A veces me pregunto en qué pensaban nuestro padres cuando pasaban por la sección de literatura para niños y jóvenes en los 80 y 90. “Uy, ¿un libro sobre un auxiliar de artillería de catorce años, que fue asesinado en los últimos día de la guerra? ¡Nos lo llevamos! Y “Oh, un libro sobre un viaje en tren a Birkenau y al final todos están muertos ¡Ese lo llevamos también!” o: “Oh lala un libro sobre un comunista de la resistencia que fue torturado en una cárcel de la GESTAPO hasta la muerte! De ese nos llevamos de una: tres.”
No importa en qué pensaban, me enseñaron a hacer cuentas con cifras en millones. 42.000 espectadores entran en el estadium de mi ciudad natal, me imagino una cantidad mil veces superior, completamente vendido, mil estadiums en el cielo como en papel cuadriculado. Lo que hacen niños de nueve años, cuando se le dice incesantemente: “seis millones”.
En el bachillerato cogió la posta el profesor de historia: un conservador que nos mostró la película de Joachim Fest sobre Hitler e intentó persuadirnos de que sin el carisma de esa persona, las cosas no hubieran ido tan lejos. Un marxista que hablaba mucho sobre la crisis del capitalismo y sobre las conexiones del gran capital prusiano, con la ascensión al poder de Hitler. Un intelectual, cuya esposa era psicoanalista, leyó con nosotros las “Fantasías Masculinas” (Männerfantasien) de Klaus Theweleit e intentó convencernos del admirable papel que tenían los cuarteles para cadetes prusianos.
No importa que variantes interpretativas fueran puestas por delante, una juventud en la Alemania del oeste, en los años 80 y 90, estaba continuamente teñida de oscuridad. Imperaba un bombardeo continuo de preguntas con una culpa monstruosa. En ese sentido ya podían nuestros padres decir mil veces que no les importaban los pueblos, las naciones, los madres patrias, la culpa era definitivamente nuestra. ¿Sino por qué nos hablaron una y otra vez sobre ella? ¿Por qué compraron los libros? ¿Por qué callan nuestros abuelos? ¿por qué sino, tantas veces se usa la palabra: alemán, en relación a la muerte? El ejército alemán, los campos alemanes, el Führer alemán, ¿la muerte alemana?
Hoy en día esa “pedagogía negra” es denunciada en todas partes. Personas tontas, con un entendimiento de moral pasado por agua, que se definen así mismas como “neo conservadores”, escriben para revistas académicas lustrosas: que lo “políticamente incorrecto” es lo nuevo “políticamente correcto” y que el Mainstream de los liberales de izquierda es totalitario. Se crean alianzas poco ortodoxas entre liberales, libertarios y fuerzas nacionalistas, que se hacen fuertes contra la supuesta “prohibición de pensamiento” y denuncian la “discriminación”. También cuando una casi diabólica lectora de noticias con un “una a veces puede decir…” timbre en la voz, alaba la organización de los juegos olímpicos el 36 (todavía no ha sucedido, pero pasará). Los idiotas nos llevan la ventaja.
Si alguien dijera ahora que eso radica en que las cabezas de ese debate, así como muchos alemanes de a pie aburridos de la historia, fueron apabulladas en la infancia con demasiados libros críticos sobre el Nacional Socialismo, yo le respondería simplemente: Nunca son demasiaos! El argumento de la Political Incorrectness que dice estar harta de los protagonistas de estos temas, es lo más estúpido, dependiente y descubierto. Ese “era tan enervante. Desde entonces no tengo ninguna gana de ver esa propaganda de la consternación” se escucha decir también entre los civiles comunes y corrientes con más frecuencia. No puedo leer lo suficiente a Freud, como me gustaría citarlo aquí.
Uno no tiene que ser un marxista para entender en él, el sentido de la escritura de la historia y ver que sus caminos confusos deben ser explícitos, para que las personas con corazón y entendimiento puedan decir: “¡Nunca más!” siempre. Basta con una pizca de honestidad consigo mismas. Si alguien viniera a decirme: “debe pasar algo bueno”, entonces le entregaría la biblioteca del horror de mi juventud y la despacharía con esas palabras que, también nuestros abuelos de un tiempo lejano al del “Pasado” dirán: “A caso me han hecho daño???”
Es cierto, nosotros queremos –contrario a lo que querían nuestros abuelos, que consecuentemente encubrían el pasado con el pasado- ser honestos: ¡A ocurrido de manera natural! Esas lecturas fueron lo más mórbido que uno pueda imaginarse. Me dejaron confiado en un caos sentimental entre la piedad y el placer voyuerista sobre la destrucción total. Lo mejor fue que tuve que enfrentarme muy temprano, precisamente con las emociones de mi ser. Noté pronto que llevaba la mugre conmigo. No solamente porque era alemán. Pero porque era alemán fui obligado a tener que hacer ese análisis. Ahora lo aprecio como un privilegio.
Si algo he aprendido gracias a ese privilegio de la historia de mi país, es que junto a todos los revisionismos y los intentos de minimizarla, también desde columpios deconstructivistas à la “Qué es un camino confuso? Están prohibidos. El que ya de niño se ha enfrentado de tu a tu con la dicotomía “bueno” / “malo” y noto que la frontera corría a lo largo de la propia familia, incluso dentro de la propia persona, es educadamente poco tolerante contra la intolerancia gloriosa de los explotadores de la tolerancia. El conoce al enemigo.
Entre tanto puedo imaginarme perfectamente que lo que pensaban mis padres cuando llenaron las estanterías con metros de guerra, huida y destrucción. Querían hacer de sus hijos personas decentes. Querían que nosotras también “aprendamos” algo de la historia, lo que Adorno frente a la contemplación de la catástrofe humana habría opinado o como en una cancioncita pacifista de Joan Baez, pero eso aquí no viene a cuento. Mis padres querían mostrarme, que uno no puede ver todo “así o así”, sino que a veces sólo “así”. Y que las emociones del carácter que tenemos, deben preferir a los otros. A esos padres debería construírseles un monumento. Eso es para mí el verdadero conservadurismo.
traducción: Rery Maldonado
Una culpa llena de juventud tiene consecuencias:
y son el sonido de la esperanza. Las juventudes europeas tienen el argumento del nazismo ¿pero a los noveles mexicanos del norte qué nos queda? ¿Decir: Auschwitz nos es más leve que la frontera? Nel, no se pude, bróders, lamentablemente, y con todo respeto, holocausto sólo existió uno, la frontera es una maldita rocola que nunca se detiene, por eso son tan azules nuestros destinos, que solo nos queda rezarle a San Antonio, si Neal cassady vino a morir acá para qué emigrar.
Este artículo parece buenísimo, pero da la impresión que perdió mucho en la traducción al español, porque hay partes que casi no se entienden, como si la traducción la hubiera hecho alguien que no habla español como lengua materna.