Schere – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Sobrevivir el día http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/den-tag-uberleben/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/den-tag-uberleben/#comments Sun, 20 Jun 2010 18:35:13 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=233 La vecina de mi abuela juró hasta la muerte que dos de sus hijos eran del mismo padre, aunque había evidencias circunstanciales y físicas que indicaban lo contrario. Uno era moreno y de ojos rasgados, silencioso, tranquilo, igualito al vecino. El otro era rubio y revoltoso, dispuesto a pelearse con cualquiera para defender la mitología familiar a puño cerrado.

Ser inmigrante es tener dos historias. Y teniendo más de una, se conoce que cada historia se compone de más o menos los mismos ingredientes: hechos comprobados, aspiraciones grandiosas, vergüenzas pueblerinas y orgullos mal encaminados. Y ante la duda, no falta un puño cerrado para mantenerlo todo vigente. La historia es la mitología que la gente necesita para sobrevivir hasta el final del día.

Vine a los Estados Unidos sintiéndome agredida por los antecedentes. Creciendo en una familia centroamericana de izquierda, con amigos de izquierda y libros de izquierda, nuestra visión de los Estados Unidos siempre fue una: la política. Nuestra historia conjunta es la de la explotación de los recursos y el apoyo a los regímenes violentos, el aplastamiento de los movimientos populares y el sostén de las dictaduras. El turismo depredador, la basura cultural, la atolondrada guerra contra las drogas. Vine preparada para el racismo, el egoísmo y el consumo, porque esa era la mitología que necesitaba para poder venir. Estaba menos preparada para la solidaridad, el respeto, la profunda alegría, las luchas de los invisibles. En fin, para las sorpresas de la historia.

En mis primeros meses de inmigrante, sin poder trabajar legalmente, me dediqué a andar por la ciudad y para establecer alguna prueba de residencia, lo primero que hice fue sacar un carné de la biblioteca pública. En mi país de origen las bibliotecas públicas son un agradable recuerdo del pasado, como los telégrafos. Sabemos que fueron importantes, útiles y posiblemente queden algunas en funcionamiento, pero la falta de uso (eso, y que carecen de todo presupuesto) básicamente las han borrado del imaginario colectivo. En esta biblioteca enorme, rodeada de personas sin hogar que merodean por los pasillos, me puse a leer.

La ciudad fue mi introducción sesgada a los Estados Unidos. Leí sobre la fundación de los jesuitas, sobre la fiebre del oro, sobre los marineros que se emborrachaban en un bar y despertaban en un barco camino a Shanghai. Leí a los poetas beat y hablé con hippies que protestaron en Berkeley en los 60s, los que marcharon por los derechos de los homosexuales junto a Harvey Milk. Recorrí los anónimos parques industriales donde vive la Internet. “San Francisco no es los Estados Unidos”, me advirtieron todos. Es verdad.

Ya trabajando con un grupo local me tocó viajar al centro de California, una extensa región agrícola donde el aire huele a alcachofas, a fresas y a espinacas. Conocí a dos de las numerosas familias de campesinos Hmong que inmigraron a principios de los ochenta. Conocí a una mujer salvadoreña recién llegada, que cosechaba cebollas bajo un sol alucinante. Vi los mapas de cuando todo esto era México y los inmigrantes eran los demás. Conocí Los Ángeles, una ciudad apocalíptica que, gracias a las maravillas del cine, se inventó un espacio-tiempo propio y esclusivo: una fábrica de historia.

Luego vino Nueva Inglaterra, donde está la historia que sale más en los libros norteamericanos, de señores con pelucas blancas. Aquí es donde fue a parar el Mayflower, que debió ser el navío más grande del mundo tomando en cuenta la cantidad de americanos que aseguran descender directamente de uno de los pasajeros. Descubrí que muchos estadounidenses aman la genealogía y se obsesionan por saber su origen, como mitología de apoyo. Los latinoamericanos generalmente nos encogemos de hombros y preferimos no alborotar a los monstruos del pasado.

