¿De qué otra cosa podemos hablar?

México sobrepasa mi capacidad de comprensión. Tal vez el error consista en querer aproximarse por medios racionales. No es posible entenderlo. ¿Cómo entender el mal, la crueldad, la degradación que caracterizan el momento por el que atraviesa el país? No me gustan los juicios morales, pero las circunstancias insistentemente invitan. O tal vez cuando digo el mal, la crueldad, la degradación, más que un juicio moral lo que intento expresar es mi horror: un horror que viene de la víscera más que del juicio. Y por supuesto que no se trata sólo de un momento: esto viene de antes y seguirá después. Sí, lo sé: siglos de corrupción, pobreza, desigualdad, autoritarismo, opresión. Pero no basta la perspectiva histórica para explicarlo. Hay algo más que no comprendo. Algo metafísico. Nacer en México ya es karma, decía un astrólogo. Pero el esoterismo tampoco basta.

Ante la creciente ola de violencia el presidente Felipe Calderón (responsable en parte dada su mala estrategia en lo que él ha llamado “guerra contra el narco”) tira línea y pide a los medios de comunicación que no alarmen a la sociedad. Pero ¿De qué otra cosa podemos hablar? : así tituló muy atinadamente la artista mexicana Teresa Margolles su exposición en la pasada Bienal de Venecia. Una instalación brutalmente acertada realizada a partir de materiales que la artista recolectó en escenas del crimen principalmente relacionadas con el narco: los pisos del antiguo palacio veneciano fueron “lavados” con una mezcla de agua y sangre de las víctimas (en ocasiones a su vez victimarios), en las paredes se expusieron mensajes de asesinos bordados en oro sobre lienzos empapados en sangre (en alusión a las “narco-mantas”), y se exhibieron ostentosas joyas narco-style fabricadas con oro y astillas de cristales (a manera de diamantes) de parabrisas quebrados en los tiroteos. La instalación se tensa casi en una ilegalidad al trabajar con materiales que son pruebas policíacas y periciales. Materiales cuya obtención por parte de la artista implica la corrupción de las autoridades oficiales. Ciertamente una imagen de México muy acertada simbólicamente en su paradójica literalidad y que molestó profundamente al gobierno federal.

La instalación de Margolles trabaja con el miedo y la ansiedad corporal e invita a reflexionar en torno a ellos casi como una provocación. ¿No es finalmente el miedo un eficaz mecanismo de control? Todos hemos vivido un ejemplo palpable a partir de los atentados del 11 de septiembre: ahora intentar introducir una botella de agua a un avión te convierte en un sospechoso. ¡Una botella de agua! Vivimos en una época de paranoia generalizada y con esto no quiero decir que el peligro no sea real. Pero lo cierto es que cada día odio más los aeropuertos pues se han convertido en una suerte de performance del miedo y el control. Y odio sentirme controlado.

Por eso ya no sé qué pensar, qué pedir, qué exigir, qué proponer ante situaciones tan terribles como la noticia que apareció hace unos días: 72 migrantes latinoamericanos fueron ejecutados a manos de los Zetas (un grupo de sicarios relacionados con el narco). Los Zetas operan así. Y entre sus múltiples actividades se encuentra la de secuestrar migrantes porvenientes de centro y sudamérica que pasan por México intentando llegar a los Estados Unidos en busca de trabajo. ¿En qué clase de país estoy donde pueden matar de una sola vez a 72 personas impunemente? Lo primero que me viene de la víscera es exigir orden y control a las autoridades. Luego mi propio deseo me asusta. Cuántos totalitarismos y crímenes de Estado no han surgido de esa misma exigencia popular. Eso por no hablar de la corrupción, complicidad y criminalidad de las propias “fuerzas del orden” mexicanas… Y lo cierto es que en esta “guerra contra el narco” han habido muchísimas víctimas civiles, inocentes muertos por las balas del ejército o la policía. Como dice la canción de Liliana Felipe: “Tienes que decidir / quién prefieres que te mate: / un comando terrorista / o tu propio gobierno para salvarte / del comando terrorista…”.

Por supuesto que habría que legalizar las drogas. Y por supuesto que hablar de una “guerra contra el narco” en México es una hipocresía cuando el dinero obtenido por el tráfico ilegal es uno de los sostenes de la economía nacional. Los políticos y las autoridades, si en verdad quisieran hacer algo, deberían comenzar por leer El almuerzo desnudo de William Burroughs.

En fin, en fin. Mientras tanto, una querida amiga, la poeta María Rivera, acaba de proponer en su facebook, una suerte de sabotaje-protesta civil: invita a los consumidores recreativos de drogas a dejar de comprar sus dulces hasta que los niveles de violencia bajen. Un boicot como uno lo haría con cualquier otro producto que atentara contra un principio que consideramos valioso. Porque también está el asunto de la propia complicidad. Imagino una marcha extravagante donde todos mis amigos con los ojos desorbitados por el síndrome de abstinencia avanzaran por las calles gritando consignas como: “¡Hasta que no termine el thriller / no le compro a mi dealer!” Puede ser. Quién sabe. Yo ya no sé.

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