El mismo cholo con otro poncho

Del Incario al PluriMultiEstado.

El curioso caso del Estado boliviano es digno de estudio minucioso: con lupa y con telescopio. Entiéndase por Estado el sentido amplio de la acepción, en sus dos vertientes: la organización política de las principales instituciones nacionales y subnacionales, por una parte, y el desarrollo histórico de la situación de su población.

Convivimos los mismos de siempre, sobreviviendo a la usanza criolla, con matices milenarios según el origen de cada cultura individual. Cómo estás, compañera, nos saludábamos en tiempos republicanos. Cómo anda todo, hermana, se pone de moda multicolor de wiphala. Como mujeres dejamos un poco de ser esclavas del Inca, para ganarnos los derechos geniales de: además de coser, cocinar y lavar, salir a trabajar desde vendiendo choclos calientes, al lado de un moderno microbasural maloliente afuera del mercado, hasta ser invisibles e innatas trabajadoras del hogar, que el sistema impositivo obvió de la emisión de facturas, para evitarle al sistema pagarnos un sueldo.

Divertidísimo esto de los derechos humanos de las mujeres. Siempre. La misma chola con otra pollera, dice un adagio nacional, producto de la viveza machista criolla que enseguida crea un estigma para ocultar el embrollo.

En el Imperio, la Audiencia de Charcas, la República inacabada y ahora el Estado Plurinacional de multilingües y pluriculturales, siguen mandando las intangibles propiedades del dinero por encima de las personas y, lógicamente, las cosifica para mantenerlas bien compartimentadas en el lado de la oferta y la demanda, sin que importe qué quiera ser, a qué le gustaría dedicarse, qué la hace feliz. Y las mujeres, aquí, peor que nadie.

¿Por qué habría de ser distinto si tradicionalmente sabemos que la collita lloriquea por todo y a la cambita todo le viene bien? La violencia, aceptada como “siempre ha sido así”, pone las cosas en su sitio a punta de improperios, golpes y canalladas.

En el país de Evo, el presidente es el mismo cholo con otro poncho. ¿Recuerdan que en primaria nos enseñaban que la población boliviana se repartía entre criollos, mestizos, cholos, indios y negros? ¡Ahora resulta que es peyorativo referirse a conceptos, que se tachan de malas palabras, cuando refieren culturas diferentes! Claro, culturas que tienen en común clases sociales, seguramente, pero lo más común que tienen nadie lo quiere ver y es la igualdad de imposiciones sobre las mujeres. Nosotras sí que sabemos convivir con códigos a los que no les faltan barritas: nos ocupamos de la familia, tenemos hijos y los acompañamos hasta su mayoría de edad y más, vemos la alimentación, la salud, el abrigo; salimos a la calle por el sustento y todavía, somos cada vez mayor el número de jefas de familia. ¡Y también nos insultan, nos pegan, nos desconocen los hijos, nos arrastran por una asistencia filial como si nos hubiéramos acostado con el Espíritu Santo!

Caserita, vendeme mandarinas, por favor. Caserita, comprame mandarinas, por favor.

Pecadillos no nos faltan: nos separa alguna envidia, por cómo nos vemos o si a alguna le toca mejor suerte, pero convivimos con las mismas angustias, las mismas inestabilidades, las mismas sospechas, las mismas preocupaciones. La economía familiar se reduce al Indice de Precios al Consumidor y arreglate como podás, mientras que la otra economía, la que importa a metales, bolsas, ficción y millones está en titulares y bocas de las minorías que nos dominan por lo que no es, acullicando mayorías.

No sé si me dejo entender, en el país de Evo nada se ha transformado, como tampoco se ha dejado de pagar en Estados Unidos las deudas que contrajeron los acusados de liberales y republicanos, según repitieron los que roban con socialismo, patria o muerte venceremos. Convivimos casi silenciosas con la común misión de reproducir la especie y nuestro sentido común, sin hendija suficiente aún para que explote como el volcán más maravilloso el color eufórico de nuestras mejillas indignadas y sonrientes.

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