Huecos – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Lecciones de olvido http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/lektionen-des-vergessens/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/lektionen-des-vergessens/#comments Thu, 01 Jul 2010 09:30:47 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=409

cuadro del pintor Arturo Borda

Cuando tenía 8 años en una clase historia el profesor nos habló de la Guerra del Pacífico. En casa ya me habían contado lo básico: en 1879 Bolivia había perdido su acceso al mar. El profesor tenía la cara compungida ya antes de hablar. Empezó dibujando un mapa en la pizarra, como para ir creando suspenso. Ya no recuerdo el prólogo (son brumosas ciertas zonas de la memoria infantil) pero el relato comenzaba con Chile declarándonos la guerra por las riquezas (guano y salitre) que se encontraban en un espacio (y que nos pertenecían desde siempre, enfatizaba el profesor) cuyos límites estaban en conflicto por años.

Como era carnaval, la declaración de guerra había sido tomada a la ligera para continuar la fiesta en paz. Cuando las tropas chilenas iban a ocupar la ciudad de Calama, un boliviano habitante de la zona del conflicto, comandando un ejército improvisado y en desventaja frente al del enemigo, les salió al frente. El héroe, de abundante bigote, se llamaba Eduardo Abaroa. Abaroa y su gente brindó una fiera resistencia pese a la desventaja, decía el profesor. Pero cuando ya quedaba solo él (los demás estaban muertos o habían sido tomados prisioneros) Abaroa continuó disparando hasta ser cercado por los soldados chilenos que, admirados por su osada perseverancia, le apuntaban exigiéndole su rendición. Ante el imperativo “ríndase” del comandante chileno Abaroa habría contestado “¿Rendirme yo?, ¡que se rinda su abuela, carajo!”. Luego de una defensa boliviana pusilánime la guerra se había desarrollado y, con celeridad y ya sin héroes decididos a inmolarse, sucedió la derrota boliviana. Y desde entonces no teníamos salida al mar y por eso éramos pobres. Todo esto decía aquel casi olvidado profesor de historia, que ya nos había transferido su tristeza, repitiendo seguro lo que había aprendido como alumno.

Años después (también en aulas, pero esta vez elegidas por propia voluntad) aprendería que todo era más complicado. Que no sólo había sido una guerra más (en la que luego también participó Perú) que una guerra entre dos países la Guerra del Pacífico habría sido una “querella por el excedente” impulsada por intereses exclusivamente comerciales, otra batalla sangrienta declarada por el desalmado espíritu del capitalismo. Que la clase dominante, que por generaciones había heredado el estado (y que lo seguiría ocupando luego por casi más de cien años), poseía un sentido patrimonial del aún amorfo país y que despreciaba lugares lejanos de su centro de operaciones, construido sobre la base del hecho de discriminar e ignorar a los indígenas, había dejado abandonado aquel territorio y no dimensionaban las consecuencias de su amputación. Que con la pérdida de la costa se había roto una exitosa lógica de ocupación espacial previa a la Conquista, el control transversal de varios pisos ecológicos, y que eso era tan grave como no poder comerciar con el mundo o entrar con mucho retraso a la modernidad. Que el resentimiento hacía Chile era otra ficción del Nacionalismo Revolucionario de 1952. Que la Guerra del Pacífico era el mito de origen de la desgracia nacional, el inicio de nuestra tradición como fracasados, el estigma de la desdicha. Que toda Historia es manipulación del pasado con fines políticos, para bien o para mal. Que mirarnos tanto tiempo para adentro nos había vuelto tristes y solipsistas. Que a veces conocer la historia no nos libra de cometer los errores del pasado sino que además nos impide la liberación en el presente.

Pero el tiempo es también buen maestro. Ahora sabemos que no se debe recurrir exclusivamente a la reconstrucción del pasado para construir la conciencia nacional o sentirnos menos, pero tampoco para construir utopías. Por lo tanto no hay que dejar de construir barcos.

