Regierung – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Desechos leche de máquinas http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/maschinenmilchmull/ http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/maschinenmilchmull/#comments Mon, 29 Aug 2011 07:00:40 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4965 Siguiendo a Heiner Müller

Cuando ellos caminen por su cuarto con un cuchillo de carnicero en la mano, ustedes sabrán la verdad.

Amparado en acero fino, concreto de vidrio, Hartz IV*. Detrás mi repugnancia. Ella es un privilegio. Yo soy un privilegiado porque tengo tiempo para escribir este ensayo. Nosotros ya tuvimos nuestra revolución en 1989, así haya sido solo una contrarrevolución; ahora hagan ustedes la suya. En la soledad de un aeropuerto espiro. Mi reino por un asesino es H&M. Carcajadas en barrigas de muertos. La dignidad asfixia las esperanzas de cada generación en sangre, cobardía y estupidez. El cuerpo humillado de las mujeres. Todo sin la dignidad del cuchillo, de la llave de golpe de acero, del puño. En pocas palabras: pobreza sin dignidad. Una Alexanderplatz sobre-edificada, para que un 1989 no se repita. Rostros con cicatrices de la batalla del consumismo. Un carro de guerra centellea por una valla publicitaria, yo voy por las calles, tiendas de descuentos…donde los poderosos nunca ponen un pie. La repugnancia de cada día por la lucha por un puesto, por los votos, por las cuentas bancarias. La repugnancia de cada día grabada en las fachas de los hombres de acción. La repulsa pulsa por las mentiras en las que se cree. Las mentiras que vienen de los mentirosos, de nadie más. Las mentiras en las que se cree. Pues tu o mi repugnancia no son nada. Danos, pero no hoy, nuestro asesinato de cada día. Danos hoy, ya mismo, como un interruptor, nuestro asesinato de cada día. ¿Cómo se deletrea “comodidad”?. La repugnancia pegada a la palabrería del  Power-Point-Alemán en la radio, que fija 8 a 12 horas de jornada de trabajo,  pegada a la alegría por decreto en las fiestas de fans del mundial en Alemania (también llamadas Public Viewing, que en USA significa el velorio público de un muerto). La repugnancia pegada a la televisión, al Internet, que esta compuesto solo por arañas y moscas, nada más. La repulsa pulsa por todo lo que esta por venir.

Unido a mi unificado Yo, me voy a casa a matar el tiempo. Los zombis disecados en los pornos no mueven ni una mano. En sus vaginas se pudren los penes. Las redes sociales son la coartada de una generación que es tan cobarde que no se atreve a llevar a la calle, eso a lo que se le llama protesta. Los poetas subieron sus rostros al perfil del usuario, a su cuenta de usuario.

Los volúmenes de poesía se perdieron. Flema de palabras secretadas en mi insonorizada ampolla de historietas. Respirando calmada detrás de unas puertas de ala de gaviota, sangrando entre el montón, mi poesía no se ha vendido. Yo soy el banco de datos. Mis Yos poéticos son saliva y escupitajo, cuchillo y herida, diente y garganta, cuello y soga. Yo atiborro mi computador con mis datos. Yo soy mi prisionero.

A la llamada por más libertad, se lanza el grito por la caída del gobierno. En el balcón de un edificio gubernamental un hombre con un vestido mal ajustado, habla tanto hasta que la primera piedra lo golpea y le toca retirarse, a él también, detrás de la puerta de cristal antibalas. Se arman grupos, sus voceros se levantan. Cuando el tren se acerca al barrio de gobierno, se queda quieto frente a un acordonamiento policial. Algunos policías, si están atravesados en el camino, son arrastrados a la orilla de la calle. Marcha lenta de la cámara de un móvil por una calle de una vía hasta un parqueadero irrevocable, reubicado por peatones armados. La calle le pertenece a los peatones, durante el tiempo de trabajo y en contra de las normas de tráfico. La sublevación siempre comienza con un paseo. Mi poesía, si todavía se vendiera, se vendería en tiempos de sublevación. Tras la caída de las metáforas viene, después de un tiempo prudencial, la sublevación.

