El colector de botellas

Colector de botellas en el parque Görlitzer Park, Berlín. Foto: Nikola Richter

Todo giraba en torno al ahorro. Al entrar a la primaria me dieron una cuenta de ahorros, un librito rojo en el que un empleado de ventanilla escribió a mano el estado de mi cuenta y me pasó la libreta Knax, un extraño comic de ahorros. En esta revista de historietas, para nada chistosas, los amiguitos desgreñados Didi y Dodo me instigaban a divertirme a montones y, por su puesto, a ahorrar. Cada año escolar y cada cumpleaños mis abuelos me asignaban una cantidad exacta y así creció con los años la suma de mi cuenta. El para qué estaba ahorrando, no lo supe nunca. Yo lo tenía todo: un columpio en el jardín, un cerezo japonés para treparme en él, una hermana, en algún momento tuve incluso al ratón Mickey como mascota. Teníamos que comprarle comida y paja, pero con el dinero de la mesada que recibíamos cada semana alcanzaba. Para eso (ahorrar, ahorrar, ahorrar…) me dieron una caja fuerte de plástico con una cerradura de combinación, un artefacto de alta seguridad contra los ladrones, rateros y criminales, que merodeaban nuestro hogar.

Ahorrábamos, y no era solo el dinero para la comida del ratón, sino sobretodo ahorrábamos energía, esa fuerza inmaterial, recelosa. Después de la explosión del reactor en Chernóbil, después de que una nube imperceptible contaminara nuestra leche y nuestros hongos, que crecían tan lejos de Ucrania, comenzó el ahorro, ahora sí en serio: descargas más cortas de agua en el lavabo, no dejar la llave abierta al lavarse los dientes, papel higiénico de papel reciclado, recalentar la comida del día anterior, separar la basura, el plástico, de las botellas, de los residuos biodegradables, apagar la luz al salir de casa, no dejar los aparatos en standby. Alemania quería ser de los buenos. Desde hace poco, desde el 2011, hay en Alemania en algunos lugares los llamados contenedores de desechos reutilizables, donde se pueden depositar todos los aparatos eléctricos para así ahorrar: tostadoras, celulares, chatarra eléctrica. Hasta el 2020 se quiere reutilizar el 65% de todos los desperdicios producidos en casas privadas y el 70% de los desperdicios producidos en demoliciones y construcciones. A eso se le llama “urban mining”. Regresan los comerciantes de desperdicios, que halan por las calles sus cacharros cargados de materias primas urbanas. En Berlín, por ahora, eso solo lo hacen los colectores de botellas, quienes acechan las botellas retornables de cerveza dejadas después de la fiesta en parques, bancas y a la orilla del canal. Por las noches los escucho parqueando sus carritos de mercado llenos de botellas y contando su botín bajo un farol. Tintinea. “Las personas se dividen entre los que colectan botellas y los que las botan” (cita de un colector). El año pasado el periodista Uwe Ebbingheus hizo un reportaje para el periódico FAZ sobre el colector de botellas Friedhelm W., quien se costeó con el dinero recogido con envases vacíos, una tarjeta de viajero frecuente, Bahncard 100. Con ella, pertenece este nómada ferroviario a una elite de solo 35.000 personas en Alemania, que se pueden dar el lujo de pagar 350 euros mensuales por una tarjeta anual. Es un sueño: viajar a donde uno quiera, cuando uno quiera, sin tener que pensar en el billete. Colectando botellas Friedhelm creó para sí una movilidad sin límites.  Independencia. Un estatus entre sin techo y con casa. Una naturaleza de otra índole.

En vez de denunciar la pérdida de la condición natural e irse a buscar petirrojos en extinción, como el escritor Andreas Maier, podría ser productivo reflexionar sobre la naturaleza de nuestra propia civilización. Como se cuestiona Georg Diez: ¿Se ha vuelto Alemania un país con consciencia solo por sus manifestaciones contra la energía atómica y por tener el primer ministro presidente de los verdes, Kretschmann? Yo no creo. Pero el remordimiento de conciencia que nos metieron por años, a nosotros, los ahorradores, nos ha superado. Por eso abogo por cambiar el ahorrar por el recolectar. Dejemos atrás ese discurso oprimente del  “no-dejar-circular” y lleguemos a un “mira-lo-que-tengo” más liberador. Hay que proteger esto. Las aguas europeas se han limpiado un poco en los últimos 20 años, uno puede nadar en muchas partes.

Reserva viene del latín “reservare”, proteger. Hay suficiente energía sin usar en todos lados. Enfriar es más difícl que calentar. Lo acabamos de ver en Fukushima.

Traducción: Natalia Guzmán Díaz

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