La representación de Alemania en el mundo, por lo menos para mi generación no está a cargo de los alemanes, sino más bien a cargo de los americanos. De ahí que probablemente lo primero que escuche un alemán como saludo en mi país sea un: “Heil Hitler”. Eso tiene que ver con el completo desconocimiento de la historia y con las películas de Hollywood, que son las que siguen reproduciendo el cliché. En mi caso el poder defenderme en un idioma tan enrevesado es visto como un mérito, ya que salvo por los estudiantes de filosofía en la mayoría de los países occidentales, el alemán hace mucho que no es un idioma universal.
La sociedad alemana no tiene fama de ser amigable ni si quiera en Europa. De ahí que con el estrechamiento de los vínculos dentro de la Comunidad Europea, el inglés sea el que se imponga lentamente entre la gente joven, también en las calles de Berlín. A nadie puede extrañarle el fracaso estrepitoso de la “Blue Card”, la versión limitada y burocrática de la Green Card americana, con la que los alemanes intentaron durante un tiempo “mejorar” el perfil de los migrantes que llegan a la República Federal Alemana.
Aquí la gran parte de la sociedad espera discursivamente que sus inmigrantes se integren, pero la mayoría de los programas orientados en ese sentido tropiezan con ese sentimiento de superioridad autárquico, que impide de entrada cualquier acercamiento productivo. Los cursos de idioma que ofrece el gobierno son el ejemplo más ilustrativo. No están pensados para satisfacer la curiosidad de los que vienen aquí por interés de conocer la cultura. Es como si a los alemanes les resultara inconcebible que alguien en su sano juicio tomara la decisión de aprender, de conocer mejor el país. La integración laboral está diseñada para introducir a los inmigrantes en la cadena de servicios, no para aceptarlos como sujetos. Es como si el gobierno o la propia sociedad no fuera capaz de reconocer y aceptar el intelecto del recién llegado y eso, a pesar de que nuestra generación, aquí también está abierta al mundo. Los gobernantes no nos representan.
De ahí que la imagen que desde Los Superdemokraticos queremos mostrar de Alemania sea completamente distinta a los clichés clásicos que persiguen a este país y a sus traumas. Los Superdemokraticos es una prueba más, como Deutsch Plus o Neue Deutsche Medienmacher, de que Thilo Sarrazin y muchos otros políticos populistas como él, se equivocan cuando intentan convencernos de que la integración ha fracasado o que la idiosincrasia alemana es inconmovible. Si eso fuera así Kreuzberg no existiría y existe, nuestra sociedad alternativa alemana es rica en experiencias, en facetas, en acentos y de una calidez humana que sorprendería a cualquiera. En nuestro contexto sólo existen ciudadanos que construyen en común una sociedad nueva, donde reír es parte del día a día y el alemán es nuestra lengua franca.
En septiembre, mes de elecciones en Berlín, nuestros autores reflexionarán sobre distintos aspectos de lo alemán y la imagen que tiene este país. Con eso queremos colaborar a que se disipen malos entendidos. La “Berliner Republik” que nosotros representamos es joven, cosmopolita y abierta al mundo. El alemán que nosotros hablamos es inteligente y divertido, aunque no siempre sea gramaticalmente perfecto y se merece gobernantes más despiertos, que estén en condiciones de entenderla. Nuestro hocico berlinés no piensa callarse…
]]>El centro urbano desaparece a mis espaldas al subirme al comienzo de la cinta transportadora interminable, y al quedarme inmóvil para dejarme desplazar. Detrás de la fachada de vidrio el ruido embriagado del barrio que rodea la estación central, sucio y cercano. Metro a metro la Alemania del oeste de siempre. En el vestíbulo de la estación se reparten jeringas y guantes de seguridad.
Francfort, no te extrañaba.
Me esperan cinco días en la Feria del Libro. Thilo Sarrazin va a leer, seguramente en alguna parte, con toda seguridad también Dieter Bohlen o alguna otra putica de algún casting-show, por lo menos Knut, el osito polar. De resto sólo hay cámaras. De resto sólo queda una mirada por encima del hombro del que tengo al frente. Allí dentro se le encuentra al escritor común más bien como a una mascotica de editorial, amorosa, insolente o abandonada, dependiendo de su tipo de contrato, de la suma de su anticipo, y de su capacidad de obedecer. Totalmente convencido de mi forma de actuar, dejo entonces a las conversaciones inerentes a la feria conversar sobre sí mismas.
Este año, en vez de compromisos, atiendo mejor el ruido embriagado del otro lado, preguntándome si existirán los guantes de seguridad que serían necesarios para la mayoría de Handshakes por dar.
Traducción:
Adriana Redondo