Yo no soy H&M. Yo no compro ahí. Yo ya no me inscribo, ni escribo… en una poesía que ya ni a mi me interesa. A mi alrededor, y sin preguntarme, se levantan viejas fachadas. De gente a la que mi poesía nunca le interesó, para gente, a la que nunca le va a importar nada. Una sociedad envejecida nunca se ha enfrentado con la muerte. La añoranza por la monarquía se levanta en forma de castillo urbano.

Vestido de sangre salgo a la calle. Desentierro el reloj de mi pecho, que era mi corazón. Lanzo mi ropa al fuego. Le prendo fuego a mi cárcel.

Traducido por: Natalia Guzmán Díaz

*Nota de traducción: Hartz IV es un nombre que se da a las recomendaciones surgidas de una comisión para las reformas del mercado laboral alemán en 2002. La IV reforma empezó el 1 de enero de 2005. Popularmente se usa este nombre para hablar de las personas que reciben seguro de desempleo del social por un largo periodo de tiempo.
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¿Quién es ese? http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/wer-ist-das-denn/ Wed, 15 Jun 2011 07:01:01 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4109 1.

Mi tercera noche en Sao Paulo, Brasil, conversé con algunos contemporáneos que acababa de conocer, profesores de historia, productores audiovisuales, filósofos, artistas, estábamos en una fiesta. Fue en 2005. Había buena música en vivo y cachaça de calidad. Pese a eso, no sé cómo hicimos para ingeniárnosla y terminar hablando de sexo y política, dos temas que, como sabemos –vamos, hombres de acción– son menos para hablar y más para hacerse.

Y habrá sido por mi pésimo manejo del idioma, pero en uno de mis regresos de la cocina, con la vista nublada y una botella en cada mano, entendí que el segundo tema les interesaba más que el primero. Total que después de los movimientos libertarios, de los medios de comunicación alternativos y del cine de guerrilla, saltó el nombre, o más bien el apellido, que a todo venezolano le sueltan en el extranjero desde hace una década, más o menos, siempre en señal interrogativa: ¿Chávez?

Yo siempre me río, y si estoy en una fiesta, pido un trago. Y si no hay trago, pienso en sexo. Pero respondo. Primero con una pregunta, en broma: “¿Quién es ese? No lo conozco”. Después con lo que me salga para llevar la contraria.

Pero esta vez me hice el oráculo: “¿Qué quieren saber?”

Una buena amiga, a quien admiro por su buen carácter, su experiencia y algo que me gusta concebir como su claridad maternal, me suele decir: “Esto que está pasando en Venezuela es interesantísimo”, y hace una pausa antes de terminar la frase: “Si viviéramos en Europa”.

Más o menos por ahí quise comenzar a responderle a mis nuevos camaradas de la noche bilingüe, pero se me ocurrió algo mejor: invitarlos a quedarse en mi casa los días que ellos quisieran, aprovechando la celebración del Foro Social Mundial, que se celebraría en Caracas –como en efecto fue– en el primer trimestre de 2006.

2.

Durante la celebración de ese festín multitudinario y encantador al año siguiente, un compañero de mi trabajo en ese momento supo convencer a una turista neohippie de su admiración por el presidente, quien, le aseguró él, había hecho todos los esfuerzos por construir el Metro de Caracas enterito para ellos y en tiempo récord. Y aquí está, le dijo, me gusta imaginar que guiándole un ojo antes de tomarle la mano.

La mujer, enseguida, se enamoró. De mi amigo, del Metro y de Chávez. Mi amigo tiene una orientación política definida, apunta siempre al centro, hacia ese lugar exacto que se ubica entre las piernas de las chicas. Digamos que en ese momento ejercía la diplomacia. Nunca me dijo si logró tener sexo con la extranjera, pero de hacerlo, ¿quién podría negar que una mínima cuota de responsabilidad sobre ese polvo le correspondía a las mentiras que se desprenden del poder del presidente?

La mentira necesita de la verdad para vivir, pero sobre todo necesita del tiempo para existir. Una mentira no es hasta que se revela, hasta que se comparte, hasta que se grita. Pero tiene un problema, desconoce las distancias y se transforma según la geografía.

