría en la pirámide generacional, hayamos censurado sin muchos miramientos a un ciudadano de a pie, común y corriente. Fachos hay en todas partes, de todas las edades, los que hacen política activa, los que trabajan cada mañana, aquellos a los que la ignorancia sólo les permite ser obvios y aquellos que nunca dirían de si mismos que son fachos, quizá ni se lo imaginan, sólo los delata el uso de un determinado corpus textual. Cualquiera que use adjetivos pseudo científicos para definir racialmente a otro ser humano es un facho y deberíamos aprender a tomar la palabra para reírnos de ellos global y colectivamente.