A continuación: El mail ficticio de un hombre, llamémoslo Dominique Strauss-Kahn, a su mujer. Un mail plagado de hechos actuales, el cual no pretende evaluar ni juzgar, pues la jurista en mí aprendió que la presunción de inocencia en el área de derecho penal es algo de mucha valía. Mi texto es entonces una denuncia abstracta a los razonamientos y declaraciones que reducen los delitos sexuales a “affaires sexuales”. En todo caso una denuncia, cuyo contenido debería volverse parte del debate.
Anne:
Mi querida. Tú te convertiste en parte de mi pesadilla, a pesar de ser la única que en realidad nunca se lo merecía. Lo que haces por mí es de incalculable valor. Te lo agradezco y te prometo que esa joven no nos abatirá ni nos llevará a la ruina social. Es sólo una jovencita Anne, no lo olvides.
Algo que valoro mucho de ti son la franqueza y la fuerza en tu proceder, y sé que quieres que sea yo quien te diga cómo algo así pudo haber sucedido, cómo fue que esto pudo llegar tan lejos. Anne, yo quisiera ser igualmente franco, por eso te pido que leas mi declaración y que sigas siendo la leona al lado de ese hombre que tanto ha logrado, tan lejos ha viajado y que nunca olvida cuánto significas para él.
Sé que puedo haber cometido errores y lamento que todo haya ido tan lejos, que tú ahora cargues con ellos, que te toque asumirlos. Lo lamento, pero, tú sabes, esa chica en ese momento estaba en el lugar correcto a la hora correcta, aunque unas horas más tarde todo eso haya podido convertirse en un error. Los días eran difíciles, las noches en las frías mesas de conferencia muy largas, y tú, demasiado lejos, tan lejos como muy a menudo lo estás. Pero en esas noches estábamos escribiendo historia, así como en aquel tiempo en el que impedíamos crisis y el mundo se unificaba. Los hombres como yo Anne, toman lo que necesitan. Demasiadas veces la mejor taza de café era para mí, demasiadas veces recibí exactamente lo que necesitaba, cosas así como esos pequeños extras en el hotel en cuestión. No tengo que explicarte lo que significa. Es sólo sexo, Anna, y la chica seguro lo necesitaba tanto como yo. Una mujer de tu talla lo necesita tanto como yo. Ella a lo mejor no estaba segura y se quería hacer rogar. A lo mejor en ese momento no lo deseaba, pero yo no podía permitir que ese pequeño sujeto bello e insignificante me niegue lo que busco. Lo que le hice fue un favor, y de todo eso se me atribuye ahora injustamente un escándalo.
Me podrán llamar perseverante, y hasta excéntrico tal vez. Se puede decir de mí que aprecio demasiado a las mujeres hermosas (eres y serás siempre la única). Pero no puedo permitir que una jovencita insignificante que se resistió un poco a unos cuantos minutos de diversión, acabe con mi reputación.
Me cuesta trabajo entender cómo algo tan trivial en la vida de un hombre que estaba a punto de abrirle a su esposa las puertas del Palacio del Elíseo, pueda, por las declaraciones de una joven insignificante, echar abajo todos sus planes. El camino que tan temprano decidí recorrer no ha sido el más fácil, y me acordaré de estos últimos días como los más decepcionantes de mi carrera, me acordaré del alboroto que ocasionan la envidia y la ignorancia. Pero así no sean las puertas del Palacio del Elíseo, serán otras las puertas mi querida Anne, las que juntos abriremos, te lo prometo. Mi pequeño descuido hace que todos nuestros logros sean puestos bajo una luz mortecina que no se merecen. Sólo me queda repetir cuanto lo siento.
Dominique.
Traducido por: Adriana Redondo