Eso fue parte de lo que vivieron también los dos valientes brasileños que se atrevieron a venir y quedarse en mi casa, entonces un anexo que compartía con una novia, que ahora vive en Europa con otro novio y no para de hablar de las bondades de andar en bicicleta, por decir algo pequeño.

Aquellos valientes, pareja de las buenas y amantes del discurso antiestadounidense de Chávez, viajaron por varias ciudades de Venezuela y se detuvieron en Caracas. Él se enfermó y ella lo cuidó como pudo. Tuvieron que conformarse con aceptar que este gobierno estaba crudo y notaron que los precios de los productos y servicios, versus los salarios básicos y promedios, eran muy elevados, pero que desde afuera se veía mejor. Yo, para que no salieran decepcionados, les dije que el balance estaba en entender que desde adentro también había muchos que lo querían ver peor.

Casi desde el principio de su mandato se instaló entre muchos venezolanos que conozco una fórmula simple para analizar la política nacional: si te gusta Chávez lo defiendes y si no, lo atacas. Fin del asunto. Cualquier duda te ubica en la acera contraria o, peor, en un limbo inaceptable. En un hoyo negro. Chávez ha acumulado mucho poder. Secuestra culpas y méritos. Casi todo lo que ocurre es su responsabilidad. Si el país está bien, es por él y su gobierno. Si está mal, también, aunque a veces entran en juego los lugares comunes de los medios de comunicación.

3.

Me niego a participar de esa mentira automática. Por ejemplo, doce años después de llegar al poder y vender un Socialismo del Siglo XXI que puede tardar cien años en descubrirse, se le ha metido en la cabeza algo que ha llamado “Misión Vivienda”, que no es otra cosa que ofrecer la construcción de millones de casas para millones de personas que no las tienen. Algo digno de aplaudir, si los indicadores macroeconómicos y de producción no lo contradijeran con una realidad que pasma.

No solo participé en una investigación periodística de dos meses sobre el tema de las estafas inmobiliarias que perjudican a las clases baja y media venezolana, y son consecuencia, entre muchos factores, de la corrupción, de la baja producción de cabilla y cemento y del enfrentamiento entre el sector público y las constructoras privadas en el país; sino que además tengo un promedio salvaje de mudanzas: 0,87 veces por cada año de mi vida. Digamos que si me llegara a mudar nuevamente antes de octubre ese promedio podría aumentar a 0,90.

De modo que sé lo que es padecer el hecho de no tener un techo propio. De modo que me encantaría que esa promesa sostenida un año antes de las elecciones presidenciales, se cumpliera, por la alegría de un gentío. Pero no soy la extranjera del Metro. De modo que quiero, pero no creo ni de lejos que se logre cumplir.

Así va este país. Cuando Chávez prometió que se cambiaría el nombre si pasado un año de su gobierno seguían existiendo niños indigentes, la mentira no se había consumado.

Pero así son las revoluciones, exigen nuevos paradigmas, y el costo de verdad que arrastra un hombre apasionado por el poder, por sí mismo o por la historia, suele llevar consigo el pesado lastre de la memoria. Han pasado doce años y hasta donde sé, se sigue llamando Hugo.

Es entonces cuando se hace necesario recurrir al peso de las palabras. Nombrar las cosas de otra forma es ofrecer nuevas perspectivas, imaginar, construir posibilidades. Eso es, entre las medidas sociales positivas y una larga lista de fracasos, sobre todo, lo que se ha hecho. Donde antes había una realidad con un nombre, ahora hay una realidad muy parecida, buena o mala, pero con un nombre distinto. Y sobre todo, cargada de esperanza para los más necesitados. Eso, cómo no, tiene algo de revolucionario, pero más de populista que de socialista. En el futuro, las mentiras no existen. Y un buen político, al igual que un buen artista, debe saber que como escribió Antonio Machado, la verdad también se inventa.

