Diario

El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro…

Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso

Ayer volví a la que había sido mi casa con la intensión de juntar algunas cosas que había dejado: libros, discos, ropa, papeles, juguetes de colección que exhibíamos en una biblioteca y que eran la envidia de todos lo de mi generación: la colección de Star Wars, Astroboy, Meteoro, la colección de los chocolatines Jack y otras joyitas…

Fui seleccionando, y separando lo que me llevaría y lo que quedaría ella.

Mis libros encerrados en cajas que fui rotulando “María” y fui apilando en un rincón de la sala. Nuestra colección de juguetes, ahora incompleta para las dos, en una cajita más pequeña que rotulé “María– Frágil”  y que ahora suena irónico, pero en ese momento no fue metáfora, fue literal.

Cuando terminé de vaciar la biblioteca más grande y la miré, observé que había quedado la marca de cada una de las cosas que había sacado. Desde que yo me había ido de la casa, era evidente que nunca, nadie, había pasado un plumero o un trapo porque las siluetas de las cosas quedaron enmarcadas por líneas perfectas de polvo. Un dibujo indicaba el vacío, lo que ya no estaba. Un cuerpo sólo percibido por su ausencia: la forma vacía de un animal, de un autito, de un robot…

Me quedé mirando y pensé si alguien notaría el vacío que dejó en mi cuerpo su ausencia. En cuánto tiempo el polvo cubriría esa imagen. ¿Cuánto tendría que esperar?

Miro mi cuerpo como si fuera un mapa, cuento las siluetas de todos lxs que lo habitaron en algún momento, busco alguna respuesta pero este mapa no explica nada.

Esta es la semántica natural de los cuerpos: las palabras son invisibles y el límite es otro cuerpo.

Esto es lo que hay. Es todo lo que hay.

Quiero escribir sobre la intimidad, sobre el atravesamiento de los cuerpos… en cómo mi cuerpo fue habitado por otro y en cómo hacer para deshabitarme, palabra tras palabra.

¡Un juicio de desalojo, eso tengo que hacer!

Arrojo insultos, sustancias proyectivas, quiero que haya un culpable, y que no sea yo.

Leo sólo libros cuyos títulos me hablen de la soledad, de la intimidad y el amor: Silencio no estar solo, Fragmentos de un discurso amoroso, Un año sin amor, La nada, frases que acaricio sombríamente. Si el título no menciona alguna de estas cuestiones, no lo leo. Me quiero intoxicar. No, me quiero purificar, quiero encontrarme a mí misma, ¡quiero ser un maldito fuckyn monje zen!

Ahora, mientras escribo este diario, estoy sentada en una habitación vacía y blanca. Las cajas cerradas todavía y apiladas en un rincón. Estoy en una casa extraña que deberá ser mi hogar.

Escribo en una servilleta un párrafo que no quiero olvidar:

“No existe espacio si no existe luz. No es posible pensar el mundo sin pensar la luz…y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre.” *

*Agustín Fernández Mallo en Nocilla Dream

(escrito en Buenos Aires, 25 de julio de 2010)

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