Como tantos otros editoras y editores, al principio yo quería lograr la fama poetizando. También en mi cajón yace escondida una novela. Por eso mi impresión fue aún mayor, cuando me tocó reconocer que soy un buen editor, pero un no muy buen poeta.
Además entré en el campo editorial sólo por casualidad, por el amor a la literatura. Originalmente Werner Labisch, con quien después fundé la editorial Verbrecher, y yo, únicamente queríamos obtener, copiar y luego agregar a nuestra biblioteca, manuscritos de algunos autores y autoras. Eran manuscritos de los que gracias a diversas fuentes, sabíamos que no serían editados dentro de poco tiempo. Fue pura actitud de aficionados lo que nos llevó a convertirnos en editores, porque ya después no nos pudimos escapar de esa cosa.
Con esa actitud de aficionados nos pusimos manos a la obra cuando quisimos darle un toque más profesional a nuestra labor de edición. Opusimos resistencia ante (algunos) consejos dados de buena fe. Si no nos gustaba un libro, no lo imprimíamos, aun si se hubiera podido vender bien. Había que marcar límites claros. Ponerse a disposición de la industria literaria, no, eso no va con nosotros. Las consecuencias de dicha actitud las siento aún cada vez que tengo que pagar los recibos.
La editorial Verbrecher, la cual desde hace un año es solo de mi propiedad, ha ganado cierta fama a causa de esa actitud. Y estoy (muy) orgulloso de la gran mayoría de las ya más de cien obras que han sido publicadas en esta editorial. No obstante, las ventas, en su mayoría, no han sido buenas. Ninguno de nuestros autores y autoras puede vivir sólo de la publicación de sus libros en nuestra editorial, y las lecturas correspondientes tampoco cambian nada de la situación.
Había entonces que modificar algo en nuestra editorial. Había que corregir la actitud, porque no quería que el negocio entero se viniera abajo. Primero que todo era necesario entender qué hace una editorial. Una editorial, como después comprendí, es un constante transformador de la forma. Esta transforma la literatura, es decir, obras de arte en artículos. En mercancías. La editorial vuelve el texto comercializable. Estamos, y aun en la era de la Internet, muy lejos de que las escritoras y los escritores lleven ellos mismos sus libros a este estado de mercancía, y al mismo tiempo puedan vivir de lo que hacen. Esta es la situación, por lo menos en los estados occidentales. Y no solo es a causa del capitalismo.
Sino que hay una segunda causa: un texto a la venta necesita un aura que le proporcione el carácter de fetiche necesario para poder funcionar como una mercancía. Crear dicha aura es parte del trabajo editorial. No voy a negar que los escritores mismos puedan llevar a cabo esta tarea, mas está muy es de dudosa reputación, cuando los escritores elogian sus propias obras. Pero una editorial puede, no, debe hacerlo. Ella debe vender la mercancía, debe hacer ruido, acosar a las editoriales de los periódicos para que den una entrevista, tiene que dar un espectáculo. Esa es la tarea de una editorial en el capitalismo, no importa si esta es de izquierda, apolítica, de derecha. No importa si vende mierda u oro.
Yo me percaté de que sé vender muy bien. Me percaté de que lo hago mejor de lo que escribo. Werner Labisch, por el contrario decidió ser escritor de profesión. Lo envidio por su trabajo.
Pero bueno, si no sé escribir tan bien (claro que tampoco creo que escriba tan mal), por lo menos sí sé leer. Y todavía no puedo editar lo que a lo mejor podría convertirse en best seller, pero que a mí no me guste. Claro está que puedo acometer de una manera totalmente distinta algo que me gusta. Como editor, como productor de mercancías, como alguien que monta un espectáculo alrededor de los libros, como componente de la industria literaria.
Y con esto tengo una esperanza. Espero que el arte que yo he transformado en mercancía, vuelva a transformarse en arte en las manos de aquellos que compran los libros en tiendas, en Internet, a través de sus lectores de ebooks o como sea, de los que los alquilan en bibliotecas o los reciben de regalo. Que los textos pierdan su apariencia comercial, que la santa mercancía del libro, como la llamo Brecht pues cuando alguien lee en ella, se convierte de nuevo en medio para el arte.
Si esto llegase a funcionar (y hay algunos indicios de ello), entonces ahora sería posible poner al alcance de aún más personas, los mismos libros con los que antes se intentaba triunfar en contra el mundo capitalista de las mercancías (y a fin de cuentas ya en ese intento se están produciendo mercancías, al capitalismo le importa un bledo las cosas que tú pienses en tu nicho, y a su vez los que escriben los libros, podrían vivir mejor de esta labor. Aullando con los lobos en su contra. Así puede funcionar. En eso estoy trabajando. Y no puedo decir que no es divertido.