Conocí Nueva York y Washington DC, donde las noticias dicen que está pasando la historia. No vi que pasara nada. No vi más que un montón de gente: gente pobre, gente de mucho dinero, gente con intereses pequeños, con responsabilidades enormes. Gente persiguiendo lo que cree que es la felicidad. Gente que extraña su hogar verdadero. Gente que nunca quiso venir, que se equivocó, o que no se podría ir jamás. Millones de historias individuales que de alguna forma, en los silencios entre una y la otra, van dibujando el curso de la historia colectiva.

Y una vez, en un otoño húmedo de pantano, conocí Nueva Orleans. Vi las cercas, los muros, los postes donde quedó marcada como una línea la altura del desastre de Katrina. Vi a un hombre tocando jazz y llorando, directo en el saxofón. Recordé a Harriet Jacobs, una esclava escondida por siete años en un ático estrecho, viendo a sus niños crecer esclavos por un agujerito en la madera. Por la ventana del tranvía me imaginé los uniformes de la esclavitud, las casas de la esclavitud, los dolores de la esclavitud que aún no se apagan y las extensas mitologías que hubo que inventarse para sostener la injusticia y la miseria por tantos siglos.

La próxima semana empezaré un viaje por algunos estados del centro de los Estados Unidos que parecen todos iguales en el mapa. Si las cosas salen bien atravesaremos Nevada, Utah, Wyoming, Nebraska, Iowa, Illinois y Michigan. No tengo idea de qué significa eso, supongo que tendré que encontrar alguna biblioteca. Tengo algunas referencias vagas, sé que veré un desierto, muchas planicies, un par de ciudades, muchos campos de maíz industrial. Sé que veré Detroit, la ciudad automotriz en decadencia que ha sido tomada por artistas y activistas, a falta de trabajadores. Voy detrás de la historia de un país que ya no existe.

La pobreza, la esclavitud, la exterminación de los pueblos indígenas, la opresión de las mujeres dejaron un país lleno de heridas, que no se termina de encontrar en su enorme territorio. Cuando yo llegué vine a un Estados Unidos destrozado por sus propias guerras, que terminó de cabeza en sus trampas económicas, donde millones y millones de vencidos han sido eliminados de los libros. Donde las personas sin hogar merodean los pasillos de la biblioteca pública. Un país escaso de esperanzas que a la vez insiste en un optimismo irritante y testarudo.

Poco a poco me voy haciendo mi propia mitología de este territorio que ahora es mi casa. Una combinación de lo que pensaba antes y lo que sé ahora. Aunque a veces pierdo la paciencia y no entiendo nada, me sentiría huérfana viviendo sin el abrazo de la historia, la mía propia, la que está en los libros, la que me cuenta la gente, la que voy fotografiando por la ventana del auto un domingo de carretera. Al final la historia soy yo, viviendo aquí con otros, empujando el mundo para donde va.

]]>
http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/den-tag-uberleben/feed/ 4
Una tierna convicencia http://superdemokraticos.com/es/poetologie/zartliches-miteinander/ http://superdemokraticos.com/es/poetologie/zartliches-miteinander/#comments Sat, 12 Jun 2010 11:00:52 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=192

Mi nombre es María Medrano, nací y vivo en Buenos Aires, Argentina. Soy poeta y editora de un pequeño sello editorial llamado Voy a Salir y si me hiere un Rayo, dedicado a la difusión de la poesía contemporánea latinoamericana. Con el mismo nombre funciona una distribuidora de editoriales independientes que llevamos adelante con una amiga hace muchos años. Nuestros libros llegan a más de sesenta librerías de Buenos Aires y del interior del país. ¡Las Voy a Salir… somos las delears de la poesía argentina!

También soy peluquera autodidacta, muchos poetas pasaron por mis tijeras y estoy pensando en abrir un localcito…. “María Medrano: poeta y peluquera”, no está mal. Me imagino los cortes más poéticos, más punkis, más malditos, cortes románticos, surrealistas, objetivistas… colgaría un cartel gigante de neón, en fucsia o bermellón, y sonarían boleros y cumbias de fondo, también algo más darki para los más extremos, haríamos lecturas con corte en vivo y convites… Estilo Rimbaud, estilo Beckett, estilo Moore, estilo Pizarnik… yo creo que sería un buen negocio, ¡si acá todo el mundo escribe poesía y quiere parecerse a otro!

