lengua – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 El muro y la lengua http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/die-mauer-und-die-sprache/ http://superdemokraticos.com/es/laender/deutschland/die-mauer-und-die-sprache/#comments Mon, 05 Sep 2011 07:04:51 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=5018 Un muro separa mi hemisferio derecho del izquierdo. Me acuerdo cuando lo construyeron. Yo dormía sobre un sofá, aparentemente de regreso de una nebulosa. Anestesiaron mi cuerpo e ingresaron a mi mente. Eran pequeños trabajadores blancos. Cada uno tenía un número grabado en el delantal. Provenían de sociedades comunistas negadores del espíritu y sociedades capitalistas empeñosas en convertir el mismo sol en dinero. Dieron con su oficio: Constructores de muros que separen el lenguaje de las ideas, cuerpos de los genitales, cielos de los infiernos. Nos ofrecen modelos o credos o cultos. Les pagan por construir el muro que nos separa de nosotros mismos.

Este muro está ahora en mi cabeza. El fanático me viene a buscar a ofrecerme un puesto en una nueva secta.

El pesimista me quiere convencer de ingerir algunas pastillas venenosas para terminar con el sufrimiento. Me dice: “Acabarás por destruir el muro en tu interior y pondrán tres en su lugar.” Luego viene el científico: “ Observa la delicada estructura de tu muro y acabarás por entender su razón y su ser. Podrás unirte a estos arquitectos sublimes.” ¿De donde viene todo este terror psicológico? ¿Cómo es posible que yo haya abierto mi mente para que estos constructores puedan ejercer su ciencia impunemente? La rabia se acumulaba en mi interior, luego el frío y el desconcierto. Me habían entregado al enemigo, al fantasma que cambia su cabeza cada media hora. Y ese fantasma: ¿Qué tecnología usa, cómo me conoce de tal manera para obligarme a retroceder a dónde yo no tenía la intención de regresar?

Me encontraba en una habitación de una altura de unos cinco metros y medio. Y aprendí un alfabeto, una lengua, y ví un agujero, y miré:

El terror psicológico se apoderaba de las nubes y de las ventanas y de las escuelas. Grandes muros atravesaban los ojos de los dormidos y los depresivos los describían y se angustiaban.

(El alma andaba por una calle llamada: “El doble sentido de la evolución.”) A mi regreso de la nebulosa contaba con algunos antecedentes adicionales acerca del espíritu, es decir contaba “ con ojos nuevos.” Leon Felipe y Arthur Rimbaud los custodiaban.

“El terror surgía de repente a través de un pasillo de un castillo que yo habitaba solitariamente de niño. Cercanos familiares me empujaban a las aventuras dentro del castillo.”

¿Qué hago ahora con este muro?

¿Lo dinamito en un grito que salpica de sangre a las flores y los hombres?

Temo que debo visitar al constructor en persona. El anida en un castillo cercano al gran mar de lo ambiguo. (Yo separaba las olas de si mismas, las doblaba como esquinas de papel.) No se encontraba el arquitecto. Estaba de caza en un bosque denso y deprimido.

“El arquitecto está cansado de sí mismo “ resonaba en la punta de la vanguardia de la historia.

Ahora yo tenía cara de topo. Y empecé a dibujar agua en los ladrillos del muro. Vi hombres acostados, algunos con los signos de la peste en el cuerpo.

Maestros y esclavos ví en peregrinaciones a lo largo del muro. Había una multitud apedreando a un ladrón, mas al fondo, en una silla, un sabio leyendo un libro sagrado.

El sol lanzaba sombras paralelas sobre el mundo, y supe de los asentamientos a lo largo del muro y de otros libros a lo largo del muro.

En las pequeñas pausas de la sed mi amor crecía en mis costillas y comprendí que el muro que me separaba de mi mismo era una lengua que no había aprendido.

