Guerilla – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 PURGATORIO SHOPPING http://superdemokraticos.com/es/laender/kolumbien/fegefeuer-shopping/ Thu, 10 Nov 2011 13:55:17 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=5741 El fuego probará la obra de cada uno.
Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado.
Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar.
Se salvará pero no sin pasar por el fuego.
1 Cor. 3, 13-15

Cuando Dotson Rader le preguntó a su amigo Norman Mailer en dónde estaba el 11 de septiembre de 2001 justo en el momento de los ataques a las torres gemelas, el escritor norteamericano le respondió: aquí, en mi casa en Provincetown…yo lo estaba viendo en la televisión…fue una gran conmoción. ¿Por qué? Porque la única cosa que nos promete la televisión es que, en el fondo, lo que vemos en ella no es real. Por eso la televisión siempre produce ese ligero atontamiento. Los sucesos más increíbles, los más aterradores, tienen un cariz de inexistencia si los ves en la pantalla pequeña.

Un ejemplo claro de esto es lo que pasó con la forma cómo se trató la información del asesinato de Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano por parte de las Fuerzas Militares de Colombia, que, a mi forma de ver, fue aberrante, por decir lo menos. Los periodistas (e incluso algunos políticos como Rafael Pardo, ahora ministro de Trabajo), comentaban el asesinato como si se tratara de un hecho plausible, y lo que es más grave, como si ese hecho nos acercara realmente a algún muelle salvavidas en la brava marea de la violencia en Colombia. Lo que yo entiendo es que, el asesinato de alias Alfonso Cano, más que un triunfo nacional como nos lo quieren hacer ver, es un termómetro que mide perfectamente el punto de barbarie en el que nos encontramos. Puede ser que para un militar, es decir un hombre formado para la guerra, el asesinato sea un triunfo, y tal vez por eso la cara de satisfacción de la cúpula militar ubicada detrás del Ministro de Defensa al momento de dar a los medios el parte oficial de la operación, pero para los civiles que le apostamos a creer en una salida negociada al conflicto, para los que creemos en el diálogo como herramienta de solución a los problemas, definitivamente no. Para nosotros un asesinato es un asesinato y por lo mismo no dejamos de verlo como lo que es, más allá de que el asesinado se haya alzado en armas y se haya salido así del marco jurídico del país.

Que quede claro que no estoy defendiendo a las Farc, ni mucho menos, pero ¿por qué celebrar el asesinato de un ser humano y, sobre todo de esa manera? Lo de aquella noche no fue otra cosa que una inyección más de patrioterismo que le pusieron al país, que no sé hasta cuándo le durará, pero que mientras le dure, le servirá para creer que ese asesinato nos acerca a la tan anhelada paz que estamos buscando hace décadas.

Pero esto no pasa sólo con la televisión. Si Descartes negó el cuerpo al condicionar la existencia del sujeto sólo a la función del pensamiento, hoy muchos y muchas casi que niegan su propia existencia publicándola en formas que hasta no hace mucho eran impensables. Suena raro, pero es así: de tanto exponerse, terminan volviéndose invisibles. Facebook reemplazó al tiempo la condición exclusivamente familiar del álbum de fotos y los encuentros cara a cara, posibilitó comunicaciones de todo tipo, generó lenguajes nuevos, situación que no deja de ser atractiva, pero que no por eso excluye su peligro. ¿Y su peligro en qué sentido? En el sentido de que la información personal se da a desconocidos que pueden aprovechar la situación para hacer daño.

La utopista de la red por donde se mueven los sujetos hoy ha aumentado tanto las convenciones que propone salidas de todo tipo, incluso las más trágicas. Valga decirlo: ni hay Esquilos que escriban las tragedias, ni los personajes son Medea o Jasón, sino Martha, Luis, Claudia o Enrique, depende del escenario. Basta con tener un ordenador, una cuenta que permita el acceso a una comunidad virtual, y listo. Y así, empezamos a ser los que no somos, los que quisiéramos ser, y a cambio, la red nos ofrece pertenecer a un grupo social sin tener que ser excluidos por nuestros rasgos físicos o de comportamiento. Democracia, dicen algunos, y otros más estilizados, democratización de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Pero, ¿será cierto eso? ¿O será que mientras eso sucede, las democracias cada vez más se visten de vampiro e implementan ambientes de terror en algunos países del mundo, en su afán de control social y territorial? Personalmente, me inclino por la segunda opción, y además, creo que el vampiro democrático no sólo chupa la sangre de la víctima, sino que incluso, desaparece el cadáver, cuando no lo usa como medalla o como trofeo, publicándolo, como en el caso de Cano. Todo se vale. Querer, vivir y trabajar, pero en la red. Internet se ha convertido en una plataforma efectiva para alcanzar el éxito, pero también para hacer pública desde la foto del último paseo del grupo de amigos hasta la foto del muerto, ya con la humanidad del gesto disuelta.