No sólo una polémica

La enseñanza de historia en las escuelas forma la conciencia

Este es el mejor momento para estar. Mirando, actuando

Este espacio no puede ser posible sin otro espacio

No quiero más utopías con base en el pasado

Construir barcos

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La escritura rellena las carencias http://superdemokraticos.com/es/poetologie/schreiben-kompensiert-lucken/ http://superdemokraticos.com/es/poetologie/schreiben-kompensiert-lucken/#comments Sat, 12 Jun 2010 12:58:04 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=171 Mi abuela siempre decía que la gente que escribe se siente fuera de la sociedad, o que intentaban revestir algo, alguna locura, una anomalía. No están en disposición de dialogar razonablemente, por eso debían gritar escribiendo cosas absurdas, porque no podían aceptar la menor contradicción. Pasé a su lado los años más tiernos de mi infancia, mi padre había perdido la memoria dos años después de mi nacimiento, las conexiones sociales estaban cortadas. Él necesitaba tiempo para reconstruir la imagen que tenía de sí mismo, todavía se estaba reacostumbrando a mi madre y hermana y no conservaba ningún recuerdo de mi procreación. En estos años con la abuela me aferré a la poesía oral, hice rimas de la mañana a la noche y me cuidé de llevarlas al papel. A menudo repetía durante todo el día los mismos versos, para no olvidarlos.

Una mañana (tenía 13 años y vivía desde hacía unos años con mis padres y mi hermana) me desperté y ya no comprendía mi vida.  Por supuesto, le sigo echando también la culpa a las hormonas. En un país en el que uno ensaya el pensamiento dialéctico, yo intentaba la contradicción (que de repente me tomé en serio a todos los niveles y que antes simplemente había aceptado) de  equilibrarlo cognitivamente. Cogí papel y bolígrafo y escribí; en principio a escondidas, no quería alterar a mi abuela. Después, cuando ella murió seguí a escondidas, porque los textos entraban en contradicción con el comportamiento del discurso, no entendí entonces que el pensamiento dialéctico se identificaba con la aceptación. La conversación con los demás siempre era difícil, escribir rellenaba las carencias, los huecos que debía dejar.

Hasta hoy en día son las carencias, la materia oscura, las que me encadenan al portátil. Proceden de impulsos que eructo con la acidez de mi estómago, no de reflexiones o percepciones producidas por mi cerebro. Con esto, a menudo todo se vuelve anacrónico. Para mí, el presente no brota de un desarrollo temporal lineal, sino de una anatomía específica de lo visible y lo invisible. “Hoy” es sólo un concepto para definir determinadas relaciones con lo visible. Desde hace más de diez años, en mi trabajo como autora, comisaria cultural y filósofa me centro en el escapismo: esto es, en las posibilidades y necesidades de la negación de la realidad y las estrategias de supervivencia, así como en el conflicto entre las memorias privada y colectiva, y el conflicto entre el espacio de maniobra humano y el afán regulatorio del sistema sociopolítico.

¿Es posible que nosotros, en el Oeste, todavía padezcamos un pensamiento totalitario, porque nos han hecho creer que la democracia es un software que se puede instalar y organizar? ¿Es acaso en realidad la democracia un sistema abierto, con una poderosa fuerza de autorregulación que no se debe sobreregular? En una democracia, ¿no debería lo individual estar quizá más centrado en sí mismo y ser fomentado? La democracia ya no admite discusión. Para mí, eso es un error. Precisamente porque en el Oeste nos hemos acomodado, somos los más amenazados de tomar tendencias postdemocráticas…

No, no sufro cuando escribo, martirizarme no es lo mío, siempre he disfrutado de la escritura y así ha sido hasta ahora. Si acaso perdiera el placer de escribir y tuviera la impresión de sufrir por ello, lo dejaría inmediatamente. Y el placer que tengo al escribir, bien se lo merecen los lectores.

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