Twitter – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 One click http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/ein-klick/ Fri, 25 Nov 2011 06:58:12 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=5884 Son las 8:30 de la noche. Me siento frente a la computadora, abro el editor de texto y enciendo un cigarrillo para pensar acerca de la naturaleza de las redes sociales, su funcionalidad y el potencial democratizador de Internet. Me aterra ser reiterativo en un tema que, a mi juicio, ha sido manoseado hasta la saciedad. Antes, hago clic en el ícono de Spotify con la intención de encontrar una banda sonora que lubrique mis disertaciones. Me agobia seleccionar un tema; la oferta disponible es infinita. Una ráfaga de lucidez trae a mi memoria a Paolo Conte, un híbrido de Tom Waits y Ennio Morricone. Está disponible. Sparring Partner es la pieza que busco. Me gusta para empezar; me sume en una melancolía dulzona que propicia reflexiones acerca de cualquier cosa. ¡Uf!, aparece en la lista pero no está disponible. ¡Qué putada! Insisto y en el campo de búsqueda introduzco el nombre de la canción, no del autor. La encuentro, pero el intérprete no es Conte. Se trata de Carla & The Real Lowdown. Aprieto play. No hay duda: es el mismo tema, pero en inglés. Dejo el tema sonando, me voy al navegador y googleo el nombre de la banda. Carla resulta ser Carla Sanabra. Canta en inglés pero su fenotipo y su apellido evidencian una hispanidad que detona mi curiosidad. Necesito más datos. Abro una pestaña y tipeo Face… y se despliega el muro de mi cuenta Facebook. El primer post dice: «Venezuela: hay que salvar a la libertad de prensa de Chávez y de los propios medios». Se trata de un artículo que escribe el periodista venezolano Boris Muñoz para un blog argentino llamado Puercoespín. Aprecio su trabajo y sin pensarlo dos veces, pulso “me gusta” y cliqueo el link. Compruebo el título y el sumario. Me desplazo rápidamente hacia abajo. Mis ojos recorren desordenadamente la pantalla, sin atrapar una sola frase. Me resigno y dejo abierta la pestaña para volver luego. Regreso a lo mío y digito «Carla Sanabra» en el campo de búsqueda. Facebook arroja varias opciones. Una de ellas es una página de artista con la única opción disponible: “me gusta”. Ya que estamos, clic. La página me informa lo que intuía: Carla tiene origen catalán. A lo lejos escucho mi lavadora enloquecida que empieza a temblar mientras centrifuga. Sigo preguntándome quién será Carla Sanabra y entro en Twitter. La pobre Carla acumula solo 68 followers. Decido seguirla. Antes de llegar a los 100, un nuevo seguidor es una caricia bendita para nuestro ego digital. Juro que el próximo viernes le regalaré un #FF. Allí consigo otro dato, su página web, que abro en otra pestaña. Se anuncia su nuevo álbum, que estará disponible en iTunes a partir de enero del año que viene y da la posibilidad al usuario de «precomprarlo». Clic. Hago un paneo general por la interface de la tienda Apple y descubro que, asociado a la discografía de Sanabra, está el soundtrack de El mercader de Venecia. Como había visto la película unos días atrás y me sorprendió el talento de Shakespeare como guionista (amores imposibles, traiciones dolorosas, avaricia, amistades incondicionales y un desenlace sorpresivo) vuelvo al navegador, clic, abro otra pestaña y me voy a Wikipedia. Digito «El mercader de Venecia». No sé exactamente lo que busco, pero me invade la certeza de un descubrimiento inminente. La extensión del artículo me decepciona. Honestamente, no tenía intenciones de leerlo en su totalidad, pero habría disfrutado la promesa de abundante información. No me conformo y hago otro clic en Michael Radford, el director de la película. Repaso su filmografía y los títulos me desmotivan. Todos, sin excepción, revelan una cursilería atroz: Pasiones de Kenia, Un plan brillante, Otro tiempo, otro lugar. Imagino que los títulos de las pelis son traducidos por la sobrina del dueño de la sala que compra los derechos de proyección. Me distraigo nuevamente y mis ojos se van hacia una pestañita abierta en el navegador hace ya muchas horas. Es un artículo de Ñ, el suplemento de literatura y arte del diario Clarín de Argentina. Hago clic y lo reviso. Se llama «Cantar con la boca llena». Leo el sumario. Tengo que leerlo completo y postearlo en mi muro. Menciona un libro de Puntocero y, en defintiva, para esto son las redes, ¿o no?

Mi prioridad, ahora, es saber si el guion de la película interpretada por Pacino le es fiel a la obra original de Shakespeare. Sigo hambriento de información y experimento otra iluminación: quizás en Amazon pueda conseguir una versión digital de El mercader… y así pueda leerla hoy mismo. Voy. Abro otra pestaña y busco la obra.

