La vuelta en coches separados o “Cómo mi Yo de doce años azuzó la lucha entre culturas”

Tengo que hacer una confesión. Observando el profundo debate sobre la integración que en este momento se desarrolla en Alemania: Si, yo también fui alguna vez miembro de una iniciativa anti- islámica. O mejor dicho: yo también ha discriminado he discriminado como grupo a emigrantes provenientes del espacio cultural mahometano.

Eso sí, tengo que decir para acentuar la salvación de mi horra, que mis motivaciones no eran de ninguna manera las explicaciones blandengues que en este momento mueven a una parte de la población a radicalizarse (a la derecha) aprobando a un político en la afirmación de que en general los emigrantes representan una amenaza cultural. Que ellos – sea influido por la genética o por la cultura es en principio dejado de lado- no están dispuestos a integrarse ni tienen la capacidad de aprender y que la cultura alemana es tan poco respetada como los protagonistas del espacio cultural, los „Anfitriones -en el contexto de la migración una palabra falsa y terrible-.

Si Alemania podría „suprimirse“ como el político mentado dice, es algo que nos interesaba un carajo cuando yo todavía era activista. Yo sólo quería marcar goles! Tenía doce años, jugaba fútbol en el SC Aplerbeck 09, un equipo de provincia en los límites de la cuenca del Ruhr. En esa agrupación sucedía lo que la división escolar tripartita sabía impedir: Ciudadanos- la mayoría de ellos hijos de trabajadores extranjeros  se chocaban, prácticamente sin freno, unos contra otros. Con el resultado limitado: Hasta el día de hoy me veo junto a otros siete chicos clase media, la mayoría de ellos rubios como el trigo, yendo después de un juego a ver al entrenador (padre de un campañero de equipo, alemán) y decir: „No queremos jugar con los Marokks.“ El entrenador preguntó: ¿por qué?. Nosotros: porque nunca pasan la pelota, ¡si acaso entre ellos!“.

Lo que desde la perspectiva actual me sorprende de esa acción políticamente incorrecta y completamente discriminatoria de nuestros siete compañeros marroquíes (y lo que la diferencia del ideologizado debate actual), es el pragmatismo. Uno podría haber, si ya estaba en eso, en aquél momento dicho realmente tantas cosas que en ese equipo no funcionaban como introducción a grupos biculturales. Uno podría haber imitado los clásicos excesos de esa cultura del honor, con ese burbujeante: „eh, ¿me estás provocando?, cuando en los vestuarios uno miraba demasiado tiempo en la misma dirección. Nos podríamos haber enfadado por la poca valoración de nuestras estructuras familiares, sobre todo de nuestras madres, que se desarrollaban en diálogos dadaistas como „haste pepa, hijo de puta“- „tu mismo hijo de puta“- „ea, ¿acabas de mentar a mi madre?“.

Quizás fuera arrogancia, la que se expresaba con indulgencia y la que nos transmitían nuestros padres: „esas son por lo general personas muy sencillas, que no la tienen fácil aquí.“ Tal vez fuera el hijo del médico marroquí, que también jugaba en nuestro equipo y era tan distinto a sus compatriotas, poniendo con eso una gran señal para diferenciar que las escaramuzas agresivas en primer lugar son un problema social y recién entonces -una expresión específica de- un problema cultural.

Quizá se debiera a nuestro entrenador, un conciliador montador de calefactores, que supo mantener bajo control nuestra revuelta de fuego de paja. No en el crear „compadrazgos“ interculturales u organizando que nos visitáramos en nuestras casas o ese tipo de cosas que están de moda. El simplemente organizó antes del siguiente juego una charla honesta. Cuando alabó a los hermanos El-Fassi por „alguna vez“ pasar la pelota, esbozó una sonrisa anchan. Luego, desde el margen de la cancha, festejó sus jugadas hasta subirlos al cielo, hasta que todos lo „hacían“ de vez en cuando y volvió a tirarlos a las nubes cuando -después de un buen pase intercultural- marcamos el gol de la victoria y terminamos los quince, tirados sobre la tierra roja.

Que el entrenador, el alemán, nos haya dicho en el viaje de vuelta que: hoy „fue mejor“, pero que „ellos“ de todas formas „naturalmente“ no llegarían muy „lejos“ en „este país“ y nos alabara por tenerles paciencia,  es la fea nota de pie de página de esta, en realidad, historia muy bonita.

Traducción Rery Maldonado

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