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¿De qué otra cosa podemos hablar? http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/uber-was-sollen-wir-denn-sonst-reden/ Fri, 17 Sep 2010 23:04:09 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1628

México sobrepasa mi capacidad de comprensión. Tal vez el error consista en querer aproximarse por medios racionales. No es posible entenderlo. ¿Cómo entender el mal, la crueldad, la degradación que caracterizan el momento por el que atraviesa el país? No me gustan los juicios morales, pero las circunstancias insistentemente invitan. O tal vez cuando digo el mal, la crueldad, la degradación, más que un juicio moral lo que intento expresar es mi horror: un horror que viene de la víscera más que del juicio. Y por supuesto que no se trata sólo de un momento: esto viene de antes y seguirá después. Sí, lo sé: siglos de corrupción, pobreza, desigualdad, autoritarismo, opresión. Pero no basta la perspectiva histórica para explicarlo. Hay algo más que no comprendo. Algo metafísico. Nacer en México ya es karma, decía un astrólogo. Pero el esoterismo tampoco basta.

Ante la creciente ola de violencia el presidente Felipe Calderón (responsable en parte dada su mala estrategia en lo que él ha llamado “guerra contra el narco”) tira línea y pide a los medios de comunicación que no alarmen a la sociedad. Pero ¿De qué otra cosa podemos hablar? : así tituló muy atinadamente la artista mexicana Teresa Margolles su exposición en la pasada Bienal de Venecia. Una instalación brutalmente acertada realizada a partir de materiales que la artista recolectó en escenas del crimen principalmente relacionadas con el narco: los pisos del antiguo palacio veneciano fueron “lavados” con una mezcla de agua y sangre de las víctimas (en ocasiones a su vez victimarios), en las paredes se expusieron mensajes de asesinos bordados en oro sobre lienzos empapados en sangre (en alusión a las “narco-mantas”), y se exhibieron ostentosas joyas narco-style fabricadas con oro y astillas de cristales (a manera de diamantes) de parabrisas quebrados en los tiroteos. La instalación se tensa casi en una ilegalidad al trabajar con materiales que son pruebas policíacas y periciales. Materiales cuya obtención por parte de la artista implica la corrupción de las autoridades oficiales. Ciertamente una imagen de México muy acertada simbólicamente en su paradójica literalidad y que molestó profundamente al gobierno federal.

La instalación de Margolles trabaja con el miedo y la ansiedad corporal e invita a reflexionar en torno a ellos casi como una provocación. ¿No es finalmente el miedo un eficaz mecanismo de control? Todos hemos vivido un ejemplo palpable a partir de los atentados del 11 de septiembre: ahora intentar introducir una botella de agua a un avión te convierte en un sospechoso. ¡Una botella de agua! Vivimos en una época de paranoia generalizada y con esto no quiero decir que el peligro no sea real. Pero lo cierto es que cada día odio más los aeropuertos pues se han convertido en una suerte de performance del miedo y el control. Y odio sentirme controlado.

Por eso ya no sé qué pensar, qué pedir, qué exigir, qué proponer ante situaciones tan terribles como la noticia que apareció hace unos días: 72 migrantes latinoamericanos fueron ejecutados a manos de los Zetas (un grupo de sicarios relacionados con el narco). Los Zetas operan así. Y entre sus múltiples actividades se encuentra la de secuestrar migrantes porvenientes de centro y sudamérica que pasan por México intentando llegar a los Estados Unidos en busca de trabajo. ¿En qué clase de país estoy donde pueden matar de una sola vez a 72 personas impunemente? Lo primero que me viene de la víscera es exigir orden y control a las autoridades. Luego mi propio deseo me asusta. Cuántos totalitarismos y crímenes de Estado no han surgido de esa misma exigencia popular. Eso por no hablar de la corrupción, complicidad y criminalidad de las propias “fuerzas del orden” mexicanas… Y lo cierto es que en esta “guerra contra el narco” han habido muchísimas víctimas civiles, inocentes muertos por las balas del ejército o la policía. Como dice la canción de Liliana Felipe: “Tienes que decidir / quién prefieres que te mate: / un comando terrorista / o tu propio gobierno para salvarte / del comando terrorista…”.

Por supuesto que habría que legalizar las drogas. Y por supuesto que hablar de una “guerra contra el narco” en México es una hipocresía cuando el dinero obtenido por el tráfico ilegal es uno de los sostenes de la economía nacional. Los políticos y las autoridades, si en verdad quisieran hacer algo, deberían comenzar por leer El almuerzo desnudo de William Burroughs.