¡Carajo!, allí está y cuesta solo un euro. One click. Qué placer. Reviso el Kindle con la incredulidad estructural de quien vivió en el siglo XX, antes de Internet, antes de todo. Efectivamente, allí está el texto. Debe ser muy breve y me hace ilusión poder leerlo antes de dormir. Miro la hora en la esquina superior derecha de mi ordenador. La 1:15 a.m., dice. Quedo perplejo. Miro el reloj de la cocina. La 1:16, dice. Ya es de madrugada y no he comenzado a escribir. Reviso por última vez la hilera de pestañas en mi navegador. Son más de doce. Siento un intenso agotamiento en la zona cervical. Cierro el ordenador. Clic.

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Todos estamos escribiendo ese libro http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/wir-alle-schreiben-dieses-buch/ Fri, 04 Nov 2011 15:07:23 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=5640 Si existe un oficio desacreditado en estos tiempos es el de profeta. Vaticinar el rumbo de la política, la tecnología y hasta los movimientos sociales, cuando el diario recién salido de la imprenta ya es un inútil cúmulo de noticias masticadas en las redes a lo largo del día anterior, no parece una actividad que goce de mucho prestigio.

Visto a través de las pantallas, en el mundo todo se ve pasar pero nada se ve venir. No, al menos, con demasiada certeza. Son tiempos en los que parece estarse escribiendo capítulos importantes de la Historia, pero a tal velocidad que necesitaremos muchos años para leerlos.

Se suponía que con el advenimiento de computadores personales cada vez más portátiles y poderosos, y con el consiguiente desarrollo de toda una tecnología multimedia dirigida a todos los sentidos, el mundo entraría en una especie de analfabetismo, ya que los códigos alfabéticos caerían en desuso, suplantados por otros, más visuales y universales.
Y los computadores, en efecto, se hicieron mucho más poderosos y portátiles de lo que se pudo soñar diez años atrás (de hecho, Ipads, teléfonos de última generación y todo tipo de tablets y lectores de libros digitales con conexión wi fi, ya exceden el término “computador”), y sin embargo nos encontramos con una sociedad básicamente epistolar. Una sociedad que pasa el día comunicándose a través de la palabra escrita, enviando cada día millones de correos, tweets, SMS, comentarios y actualizaciones en decenas de redes sociales. En pocas palabras: vivimos, como nunca antes, un mundo escrito.
En ese mundo, la gente se encuentra por sus afinidades, al margen de la distancia geográfica, y se conoce y llega a amarse tras largas sesiones de intercambio epistolar. De igual manera, se entera de la realidad en la que amanecieron con sólo echar un vistazo a su timeline de twitter, el cual “armaron” a partir de la escogencia de las fuentes (no siempre periodísticas, por cierto) a las que decidieron seguir. Es decir, que esa inmensa masa humana que puebla el planeta, en tanto se vuelve más anónima y solitaria, más libertad hipotética tiene de expresarse, de conectarse por sus afinidades electivas y no accidentales (geográficas).

Y si bien la imprenta revolucionó la difusión de las ideas, y el telégrafo la relación tiempo/distancia para hacer llegar esas ideas, la web sintetizó ambas haciendo verdaderamente horizontales las comunicaciones humanas.

¿Qué cambios se han producido, entonces, en esta sociedad en la que hay ahora tantas voces hablando al mismo tiempo? Posiblemente ha perdido capacidad de concentración, banalizando la información. Quizá ha profundizado su sentimiento de desamparo. Pero a juzgar por lo que escriben, la gente en su vida cotidiana sigue sintiendo y conversando más o menos las mismas cosas que cuando Gutenberg y Morse. ¿Qué ha cambiado, entonces?, se preguntará el lector.

La Primavera Árabe, las concentraciones convocadas por las redes, las campañas de protestas a través de los hashtag, las tácticas de repliegue y retorno de las manifestaciones estudiantiles usando SMS, parecen indicar una cosa: en su relación cotidiana con sus iguales la Humanidad parece ser la misma de siempre, pero ha cambiado en su relación con el Poder. Esas millones de voces que leen el mundo y participan de su vertiginosa escritura, comienzan a restarle poder al Poder.

Son tiempos en los que parece estarse escribiendo capítulos importantes en el libro de la Historia, como ya se señaló. Si no los podemos leer con facilidad, es porque participamos de su escritura. Son pocos los indicios que permiten ver con claridad hacia dónde vamos. Acaso un síntoma, una certidumbre, parece asomarse en el horizonte: en este mundo en el que todos escribimos, el Poder tiene el inmenso reto de irse acostumbrando también a leer.

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El sueño de la fiera http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/der-traum-der-bestie/ http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/der-traum-der-bestie/#comments Mon, 04 Oct 2010 15:30:53 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2387 Ya no deseo adoptar un perro y ponerle un nombre literario que lo responsabilice de mi felicidad, mientras habito los límites entre la realidad y el sueño. Un nómada jamás debería sentirse desamparado, pues tiene una familia arquetípica que toma cuerpo en distintas dimensiones. Puede ser echado a la calle y dormir en un parque lleno de flores hermosas. Ahí soñará y más tarde sólo necesitará escribir: esa es su residencia, su compañía.