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En un café de Berlín están mis palabras alemanas http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/meine-deutschen-worte-in-einem-cafe-in-berlin/ Thu, 07 Oct 2010 06:00:37 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2339 Me imagino que en un café de Berlín alguien deja olvidado un periódico (¿o es una revista?, me perdonarán, pero soy despistada!) sobre una mesa. La mesonera, antes de botarlo a la basura, lo mira displicentemente. Está cansada: tantas tazas por recoger, ceniceros por vaciar. Aún así le llama la atención un título que habla de muñecas negras o de amargos de Angostura. Ve mi nombre allí, le suena gracioso. ¿Lara no es acaso un nombre ruso? – piensa antes de leer mi artículo. Lo lee rápidamente, una lectura vertiginosa para que nadie vea que está leyendo en lugar de limpiar mesas. Se ríe un poquito. Finalmente bota la revista (¿o es un periódico?) y allí quedan mis palabras traducidas a la lengua de Goethe, llenándose de colillas, restos de pan, gotas de café en el fondo de un gran recolector de basura. Bueno, probablemente clasifiquen los residuos, y entonces mis letras estarán entre servilletas usadas, otros periódicos, postales rotas. Mientras tanto yo, del otro lado del mundo, soy inmensamente feliz porque la fortuna ha permitido que haya sido escogida para participar en un proyecto multicultural, global, transnacional, internético, que ha hecho posible que mis palabras sean leídas mucho más allá de mi propia lengua. Cuando tenía 15 años, tal vez 16, leí Retrato de grupo con señora de Heinrich Böll y decidí que era mi escritor favorito a pesar de haber leído sólo ese libro (A los 15 años toda opinión es categórica y no necesita que se le den muchas vueltas). Desde entonces las calles alemanas se instalaron en mi imaginación y ciertos nombres, algunas flores y una sintaxis germana traducida. Leerme, o creer que me leía en la lengua de Böll ha sido una experiencia alucinante.

Este proyecto internético, global y plural ha hecho posible también que mis escritos, aún en mi propia lengua, puedan ser leídos mucho más allá de lo inmediato y por personas muy diferentes y distantes. Del mismo modo que ha hecho posible que yo pueda leer a magníficos autores latinoamericanos desconocidos por mí. La jovial Tilsa, la ultra poética Lena, la intelectual Lizabel., la apasionada María. Los chicos, !ni hablar! Mi compatriota Leo Felipe Campos es una “joyita”, soy su fan declarada. Muchos pensadores que estudian migraciones, exilios, movimientos, errancias, identidades y demás yerbas han afirmado que la lengua es la patria y este espacio ha demostrado como 15 personas tan disímiles no necesitan traducciones entre sí porque vienen de esa misma lengua que se ramifica y se llena de colores, pero que en el fondo es una. Nunca me ha gustado hablar de Latinoamérica como una unidad, pero hay ciertas cosas que cuando estamos lejos percibimos como unificadoras. Leo a estos autores latinoamericanos y los entiendo con una comprensión que va mucho más allá de las palabras. Porque esa lengua cósmica que nos articula va más allá de sus propios vocablos. A mí, que vivo el exilio lingüístico día a día, no me queda ninguna duda.

Otra de las maravillas que se han dado en este espacio ha sido la posibilidad de leer a alemanes de mi misma generación. Böll está muy bien, pero leer la lengua bellamente descolocada de René Hamann o la elegancia de Emma Braslavsky ha sido un gran placer. Leerlos a todos ha sido como caminar por las calles (¿empedradas?) de alguna ciudad alemana en este mismo instante. Leer los textos de los cinco autores alemanes que participan en este espacio ha sido leer literatura alemana contemporánea, cosa tan difícil para mí que no hablo la lengua y no dispongo de medios para acceder a las traducciones ( en caso de que existan). Hay un pulso debajo de tan disímiles autores que se siente también como una fina trama y que de algún modo me ha permitido a mí como lectora entender a una generación de alemanes de la que no sabía nada. Los hilos de esa trama encuentran similitudes en los hilos de mi propia trama. Estamos tejidos con hilos invisibles y sólo este espacio ha hecho posible percibirlos. Estamos “enredados” por la red, la globalización, la generación o como quiera llamársele a eso que me hace entenderlos, traductores mediante, pero mucho más allá del referente inmediato al que aluden las palabras.

Agradezco a Rery Maldonado y a Nikola Richter por haber tenido la idea de juntarnos a todos con ese hilo ovillado por sus sueños. En un café de Berlín están mis palabras alemanas gracias a ellas. En un lugar del éter ciberespacial está mi voz. En un lugar de ese cronotopo cero nos hemos encontrado.

