Cooperativismo y revolución

Cooperativismo y revolución: cartones, libros, zanahorias, amor, poesía, sexo, cumbia y todo lo demás.

Néstor Kirchner murió y con él se acabó una buena parte de la historia argentina contemporánea. Una nueva Nación comienza.

Entre tanto alboroto, quedamos nosotros, los que estuvimos en las calles antes del kirchnerismo, lo estamos ahora y lo estaremos después. Sobrevivientes de los duros tiempos de crisis.

Mi nombre es Santiago Vega, un nombre precioso ¿no es verdad? Sin embargo, la vida y el trabajo me convirtieron en un animal político, como dice Fabián Casas, pero monstruo al fin: Cucurto.

Disculpen que tenga que comenzar hablando de mí, pero es que las impresiones que vendrán sobre todo el agite con la literatura de estos años, tiene un sentimiento personal. Algo que me incumbe de forma directa.

El año próximo, 2012, la cooperativa en la que trabajo cumplirá diez años. ¡Mucho tiempo fabricando libros de cartón! Me siento muy contento, mi vida ha sido casi de película.

Disfruté de todo y agradezco no haberme ido nunca de Eloísa Cartonera. Sería un desagradecido si no le agradeciera a todo el mundo: mundo, en este caso, ¡muchas gracias!

Desde que comencé a escribir siempre pensé en la posibilidad de ser un productor de literatura, sueños, de uniones corporales; soñar con ser un procreador de hijos, poemas, ilusiones, proyectos delirantes y mucho más. Lo logré a medias.

Siempre me pareció que la literatura no podía ser un lugar taannn difícil. Que un hombre común, de clase media baja, podría darse el gusto de leer libros, escribir poemas y novelas e incluso autopublicarlas y que mucha gente pudiera leerlas. Un hermoso sueño real.

Entre tanta esquematización, superprofesionalización y una asombrosa falta de sensibilidad ante las injusticias del mundo, nuestra única alternativa de supervivencia era crear una editorial cartonera.

De pronto, gracias a Eloísa Cartonera aprendí que la literatura, la lectura de libros, la escritura de poemas, el trabajo inventado por uno mismo, la fabricación de libros de cartón, podía ser una gran herramienta para cambiar mi vida. O por lo menos, una invitación, primero a soñar, y luego el desafío de convertir mis sueños en realidad.

Y también aprendí que el que sueña, ama; que el que ama vive contento (aunque a veces el amor nos haga sufrir); que soñar en gran medida es parte del amor. Después del sueño viene el enamoramiento. Y en Eloísa me hice un soñador constante, es decir, un amador con todo.

El amor es juegos, sueños, atrevimiento, fantasía, y eso fue mi vida en estos últimos años, jugar a ser editor, jugar a ser escritor, jugar a ser padre, jugar a ser buen compañero. Repito: todo lo logré en buena medida y estoy contento.

Aprendí que editar y escribir eran actividades urgentes, que no podían pasar semanas para editar un libro. El concepto de O. Lamborghini, de escribir a la mañana y editar a la tarde se volvió algo fundamental. No había tiempo que perder. La tarde como único horizonte, la tarde como lo más tardío.

Y es por eso que editamos casi 200 títulos en estos días años de existencia y fabricamos muchos miles de libros que dieron la vuelta al mundo. Y este vértigo de jugar a ser un editor, de armar una editorial superrápida. Me convertí en un aprendiz.

Hasta el día de hoy que no sé cual poema o relato que escribí es mí o se mezcla con uno de Aira, de Perlongher, de Piglia.

Y me copié. Aprendí que escribir y editar son cosas urgentes. Editar casi sin pensar, escribir casi sin pensar. Ni siquiera había tiempo para corregir. A nadie le importan los logros literarios, ahí estábamos fabricando libros sin parar. Libros que le gustaban a todo el mundo.

Ahora estamos con las zanahorias, con las semillas de zapallitos, aprendiendo a regar una plantita y viendo la posibilidad de mejorar. La idea, de comprar un terreno y experimentar en el aprendizaje de la tierra, surgió hace muchos años, pero recién el año pasado pudimos comprar una hectárea en una zona agrícola a dos horas del centro de Buenos Aires. Al “terrenito” lo encontramos en Internet. Aprendimos a alambrarlo, a cortar el pasto, a conocer los distintos trabajos de los tractores. Aprendimos los ciclos de la tierra y nos capacitamos en el trabajo orgánico.

¡El contacto con la tierra es algo maravilloso! Sembramos casi el terreno completo, el primer verano, pero la falta de agua y de suficiente conocimiento nos impidió tener una buena cosecha. De todas formas continuamos en el aprendizaje, en el conocimiento de los ciclos de los vegetales y las plagas que debemos combatir para tener una siembra buena.

Florencio Varela es la localidad donde, de a poco, trabajamos y vamos mejorando para ser futuros agricultores.

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