Los hombres no lloran

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Violencia psicológica, violencia sexual, violencia física, violencia domestica, violencia social, violencia intrafamiliar, violencia de género. Feminicidio. Odio esa palabra. La leí por primera vez en 2003 y desde entonces, de mes en cuando, una semana si y otra también: sueño. Recuerdo que la vi escrita en un anuncio de búsqueda y captura que me llegó por mail, sobre un nombre y una foto. He olvidado voluntariamente ese nombre, aunque conozco al tipo, lo vi varias veces en mi vida.

Lo conocimos el primer semestre en la Facultad de Filosofía y Letras. Nosotras veníamos de colegios de curas y estábamos perdidas. Perdidas en los pasillos de la universidad pública, arrinconadas en los dos cuartitos del piso diez de la carrera de Literatura, conociendo la bohemia. La verdadera clase media boliviana, con sus creencias y sus traumas, su modus operandi y esa fatídica educación sentimental, la mayoría eramos chicas. En el paraninfo gritaban las Mujeres Creando, no eramos muchas las que nos parábamos a escuchar.

La historia de los derechos civiles de las mujeres en mi país es extraña. Por un lado podemos tomar decisiones trascendentales, como divorciarnos, estudiar o trabajar desde los años 30, podemos votar desde 1952, mucho antes que Suiza. Por el otro, fue necesario que se recuperara la democracia y que se creara la Plataforma de la Mujer en los años 90, para que el gobierno reformara el código penal. Hasta 1995, la violencia intrafamiliar no era reconocida como delito, salvo en el caso de que la victima sufriera lesiones que justificaran tres o mas días de hospital. El aborto sigue siendo ilegal y su practica, sigue siendo una de las razones de muerte más frecuente entre mujeres jovenes. Sin mencionar que abortar es pecado mortal y su repudio social es: EL acto hipócrita de constricción en una sociedad, que es parte de un sub continente que ha producido, entre otros, este neologismo: Feminicidio. En 2009 México  se convirtió en el primer país del mundo en ser sentenciado por un tribunal internacional, por este delito de lesa humanidad.

La impunidad con la que el machismo mexicano está premiando el genocidio de Ciudad Juarez, los más de 10060 asesinatos, es la expresión más burda de la misoginia ilustrada. Esa que si es maquiavélica, viene reforzada por una verborrea destructiva y si es bruta, por el sadismo que no encuentra las palabras necesarias. También en Alemania. Según todos los estudios, no hay diferencias de clase social o de educación entre los agresores. Cualquiera podría hacerlo y lo que es más sorprendente aún, es que eso es así en todos los países occidentales. En el número de muertas, lo determinante es el control social, que se persigan los delitos, sistemas judiciales más transparentes, que las mujeres sean mas conscientes de sus derechos y responsables en la educación de sus hij@s, que se crea menos en los curas, pero sobre todo que exista una infraestructura que proteja a las víctimas. No tanto el hecho de que los hombres hayan aprendido a controlar mejor sus instintos. El pronto, como lo llaman los españoles. Según la campaña oficial para prevenir la violencia de género de la ciudad de Berlín, una de cada cuatro mujeres ha sufrido alguna vez malos tratos en el hogar, tal vez una razón más para el alto consumo de antidepresivos. En España en 2010 murieron 76 mujeres, en Bolivia 210.

La ultima vez que hablé con la escritora Daniela Camacho trabajaba en su primera novela, enseñaba en un instituto y vivía en un piso compartido, con su hija y otra amiga. Había logrado independizarse, pensaba que podía volver a enamorarse y yo la quiero recordar así. Con las uñas pintadas de rojo, tomando un tecito, sonriendo: Por fin segura de sí misma.

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