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Parto http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/entbindung/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/entbindung/#comments Fri, 03 Sep 2010 06:45:23 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1484 Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo-, se divide en un antes y un después de ese momento celestial en el que me encontré a mí misma hecha un mar de gritos, sangre, placenta, excrementos y vida. Ese momento, después del dolor extremo, en que una enfermera risueña me puso en el pecho una pequeña cosa agelatinada, una bolita caliente y azul que olía a mi cuerpo por dentro y abría una boca profunda para llorar con toda la fuerza de sus pulmones recién estrenados. Sinead O´Connors –  otra mujer que se volvió loca luego de ser madre- canta en una vieja pero memorable canción que todos los bebés nacen gritando el nombre de Dios. A mí me consta doblemente. Primero en una tarde de febrero, luego a primera hora de la mañana de un día de noviembre: mis dos bebés, mis dos bolitas de carne nuevecita y caliente, gritaron al nacer el nombre de Dios con toda la fuerza de la vida que comienza, con todo el miedo que debe dar nacer. El miedo de ver la luz en quien sabe dónde, de venir a no se sabe qué. Y después siguieron llorando con esa misma fuerza durante los primeros meses. Según Sinead O´Connors los bebés siguen llorando luego de nacer porque ya no recuerdan el nombre de Dios. No será ella una experta en pediatría, pero yo le creo. Pasé noches en vela consolando bebés sin pegar un ojo. Con fuerza de sirena antiaérea, mis bebés le gritaron al mundo que tenían hambre, frío, cólicos, miedo. Pasé noches amamantándolos, tratando de calmar un hambre infinita que parecía ser hambre de otra cosa. En cada desvelo me aparté de mí misma. Partí.

Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo, repito-, se divide en un antes y un después de ese momento en que vi la luz de esos ojitos. Desde entonces cualquier otra cosa me parece secundaria. Soy una mejor persona desde ese instante. Soy hija de mis hijos porque el día en que nacieron también nací de nuevo y ahora vamos pasando por la infancia entrelazados. Feliz de volver a ciertos juegos, pero con el desasosiego de pasar de nuevo por ciertos temores. Soy mejor persona, sin embargo, por el bien de mis críos mataría y mentiría sin ningún remordimiento. Me gusta encontrar en mí pensamientos criminales en pos del bien de mis hijos. Lejos de sentirme culpable, me siento fuerte. Desde pequeños insectos, pasando por asquerosas criaturas, sin detenerme si quiera en lo humano, eliminaría cualquier cosa que represente un peligro para mis hijos. Soy mejor persona en un sentido que está más allá del bien y del mal.

No soy ya un individuo, no soy indivisible: desde ese minuto del parto estoy partida, tengo varios corazones latiendo a un mismo tiempo. No soy ciudadano de ningún lugar, patria o bandera: vivo al servicio de dos principitos provenientes de planetas lejanos, asteroides pequeños y sublimes. Canto sus himnos de caramelos, me pongo firme ante sus banderas dibujadas con lápices de cera, creo en sus historias, les preparo sus comidas favoritas, les leo cuentos y más cuentos. Dicen que la madre es la patria, pero a mí me gusta invertir los dichos: mis hijos son mi patria. Por sus sonrisitas, me enrolo en el ejército más bravío. Dicen que la madre es la lengua, pero es mentira. El idioma que hablamos viene marcado por sus respiraciones.

Soy una ciudadana imperfecta: en lugar de pensar en leyes o colectivos, paso horas jugando a las reinas dormidas o al pollito inglés. En lugar de leer el periódico, paso horas imaginando tonterías junto a mis niños: si tuviésemos un loro en esta casa, qué diría… y todo tipo de cosas sin mayor utilidad porque no tenemos un loro, o porque los loros de este lado del mundo hablan menos que los tropicales.

No tengo autonomía, no soy UNA. No tengo todo el tiempo que quisiera para escribir, no puedo trabajar más horas ni quedarme durmiendo hasta tarde una mañana de domingo porque dos boquitas me reclaman.  Me voy de mi ego, eso sí. El parto es también partir de uno mismo, vivir más allá del ego, irse, desconcentrarse, dejar de mirarse el ombligo, dividirse en más de dos mitades. Se que un día mis hijos partirán, quedaré sola otra vez conmigo misma, dormiré a pata suelta cada mañana, pero también sé que entonces seré otra. Nunca volveré a ser lo que fui. Siempre estaré partida.

No mentiré: también está la literatura, el amor, la vida, la supervivencia. Pero a la hora de la verdad, lo único que me importa son esos dos pares de ojitos. Luego está todo lo demás, incluso yo misma.

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Gif: Carolina Niño, http://photobucket.com/

1983. Besos de lengua con Silvana del Carmen, en los columpios de su casa. Ella tiene siete años.

1984. Me salvo de ser secuestrado por una bella mujer a la que dejé entrar a casa. Se roba las joyas de mi madre y piezas de lingerie. Salimos caminando de la mano, hacia la estación. La mujer se arrepiente en el último momento y me deja atrás, sin despedirse. Vuelvo a casa decepcionado por su rechazo.

