Globalización: ¿Cuba aplica?

La palabra globalización se vive en Cuba en un doble estándar. Para nada tenemos esa economía híbrida que sobresale en muchos países y que es uno de los signos indiscutibles de la globalización. En realidad, para nada tenemos una economía. En Cuba esta ha sido una palabra prohibida por mucho tiempo. En primer lugar, debido a que la forma de Estado que promovió la Revolución Cubana decidió cargar con la responsabilidad económica del país. Se trataba de construir un modelo de país futuro, o más bien, un modelo de mundo futuro. En dicho modelo, como en todo modelo, la economía era fundamental.

¿Consecuencias? Hoy tenemos un expresidente, mito histórico y dinosaurio de la izquierda semi radical –Fidel Castro, sí- que reconoce en una entrevista la poca funcionalidad del modelo socialista cubano. Aunque luego se retractara, la declaración tiene vínculos demasiado evidentes con las nuevas medidas económicas del presidente, su hermano Raúl, donde por primera vez en 50 años no sólo se le da valor a la propiedad privada sino que se la incentiva por medio de despidos masivos. ¿Y cómo se refleja esto en mi vida cotidiana? Digamos que la globalización en materia económica es una leyenda de la que he escuchado tanto -y con un nivel similar de influencia sobre la realidad- que la historia de Papá Noel …

Otro signo de la globalización: migraciones en aumento. En el caso de Cuba otra vez el Estado nacionalista-comunista-socialista (esas han sido las distintas nominaciones del periodo revolucionario) ha impulsado olas de migración masiva, en contextos específicos y bajo términos y condiciones sumamente polémicas, mientras que por otro prohibió al ciudadano común viajar al extranjero, emitiendo un permiso de salida –y permiso de entrada para el cubano emigrado- que convierte a la isla en una gigantesca cárcel donde el mar hace las veces de frontera. Entonces… esto de las migraciones es un tema delicado para cualquier cubano, y está lejos de parecerse siquiera al modus vivendi de un privilegiado ciudadano del primer mundo.

Por último, cada uno de nosotros es un mosaico de elementos, reza la propaganda de la nueva ideología consentida del norte –la globalización, ¿cuál otra podría ser? Bueno, en Latinoamérica otro gallo cantaría o canta… Las independencias de nuestros países del régimen colonial se llevaron adelante excluyendo varias piezas del mosaico continental. Los habitantes originarios, más los negros y los chinos, junto a otros, fueron expulsados dentro de cada país hacia zonas periféricas de una sociedad criolla que se erigió como blanca y occidental.

Hacia finales de este proceso, muchos “etnólogos” –en Cuba tenemos a Fernando Ortiz- comenzaron a hablar de sincretismo, de transculturación, y en fin, de mezclas a diestra y siniestra. Sin embargo, ese empeño de concebir en una misma sopa a todas los ingredientes del mosaico es un movimiento reflexivo que tiene bastante de falaz y mucho del, como decimos por acá, “pasarse de listo”. Es una forma de incluir sin incluir: ¿qué vamos a incluir si todo está ya presente? La línea evolutiva de este pensamiento -que tuvo de positivista- llegó hasta nuestro siglo XX y tomó su lugar en la Revolución Cubana, cuando esta asumió la postura de eliminar todas las organizaciones de minorías en el país, y decidió declarar sin vigencia la discriminación racial de una manera suigéneris: ejerciendo la discriminación positiva, por un lado, y declarando que ningún revolucionario podía ser racista, por el otro. El análisis de cómo la Revolución Cubana ha manejado ideológicamente la diferencia entre “lo que debe ser” y “lo que es” llevaría a una buena lección de política. Desgraciadamente una lección de política que serviría para hablar de “multiculturalismo”, esa etiqueta globalizada.

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