ISLA DE ENCANTA

La historia no habla, la historia se acumula. Cuando Holanda le ganó a los alemanes en la semifinal de la Copa de Europa en 1988, cosecharon nuestros vecinos el mercado anual, que ese día tenía lugar en la ciudad fronteriza, y pintaron las aceras de naranja. Cuando ganaron ellos la final, volaron por los aires los canales en Ámsterdam. Dos años más tarde, cuando la revancha tenía que tener lugar, la aduana cerro las fronteras preventivamente. Nadie más pudo ir de un lado a otro.

Mi abuelo tenía todavía puesto el paracaídas equivocado sobre la tierra plana, cuando alguien le disparó a su avión, 1940. Él se ocultó, se dice, mucho tiempo con una familia holandesa hasta que pudo volver a su pueblo natal pangermánico, como inválido de guerra.

El pueblo natal, la ciudad de frontera, las colinas y los bosques en los márgenes, todavía están llenos de cráteres y zanjas, trincheras y huellas de bombas, búnkeres y posiciones militares. Pero las personas en el asilo de ancianos no los recuerdan. Las zanjas fueron hechas en la Primera Guerra Mundial, dicen.

Lo que históricamente no puede ser cierto

El pueblo quedó en Holanda después de la guerra, mi madre es holandesa de nacimiento. En 1963 volvió a ser alemán. Mi madre es alemana. Después de su divorcio, cinco años trascurridos desde la Reunificación alemana, volvió a usar su nombre de soltera y se mudó otra vez a Holanda.

La democracia nos protege, la democracia nos mueve a participar, pero en realidad nos vuelve indolentes. Corre el partido de futbol en la tele. Lo miramos. El gobierno utiliza la conjunción de euforia y pasividad para despachar medidas insolentes. El fin de la igualdad en el sistema sanitario y muchas otras.

Pero no hablemos del gobierno

Hablemos de futbol.

hasta ahora 1 comentario sobre 'ISLA DE ENCANTA'

  1. Tilsa Otta dice:

    La magia del futbol, que no tiene el gobierno, es generar la vívida sensación de que somos todos los que estamos jugando, de un sólo lado, cuando juega nuestro país