1986. Escucho sonidos sexuales en la oscuridad de mi habitación. Los identifico con un gatito tomando leche. Unas horas antes había estado hospitalizado a causa de un fulminante ataque de asma. Le digo a la enfermera que el oxígeno tiene sabor a vainilla. No me responde.

1989. Juego al Atari y salto por los tejados del vecindario. En el colegio las niñas me eligen como el galán para acompañar a la representante de la clase en la elección de “Madrina del Deporte”. Ella se llama Marianne y estoy enamorado. Por las noches conduzco sueños lúcidos en donde siempre terminamos casándonos. Mi padre discute con mi madre antes del evento de belleza infantil. Mi madre asegura que siempre me eligen por mi estatura. Mis vecinos ya juegan al Nintendo.

1992. Un sábado por la mañana recibo la visita inesperada de mi primo. Se ha enterado de que por fin tenemos videocasetera y me inicia en el mundo del porno audiovisual. Gano popularidad, mejora mi reputación en la cuadra. Rosa trabaja ayudando en casa, me cae muy bien. Me gustaría Rosa si no le faltara ese par de dientes incisivos. Un par de amigos de la cuadra no se fijan en minucias: dan un salto cuántico en relación a mí y a mi pornografía. Antes de dejar la casa, Rosa se practica un aborto a partir del menjunje hervido de unas hojas.

1993. Posters gigantes de Nirvana en mi habitación. Paso de la virtualidad al desierto de lo carnal.

1996. Represento a la “voz lívida” en una obra de Brecht. Me fascina porque me maquillan como a Brandon Lee en El Cuervo. Cierta noche de septiembre me encuentro a uno de mis profesores, un sacerdote, en un night club. Al final de año las guerrillas y el gobierno firman la “paz firme y duradera”.

1998. Damos un concierto con mi banda y otras, en apoyo a las víctimas del huracán “Mitch”. Para entrar, la gente debe llevar una bolsa de maíz, o de frijoles.

1999. Viajo a Nicaragua, a los festejos del XX aniversario de la revolución sandinista. Tengo una epifanía en la frontera. Mi novia me exige a los gritos que le prepare un sándwich porque se muere de hambre. Hago tres de jamón y le doy uno al mendigo que se había acercado a pedirnos dinero. El mendigo le da la mitad de su pan a su perro. Al volver a Guatemala, terminamos la relación.

2000. Experimento a diario en Los Sims, videojuego de estrategia y simulación social. Me hago adicto a Prehistorik 2. Compro en La Habana una preciosa edición de Cuentos completos de Edgar Allan Poe, traducidos por Julio Cortázar.

2002. Rento un apartamento en la Calzada Roosevelt. Vivo con mi perro, Rilke. Mucha fiesta. Escucho con insistencia el disco Sub, de Bohemia Suburbana.

2003. Por pudor, no puedo contar nada de lo sucedido este año.

2005. Agarro fuego durante una fiesta de nuestro edificio en la Rue d’Alésia en París. Me había sentado muy cerca de unas velas aromáticas. No sufro quemaduras, pero quedo desnudo frente a todos. Muchos se ríen, señalando con el dedo. Mi novia me invita al concierto de R.E.M en el Palais des sports. No la quiero acompañar al de Tori Amos. Leo en Internet que la tormenta Stan borra del mapa a la aldea Panabaj.

2006. Surfeo la realidad entre abortos espontáneos, depresiones tremendas, fiestas almodovarianas y las maravillas del Renacimiento florentino.

2008. Durante mi visita a Medellín me dejo orientar por un Virgilio local, inventor de un paseo por la ciudad llamado “antropología de la muerte”. Lectoras de poesía me dejan papelitos por debajo de la puerta del hotel Nutibara. Creo un perfil en Facebook. Atravieso Francia a bordo de trenes de alta velocidad. Vivo un sabroso final de año en las playas de Copa Cabana. Ahí se me ocurre la idea de un libro sobre mujeres mexicanas y centroamericanas que viajan al Brasil a cazar a sus maridos fugados.

2009. Comienzo a investigar sobre la cirugía que debí hacerme hace mucho. Descubro que puedo optar por una prótesis. Participo de lecturas de poesía en Second Life y transformo mi adicción por el chat de Gmail en una herramienta de escritura. Veo cumplidas varias de mis fantasías sin proponérmelo. Meto por error mi pasaporte a la lavadora. Sale desleído, como si jamás hubiese volado. Termino el año vagando como un zombi por la calle Guatemala, de Buenos Aires.

2010. Ajusto al máximo la configuración de privacidad para mi perfil en Facebook.

Gif: Carolina Niño

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