A los 20 años entré a trabajar en Tribunales (nada menos glamoroso). Ahí conocí a una chica rusa, llamémosla E.
E. cayó detenida y yo, como escribiente del juzgado, debía tomarle declaración indagatoria. Nunca me sentí tan fuera de lugar, tan desubicada, tan sin mi lugar en el mundo.

El fin de semana siguiente a la indagatoria fui a visitarla al penal, y de ahí en más, durante tres años y seis meses la visité cada fin de semana, no falté ni uno. Ahora ella, es una gran amiga y es parte de mi vida, de mis afectos, y es de alguna manera la “culpable” de haberme hecho conocer una parte del mundo (el mismo que habitaba y desconocía) y plantó una semillita a partir de la cual nació un proyecto increíble, que hoy comparto con un grupo de mujeres fantásticas. El proyecto, que empezó en el año 2002 con un taller de poesía que coordino hasta el día de hoy, se transformó en una organización que se llama Yonofui (www.yonofui.org.ar)

Con E. aprendí muchas cosas, escribí un libro a partir de nuestro encuentro: Unidad 3 y además me pasó unos tips de peluquería impresionantes que aprendió en un taller en la cárcel.

Hoy Yonofui, es un modelo de empresa social cuya base se asienta en una búsqueda estética y de transformación social a través de la capacitación en artes y oficios y del trabajo autogestivo. Enfoca su trabajo en las mujeres privadas de libertad y en aquellas que ya la recuperaron.

Los talleres funcionan en las cárceles, y afuera, en un espacio en la ciudad, en un predio municipal que fue recuperado por los vecinos en la famosa crisis del 2001 y que bautizaron Asamblea de Palermo, en pleno auge del surgimiento asambleario. En el fondo hay un árbol de palta hermoso, ahí tenemos nuestros talleres de serigrafía, encuadernación, fotografía, poesía y diseño textil donde vienen las mujeres que están con el régimen de pre libertad, es decir que vienen desde el penal a pasar el día al taller, y después vuelven a la cárcel.

Yonofui es un espacio donde más allá de todo, lo que nos proponemos es un cambio en la manera de relacionarnos entre las personas, de relacionarnos con el trabajo y con el dinero… y revalorizar el cooperativismo, sí, aunque nos digan que ya fue, que eso es demodé, que somos unas hippies… creemos que es posible una construcción más amorosa entre las personas.

Y así, mis días son una mezcla de actividades que tienen que ver con Yonofui y con Voy a Salir…Desde ir a las cárceles dos o tres veces por semana, a las librerías, a los juzgados, a los talleres, a organizar eventos, lecturas de poesía y ferias, reuniones serias con gente seria, reuniones con artistas mucho más divertidas.

A veces agarro la bici y pedaleo y pedaleo, esquivo bondis, taxis, millones de autos que llenan el aire de negrura y pienso que voy a levantar vuelo… como E.T. y que me voy a ir bien lejos de todo esto. Pero después bajo, y me doy cuenta que estoy metida hasta la médula en cada una de las cosas que hago… y me agarro a la tierra… y estoy bien, contenta de sentir el viento en mi cara.

Otras veces la gente te pregunta sobre lo que hacés y uno se da cuenta de que te miran con una cara como diciendo “y estos todavía piensan que pueden cambiar algo…”

Creo que hoy la militancia, y como reescritura misma de ese concepto, al menos para la gente de mi generación, pasa por ahí: por la reunión con personas que comparten ciertos intereses, por una visión y acción verdaderamente pluralista, por proyectos con alto compromiso cooperativista que proponen algún cambio en las relaciones entre las personas.

Si, es verdad que el ser humano es peor que el gas lacrimógeno, pero podemos ser un poquito mejor…

]]>
http://superdemokraticos.com/es/poetologie/zartliches-miteinander/feed/ 2