Oda al cuerpo

Era el momento de liberar la libido. Escaparse de sí mismo. Sentirse apretado, empujado y manoseado por un instante. Todo esto con la esperanza de atrapar un ápice de la vida que se diluye en una cotidianidad asfixiante. Para ello se adentraron ambos en el Bar. Allí al parecer no hacen falta poemas. En lugar de poesía hay alcohol. Un cubalibre, un vodka con refresco de limón, otro chupito y poco a poco se van opacando los sentidos. La música hace su parte. Con un repetitivo ritmo retumbante, se crea la monotonía necesaria para dificultar el pensar. Reflexionar es lo que no se quiere. El pensamiento ha demostrado su incapacidad para resolver la soledad, por lo tanto no hay nada mejor que apagarlo. Desgraciadamente no se logra totalmente y se sigue andando con el piloto automático. Sentir, dejar al cuerpo revelarse, se muestra a través de una sexualidad objetualizante. Se van midiendo. Se acercan, se alejan. Se toman otro trago, no importa de qué. El momento va adquiriendo personalidad propia. Los jugadores hacen su papel. El juego ya empezó y todo forma parte de él.

La insinuación del deseo, movimientos que hechizan, que atraen, tragos que se derraman, que muestran, manos que acarician, que aprietan, ojos que miran, que muerden: un recrearse infinito. Los dos están allí protagonizado una escena de caza en la que ambos serán cazadores y presas. Se estrujan, se vierten uno en el otro, aparece una sonrisa y los miembros se dilatan. El cuerpo se relaja, se entrega. – ¿A tu casa o a la mía?

La claridad junto al dolor de cabeza anuncia que es otro día. Se ven las caras llenas de ellos por primera vez y se van con sus cuerpos a por un café. Una nueva jornada comienza y se sumergen de nuevo en el consuetudinario hacer. El superyó comienza su trabajo. Las culpas, los miedos, el bien y el mal reaparecen: se acabo la fiesta. Se miran desconfiados. Se repiten las mismas preguntas que se hicieron la noche anterior, solo que la complicidad del alcohol, la oscuridad y la música ya no están…

Maquina de Amar

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