No tengo más que una obra literaria en la cabeza. Una obra que escribo. Una obra que deseo. Una obra que me provoca taquicardias; me empuja a probar fármacos; me hace llorar; me hace feliz; me excita, me sugiere el suicidio; me molesta, me hace sentir un imbécil; me hace sentir sagrado. Despierto e imagino que la escribo. Continúa la mañana y me enojo por no estar escribiéndola. Procrastino. Recibo llamadas, reviso el e-mail una y otra vez. Tengo sexo y lo anuncio por Twitter. Recibo emoticons de guiño 😉 Retuitean mis infidencias y soy la comidilla. Salgo a dar una caminata y sigo pensando en los capítulos que no consigo redactar. Cruzo la ciudad por la noche, me enredo con alguien para contarle la novela que tengo entre manos. No escribo, en suma.

Al despertar, la resaca me recuerda que he perdido un día más. Tiemblo, mientras me lavo los dientes. Abro el Gmail, esperando encontrarme con mucho trabajo pendiente: esto me resulta una forma de aplacar mi cargo de conciencia por el escaso avance con la novela. Reviso un par de traducciones. Hago una corrección, una edición por ahí. Ejecuto el copy para alguna campaña. Placebos, formas de escribir sin escribir, hasta que me encuentro el amable mail de mi traductora alemana, Barbara, ¡diciéndome que una vez más me he atrasado con el texto de Los Superdemokraticos!

Esto me hace feliz. Soy un sinvergüenza, pero me hace feliz. Lo entiendo como una obligación exquisita, un híbrido entre el requerimiento laboral y el placer. Incluso la imagino a Barbara como una Dominatrix Textual que me da un latigazo para hacerme llenar la cuartilla. ¡Plam! Y debo hacerlo porque Los Superdemokraticos es un proyecto que forma parte de mi agenda laboral, ¡pero también debo hacerlo porque es un proyecto que me restituye la dignidad de escribir algo equivalente a lo que llamo “la obra”!

¡Plam!

Barbara ha vuelto a pedirme mi ensayo y esta vez será su último llamado, pues Los Superdemokraticos es un proyecto que justo ahora termina. Y es por esa razón que este texto ahora pasará a hablar en tiempo pasado.

Durante estos meses pude ir experimentando literariamente con diversos artículos, alrededor de los temas sugeridos por las editoras de Los Superdemokraticos. Ellas me concedieron la libertad para abordar asuntos tan serios como la globalización desde la perspectiva de un ajolote; temas tan significativos como la violencia social, fueron conjurados por mis manos de Ninja que practicaban una especie de caligrafía invisible; cuando fue necesario hablar de sexualidad pude proponer una autobiografía bastante explícita; a la historia de mi país la imaginé como una pequeña tortilla de maíz ardiendo sobre el comal cósmico. Pude ir mostrando las formas en que percibo a la realidad, planteando diversas mutaciones desde mi corporalidad textual.

Escribiendo intentaba demostrarme a mí mismo que la conciencia es la creadora de la realidad… y fue divertido ver que llegó a organizarse una fiesta Ninja en Berlín, como prueba rotunda de dicha hipótesis.

A lo mejor recordarán que comencé esta aventura invocando a mi nahual, el jaguar, para obtener la fuerza necesaria. Así que terminaré en el mismo lugar, invocándolo, para cerrar este ciclo. A través de mis textos Superdemokraticos quise expresar que la poesía necesita crear a su propio doble proyectado en el tiempo: un animal que cuida el recorrido de su espíritu en la selva de los arquetipos. Que el poeta es el sueño de la fiera que adelanta su cuerpo entre la vegetación y salta con agilidad felina el vacío que distancia a las palabras del espíritu del lector: así mira a las mariposas como ideas que trascendieron la imposibilidad de volar desde la página.

No sé si logré llevar este mensaje con la calidad necesaria. La conjunción alquímica del tiempo con los lectores nos dará la única respuesta posible. Disfruté, eso sí, la magia de leerme en un idioma que no entiendo y que ahora deseo estudiar. Pero disfruté muchísimo más al leer los aportes de todos mis colegas latinoamericanos y alemanes: puedo garantizarles que no me perdí ni una sola línea escrita por ustedes. Intenté aprender del oficio y la originalidad que siempre exudaron. También sonreí y hasta lloré cuando algún texto alcanzaba a tocar la fibra más sensible.

Por lo dicho y por lo no dicho, a todos, editoras, traductoras, lectores y escritores, Superdemokraticos, ¡muchísimas gracias! Espero saludarlos muy pronto en algún rincón del Cosmos.

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