* Me sorprende este texto durmiendo en el bosque, en una pequeña casa de la familia en la selva tropical cerca de la costa. Es la época lluviosa y las tormentas llenan los ríos e inundan los campos. En la mañana tomo café y salgo descalza a tocar la tierra. Hay caracoles diminutos, pequeñísimas ranas, lagartijas que corren sobre el agua, gusanos que se arrastran entre los dedos. Todos están saliendo espantados del barro, bombardeados por las gotas y los pasos, alertados por la cafeína que ahora sudo. Ellos y yo, aquí todos somos cuerpo.
* Mis pies están llenos de cicatrices de todas las veces que me he parado en un vidrio, mis piernas han sido golpeadas por mesas, tablas de surf, salientes en el asfalto, depilaciones apresuradas, la vida corriendo por otros países y quizás huyendo de este. Examino las marcas mientras estamos sentados en la arena de la playa quemándonos la piel y los deseos. Todas estas cicatrices menores son mucho más evidentes que la cicatriz de cuando me sacaron el tumor, que está debajo del traje de baño como si nada hubiera pasado.
* Cuando flotamos en el mar sabemos exactamente el peso que tenemos, el hígado dolorosamente hinchado por el alcohol de ayer . Nosotros intoxicándonos y el cuerpo perdonándonos constantemente. Abrimos la boca y nos llenamos los pulmones de aire, eso que nos levanta a la superficie y nos salva de la muerte. De repente empieza a llover y a nadie le importa. La lluvia tropical es como una sábana blanca que cae sobre las personas y las cosas. A veces me parece que respiramos debajo del agua, sin pensarlo mucho, y que es a los primates marinos a quienes debemos esta fisiología improbable.
* Cuando yo nací no tenía una cuna, sino una hamaca como esta en la que me acuesto en las noches, y me balanceaba entre mis padres y las estrellas bajo el halo de un mosquitero. Era la forma en que nos íbamos a dormir todos con menos miedo, oyendo las gotas golpear el techo. A veces extraño ese calor de sus cuerpos, sus manos salvadoras, el vaivén de la hamaca en una parábola predecible. Entre entonces y ahora han venido los males, cicatrices y arrugas, dudas sobre la mortalidad propia y ajena, la salud y la enfermedad que se intercambian como las olas. La hamaca todavía sostiene mi cuerpo, este misterio regulado por sus propias mareas, una masa concreta que se deteriora lentamente de formas alarmantes y se regenera sin avisar, que de alguna forma todavía me contiene.
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