Volviendo al novicio. El trabajaba en un Bar de noche, iba a la universidad durante el día y escribía ensayos y textos literarios para alguna que otra revista o proyecto. Su vida transcurría en estos quehaceres.
Este joven, al que llamaremos Aukera, pasaba mucho tiempo hablando con sus amigos que estaban desparramados por todo el globo terráqueo. Sus camaradas hablaban lenguas diferentes y habían nacido en distintos lugares. Casi todos ellos tenían también el pasaporte equivocado para moverse en aquel mundo.
Los amigos de Aukera hacían teatro, otros música, otros escribían poesía y filmaban películas, otros trabajaban con minusválidos, cocinaban o renovaban edificios antiguos. Algunos de ellos no tenían trabajo y pasaban mucho tiempo caminando en círculos. Uno de estos amigos vivía en un pueblecito muy pequeño en un país del Sur. Él se llamaba Ezintasuna y hacía teatro para niños. Ezintasuna estaba muy cansado y quería irse a los países del norte, pero la autorización de viajar era muy difícil de conseguir.
Foto: Lazaro Emilio Hernandez Boffill
Él no creía que su trabajo estuviera funcionando, porque el mensaje de alegría y posibilidades que implicaba la actuación con títeres no llegaba a los niños. Ellos subsistían bajo una violencia muy fuerte. La mayoría de estas criaturas vivían en las calles y consumían drogas en lugar de comida para aliviar su hambre. Otros eran vendidos y prostituidos. Para defenderse se habían agrupado en pandillas. Un día, después de una función, uno de estos niños se acercó tímido y le dijo a Ezintasuna:
– Señor, ¿podría preguntarle algo?
– ¡Si, claro!-respondió Ezintasuna.
– Señor, ¿cómo hago para ir al mundo de los títeres, donde toda acaba bien?
Ezintasuna se quedo sin palabras. Con un nudo en la garganta le dijo:
–Lo primero es construirlos, ya después poco a poco te iras adentrando en su mundo, como ellos en el tuyo.
El niño comenzó a acompañar al grupo de amigos titiriteros y con el tiempo construyó su primer títere.
Así me lo contó Ezintasuna y así se los cuento yo.
]]>El recapitular de Safo encendió la noche. Freud ya se había tomado unos tragos, quiso objetar algo, pero madame Beauvoir, la cual se encontraba a su lado, no lo dejo abrir la boca. Herder, con espíritu conciliador balbuceo: -¡Zeitgeist, no es más que esto! Bukowski desinhibido agregó: -Para que tanta discusión, si a fin de cuentas ciudadanos o ciudadanas no pueden cambiar nada. Marx entraba con una botella de vino en la mano y grito: -¡Lucha de clases! Lo que debemos hace… Tina Modotti le plantó un beso, mientras Hannah Arendt tajante mirando a ambos con actitud desdeñosa, dijo: – Carlitos, cuidado con afirmaciones que acaban en totalitarismos. Pero el decididamente no parecía querer escuchar, demasiada pasión. La situación parecía explotar. En medio de todo aquello la voz inquebrantable de Chavela Vargas nos canto El último trago. Yo me di cuenta de lo poco que me importaba la ciudadanía y lo mucho que me valoraba al ser humano. Martí, siempre a mi lado, intuyendo mis pesares, me comentó: – Lo más importante somos nosotros: hombres y mujeres; mas ese nosotros es la capacidad que tenemos de relacionarnos, por lo tanto la expresión política de este relacionarse, el ser ciudadano, no debe perderse de vista. Octavio Paz, que había acabado de aplaudir a Chavela, le dijo a Martí: – No olvides, somos los hijos de la chingada. Él – dijo señalándome – no es ciudadano de ninguna parte. En Cuba porque aunque con aparentes derechos no podía hacer nada. En Berlín porque no tiene derechos y si los tuviera, bien poco podría hacer. Bakunin, estaba en el suelo a mi derecha conversando con Tagore, pareció haberlo oído y agregó: –El estado de ciudadanía es una falacia, pues el Estado que lo valida, distingue entre ciudadanos y no ciudadanos, olvidando así la raíz de todo: el ser humano. Lezama Lima puso a Gardel cantando Volver. Foucault y Gramsci que estaban bailando sin música en una esquina a mi izquierda se lo agradecieron y siguieron en lo suyo. Indescriptiblemente Kant no dijo nada en toda la noche, se vía a triste; alguien comento que Juana Bacallao estaba embarazada de él; pero quizás eran solo rumores.
¡Qué nochecita! Lewis W. Hine hizo una foto de la ella. En ese momento mi abuela se encontraba en algún lugar de la sala; ella, iconoclasta, veterana de luchas, con su sonrisa alumbra corazones y un mojito en la mano, es el faro por el que me guío. Nos miramos, sonreímos. Con esa sonrisa ando de mitin en mitin, pues como dice mi abuela: lo mejor está por venir o por hacer, le diría Ana Laura con un guiño…
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