sumisión – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Las caderas de América http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/#comments Thu, 05 Aug 2010 15:00:22 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=577

A los trece años, más o menos, me crecieron las caderas. Las tetas seguían siendo de niña, pero las caderas se me iban ensanchando cada día más. Culpé a la genética, a las tías, a las indias, a las italianas, a las españolas, a las negras que eran parte de mi genealogía. ¿Por qué no hubo una angulosa anglosajona en mi árbol genealógico que amortiguara esta tendencia a las amplias caderas y a las tetas estrechas? Mi queja eterna se fue convirtiendo en un chiste familiar. Mi padre le comentó a la más ancha de sus hermanas que yo la culpaba de mis desgracias. Ella se rió, con una risa mucho más dilatada que sus caderas, y me llevó ante un tío abuelo para que me contara la historia de América. El viejito era cegato y mentiroso y me dijo que me levantara, que quería ver qué tan anchas eran mis caderas. Me miró con sus ojos encuadrados en pestañas canosas y dictaminó:

– ¡Bah! No son nada en comparación con las de América.

Su hermana mayor, América, se había encargado de la familia y de la casa tras la muerte de la madre. En sus amplias caderas cargaba a todos sus hermanos pequeños y así salía a recorrer el campo o seguía en los quehaceres domésticos. Era bella porque en aquellos días la amplitud era un regocijo para la mirada. Los hombres se deshacían en piropos cada vez que veían venir a aquella humanidad acaderada. América, amplia como los llanos venezolanos, cuidando a sus hermanos, madre anticipada, nunca se casó porque era tan bella que su belleza no encontró un pretendiente a su altura, sus caderas no encontraron un cuerpo que pudiera arroparlas. Ella y sus caderas envejecieron en la casa familiar, cuidando primero a los hermanos, luego al padre, finalmente a algunos gatos.

A los trece años aquella historia de sumisión, soledad y responsabilidad prematura me pareció tétrica. Las caderas de América, lejos de consolarme, me parecían un mal presagio. ¿Acaso la historia también se heredaba y yo, hermana mayor, tendría que encargarme de la casa y la familia y terminaría mis días en la más recóndita soledad? Pensé en una máquina para quebrar caderas, como esas que achican los cráneos. Pensé en todo tipo de deportes y liposucciones. Quise parecerme a las fotos de las revistas y no a las que estaban en los álbumes familiares. A pesar de todo eso, las caderas siguieron creciendo inexorablemente y los senos involucionaron, aún después de amamantar hijos. Heredé las caderas de América, sin lugar a dudas; no así su historia.

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