En fin, en fin. Mientras tanto, una querida amiga, la poeta María Rivera, acaba de proponer en su facebook, una suerte de sabotaje-protesta civil: invita a los consumidores recreativos de drogas a dejar de comprar sus dulces hasta que los niveles de violencia bajen. Un boicot como uno lo haría con cualquier otro producto que atentara contra un principio que consideramos valioso. Porque también está el asunto de la propia complicidad. Imagino una marcha extravagante donde todos mis amigos con los ojos desorbitados por el síndrome de abstinencia avanzaran por las calles gritando consignas como: “¡Hasta que no termine el thriller / no le compro a mi dealer!” Puede ser. Quién sabe. Yo ya no sé.

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El lugar donde vivo http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/#comments Fri, 27 Aug 2010 07:04:02 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1291 Más que la situación de mi país, me interesa la situación en la ciudad que habito. Caracas tiene entre 4 y 8 millones de habitantes, según el opinador de turno, entre 22 y 80 muertos por semana, depende del periódico o el representante del gobierno que presente las cifras; tiene siete alcaldías, pero una, la que se dice “mayor” y se supone que regula a otras cinco, no trabaja, o no la dejan trabajar, porque la séptima, que es reciente y fue creada por el poder ejecutivo, que en Venezuela domina al resto de los poderes, es del partido de gobierno y ahora la de mayor influencia. O no.

En todo caso es un pastel de dinero que va y viene y uno, ciudadano y peatón, por no ser muy pobre o muy rico o muy artista prestado al juego de la política electoral, no sabe si los recursos se destinan, y menos si llegan a donde tienen que llegar. En total son siete alcaldías, pero podrían ser seis, o cinco y media. En esta ciudad las exactitudes son poco más que un lujo inútil.

Cada una de las cinco y media o siete alcaldías tiene su sistema de seguridad preventiva, cinco de ellas cuentan con cuerpos policiales que se dividen en brigadas para detener y castigar, en caso de que lo consideren necesario, y algunas hasta regulan el tráfico y la circulación de vehículos, pese a que también existe un organismo llamado Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre que cuenta con fiscales para ejercer tales funciones. He leído, según declaraciones del que fuera presidente de esa institución en 2008, que la capital ostentaba el 40 % del parque automotor de Venezuela, y que ese año circulaban diariamente por la ciudad más de 2 millones de carros, 400 mil de ellos para cruzar de un estado a otro. Actualmente deben ser cientos de miles más, pero digamos que al sacar la cuenta resulta que uno de cada dos habitantes tiene un vehículo en Caracas.

O bueno, uno de cada cuatro. Depende.

Hasta hace un par de años, aquí la hora pico se estimaba entre las 6 y las 8 de la mañana, al mediodía, y entre las 5 y las 7 de la noche. Ahora redondeamos: entre las 6 de la mañana y las 7 de la noche, o un poquito más tarde, puedes quedar atrapado en un tráfico que va de una a dos horas. Así que si vas en tu automóvil, o en transporte público superficial, relájate, no es mucho lo que puedes hacer.

Caracas tiene muchos parques. Es una ciudad gris con lunares verdes, igual que su pelo pintado en forma de cerro gigante que mira al mar Caribe, por donde trepan los caminantes que se conectan con la naturaleza, y un cielo bastante azul. La barba y los vellos del cuerpo, por seguir con el juego, eran también montañas de árboles y terrenos diagonales y baldíos y quebradas y mucho monte, y ahora son casas construidas por sus propios habitantes, hechas de ladrillos, zinc, cemento, ilusión y, según la zona, mucho miedo cuando se cree que va a llover duro, y llueve.

En Caracas hay por lo menos 35 centros comerciales agremiados, allí están los más grandes, los del nombre chic con la consonante repetida y en cursiva; estos –está bien, voy a explicar el chiste– estos malls, junto al centenar de pequeñas edificaciones con locales comerciales de mediana monta, conforman el rasgo consumista de un espacio que registra una tajada tan grande del mercado de los teléfonos Blackberrys para América Latina, que el término socialismo no solo huye despavorido de nuestra realidad, sino que muestra sus nalgas al aire.

