Me acuerdo muy bien de cuándo tuve por primera vez la sensación de envejecer. No me refiero a evolucionar con los años, sino de hecho envejecer corporalmente. Notar que todo va ya cuesta abajo, que me acerco a mi fecha de caducidad.
La señal aterradora vino de una esteticista, quien tras la sesión me extendió una crema desconocida y fresca en el contorno de los ojos.
“Por favor, ¡dígame que eso no es crema antiarrugas!”, supliqué alarmada.
“Claro que es crema antiarrugas”, respondió, insensible.
Eso fue poco antes de mi 30º cumpleaños, prácticamente hace 9 años. Desde entonces se multiplican los consejos.
La escritora alemana Elke Heidenreich dijo en una entrevista que ella tenía una percepción de sí misma más hermosa de la que tenía realmente. Cuando lo leí, yo era una estudiante y no comprendí en absoluto de qué hablaba. Hoy lo sé a conciencia. Vivo desde hace 30 años en la misma zona de Berlín, y conozco a mucha gente de mi barrio. Figurantes de mi vida sin nombre y de total confianza: mudos me acompañan en el tiempo como yo a ellos. Desde la distancia observo en ellos el mismo proceso de descomposición. Detecto cómo adelgazan, engordan, cómo cambian de pareja, tienen niños, suspendidos en alcohol, cómo se encorvan. Veo cómo les ralea el pelo, o encanece, o ambos.
Cada vez que nos cruzamos en la calle, mis vecinos parecen un poco más marchitos. Sólo yo veo en el espejo, impertérrita, a la misma mujer joven de tersas mejillas que me devuelve la mirada, cuando tenía 20 años. Sé que en este tiempo he superado el ecuador de mi vida (contando clásica y literariamente según la Biblia [Salmo 90, versículo 10, Dante Alighieri [La Divina Comedia, 1er Canto, 1er verso], etc.), lo cual no significa que lo pueda ver en mí…
Da lo mismo, básicamente la diferencia entre ilusión y realidad no importa. A su edad uno debería estar así o así. Y para quien disponga de suficiente dinero como para que le fijen trozos flojos de cara detrás de las orejas como una camisa de fuerza, tampoco cambiará nada. Uno se hace verdaderamente viejo por dentro.
¡Afortunadamente! Si se obvian los manifiestos problemas y molestias con el tejido conjuntivo, me tomo el envejecimiento, lo digo con sinceridad, tanto antes como ahora, como un motivo de gran alegría. Abstrayéndonos del detalle de que de ninguna manera uno es tan viejo como se siente (de lo cual me alegro sobretodo después de noches complicadas), cada año de mi vida me ha deparado un poco más de seguridad. Las crisis han afectado en gran medida a mi existencia; no se puede hablar en cambio de una crisis de la mediana edad (haciendo cuentas según lo indicado anteriormente).
Al contrario: para mí, las cosas son cada vez más sencillas desde que dejé lentamente atrás los treinta. No necesariamente en lo económico, desde luego no en la salud, pero sí conmigo misma. La orientación en el laberinto de la existencia me resulta mucho más fácil, mi vida interior más comprensible y con ello, las dudas, menores. Así pues, cuando tras reflexionarlo mucho no encuentro una respuesta para todas las preguntas, tengo al menos la certeza de que no será el fin del mundo… Ese par de arrugas bien lo acepto.
No quiero volver a tener 17 años. ¿Para qué?
Traducción:
Ralph del Valle
Querida Claudia!
No sabes cuánto te entiendo y cuánto me siento identificada con lo que dices. Será porque también tengo 39 años?
Recordé un chiste que me contó mi suegro: Mi suegra cada año va a una reunión con sus compañeras de escuela y cada año les dice: “Chicas, están igualitas”. Pero no pueden estar igualitas a cuando tenían 12 años porque tienen 80! Ni siquiera están igual a cuando tenían, 40 ó 50, pero así se ven las unas a las otras. Así nos vemos tú y yo en ese espejo que no muestra el rostro sino algo que se tiene adentro.
También recordé una crema que promocionaban a cada rato en la televisión venezolana de los años ochenta: se llamaba “Segundo debut”, ¿puedes creer? ¿existirá todavía? ¿Dónde la venden?? Jajaja!
Más allá de la anécdota y el chiste: yo tampoco quiero volver a tener 17 años!
Un beso lleno de crema humectante!
lindo post, y el comentario de liliana también.
las arrugas son rezagos de las sonrisas y de las preocupaciones que nos han hecho más sabias. a mí me gustan las cicatrices porque cuentan historias. sería triste pasar por la tierra sin mancharnos con ella, ya la muerte nos lavará antes de entrar a la siguiente piscina
Claudia, tu artículo sobre el cuerpo da una nueva dimensión a este tema.
Un testimonio importante sobre una de las preocupaciones claves de nuestra cultura occidental, que se muestra cada vez más intolerante hacia la vejez como condición humana.
Abrazo desde La Habana
me gustaria encontrar la crema el segubdo debut