Como en tantas otras ciudades del continente, en Caracas el contraste es la regla. Hay mansiones de millones de dólares donde viven –algunos con dignidad, otros sin que les importe haberla perdido desde la adolescencia– ministros, representantes del gobierno, herederos con suerte y dueños de empresas, quizá cien o mil o 20 mil, ya sabemos que las exactitudes en las cifras importan poco a estas alturas, y también hay millones de ranchos, dos, cuatro o siete, donde el hambre molesta y ya se sabe que la vida es más dura en términos de la escasez de recursos. Mucho más.

¿Armas de fuego? Solo en Caracas un cuerpo policial decomisó 2166 en el primer semestre de 2009. Esto quiere decir: un promedio de doce al día. Pero si te pones a conversar con cualquiera o lees a los opinadores de turno, terminarás creyendo que entre legales e ilegales hay millones. Los conservadores dicen que hay 5 en el país. Los apocalípticos, que son más de 15. Hablamos de millones. Millones de armas de fuego, ¿alguna vez has contado hasta un millón? Adelante. Hazlo.

¿Qué importa si son tres y medio o nueve novecientos? La banda es para bajar la cara de vergüenza. En el mejor de los casos, no pensemos en eso, porque en realidad hay muchísimas otras cosas mejores en las cuales podemos aprovechar el tiempo, como en ir a bailar o emprender un viaje, por ejemplo, que aquí es muy fácil y siempre reconforta. En el peor de los casos, multipliquemos armas por décadas de indolencia y esas décadas por balas, y ahora pensemos quién se está llevando el dinero de ese tremendo negocio.

En Caracas puedes conseguir lo mejor y lo peor de las personas, me dijo hace un par de semanas una amiga francesa que tiene dos años viviendo en esta ciudad y ha vivido antes en Estados Unidos, España, Mali, Madagascar, México, Brasil y ha paseado por Europa del Este, el Cono Sur y Colombia. ¿Cómo es eso?, le pregunté: Bueno, nunca he conocido a gente tan amable y tan solidaria como los venezolanos, pero tampoco he visto tanta maldad como aquí. Créanme, al menos con ella, he tratado de figurar entre los primeros.

Con semejante bipolaridad, tomando como ciertas las palabras de mi amiga, no es de extrañar que en este lugar, además de carros, motos, armas de fuego, teléfonos celulares, parques y centros comerciales, sobren licorerías, para beber las penas y celebrar que tenemos ron y mientras haya ron hay esperanzas; peluquerías y gimnasios, para mantener la línea y alisar el cabello largo los lunes por la mañana; y enormes cadenas de farmacias donde venden desde harina de maíz hasta cámaras fotográficas, y se suele agotar el Viagra los viernes por la noche.

Me preguntan cómo veo la situación del lugar donde vivo. Allí, a muy grandes rasgos, está la respuesta. Caracas es fea, pero te atrapa porque es de una intensidad que pocas veces aburre. Es como una droga que sacude y te esconde y sabes que deberás abandonar antes de que sea demasiado tarde. También me preguntan si creo que puedo influir en ella. ¿La verdad? He sido cofundador de cuatro revistas, tres de ellas culturales, trabajé en un museo cuando creía que el arte podía llegarle a las mayorías, me sumé a apoyar el Foro Social Mundial en 2006 y también el Foro Social Alternativo, que le hacía la contra, editorialicé informaciones en un noticiario audiovisual en tiempos de altísima polarización política, redacté algunas crónicas sobre espacios olvidados en la ciudad, he organizado charlas y debates, fiestas abiertas al público, he dictado un par de talleres sobre lo que considero que es el ejemplo del buen periodismo narrativo (Martí, Walsh, Capote, Kapuscinski, Rotker, Lemebel, Monsiváis, Caparrós, Guerriero, Salcedo Ramos, Muñoz, Duque, etcétera), y en cada una de esas acciones di lo mejor que tenía, pensando primero en mí, después en mi círculo inmediato y, finalmente, en Caracas. Pero aún así, no lo creo.

No creo que pueda influir en una ciudad como esta, para bien o para mal, más allá de mi círculo inmediato y en un tiempo cortísimo. No lo creo y a veces he querido pensar que no me importa, pero la verdad es que mientras siga viviendo acá, lo voy a seguir intentando.

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