Y en esto, el alojamiento de los espacios cibernéticos se parece mucho a los sanatorios: los únicos reales parecen ser son los que controlan, pero los internos no saben quiénes son los que los controlan. La idea de lo real entonces no se confirma en acción sino que se queda en eso, en idea, en una vaga idea que se asume como si fuera real y que de facto desvirtúa lo esencial de la vida, su desarrollo natural de contacto directo con el mundo. El sujeto ya no es más un partidario de la topofilia, ya no habita su lugar poéticamente por ausencia del propio Eros que se le ha vuelto virtual, al igual que su paisaje creado por el photoshop y sus recorridos por el mundo que realiza a bordo del aeroplano de Google Earth, sin azafatas.

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¿Quién es ese? http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/wer-ist-das-denn/ Wed, 15 Jun 2011 07:01:01 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4109 1.

Mi tercera noche en Sao Paulo, Brasil, conversé con algunos contemporáneos que acababa de conocer, profesores de historia, productores audiovisuales, filósofos, artistas, estábamos en una fiesta. Fue en 2005. Había buena música en vivo y cachaça de calidad. Pese a eso, no sé cómo hicimos para ingeniárnosla y terminar hablando de sexo y política, dos temas que, como sabemos –vamos, hombres de acción– son menos para hablar y más para hacerse.

Y habrá sido por mi pésimo manejo del idioma, pero en uno de mis regresos de la cocina, con la vista nublada y una botella en cada mano, entendí que el segundo tema les interesaba más que el primero. Total que después de los movimientos libertarios, de los medios de comunicación alternativos y del cine de guerrilla, saltó el nombre, o más bien el apellido, que a todo venezolano le sueltan en el extranjero desde hace una década, más o menos, siempre en señal interrogativa: ¿Chávez?

Yo siempre me río, y si estoy en una fiesta, pido un trago. Y si no hay trago, pienso en sexo. Pero respondo. Primero con una pregunta, en broma: “¿Quién es ese? No lo conozco”. Después con lo que me salga para llevar la contraria.

Pero esta vez me hice el oráculo: “¿Qué quieren saber?”

Una buena amiga, a quien admiro por su buen carácter, su experiencia y algo que me gusta concebir como su claridad maternal, me suele decir: “Esto que está pasando en Venezuela es interesantísimo”, y hace una pausa antes de terminar la frase: “Si viviéramos en Europa”.

Más o menos por ahí quise comenzar a responderle a mis nuevos camaradas de la noche bilingüe, pero se me ocurrió algo mejor: invitarlos a quedarse en mi casa los días que ellos quisieran, aprovechando la celebración del Foro Social Mundial, que se celebraría en Caracas –como en efecto fue– en el primer trimestre de 2006.

2.

Durante la celebración de ese festín multitudinario y encantador al año siguiente, un compañero de mi trabajo en ese momento supo convencer a una turista neohippie de su admiración por el presidente, quien, le aseguró él, había hecho todos los esfuerzos por construir el Metro de Caracas enterito para ellos y en tiempo récord. Y aquí está, le dijo, me gusta imaginar que guiándole un ojo antes de tomarle la mano.

La mujer, enseguida, se enamoró. De mi amigo, del Metro y de Chávez. Mi amigo tiene una orientación política definida, apunta siempre al centro, hacia ese lugar exacto que se ubica entre las piernas de las chicas. Digamos que en ese momento ejercía la diplomacia. Nunca me dijo si logró tener sexo con la extranjera, pero de hacerlo, ¿quién podría negar que una mínima cuota de responsabilidad sobre ese polvo le correspondía a las mentiras que se desprenden del poder del presidente?

La mentira necesita de la verdad para vivir, pero sobre todo necesita del tiempo para existir. Una mentira no es hasta que se revela, hasta que se comparte, hasta que se grita. Pero tiene un problema, desconoce las distancias y se transforma según la geografía.

Eso fue parte de lo que vivieron también los dos valientes brasileños que se atrevieron a venir y quedarse en mi casa, entonces un anexo que compartía con una novia, que ahora vive en Europa con otro novio y no para de hablar de las bondades de andar en bicicleta, por decir algo pequeño.

Aquellos valientes, pareja de las buenas y amantes del discurso antiestadounidense de Chávez, viajaron por varias ciudades de Venezuela y se detuvieron en Caracas. Él se enfermó y ella lo cuidó como pudo. Tuvieron que conformarse con aceptar que este gobierno estaba crudo y notaron que los precios de los productos y servicios, versus los salarios básicos y promedios, eran muy elevados, pero que desde afuera se veía mejor. Yo, para que no salieran decepcionados, les dije que el balance estaba en entender que desde adentro también había muchos que lo querían ver peor.

Casi desde el principio de su mandato se instaló entre muchos venezolanos que conozco una fórmula simple para analizar la política nacional: si te gusta Chávez lo defiendes y si no, lo atacas. Fin del asunto. Cualquier duda te ubica en la acera contraria o, peor, en un limbo inaceptable. En un hoyo negro. Chávez ha acumulado mucho poder. Secuestra culpas y méritos. Casi todo lo que ocurre es su responsabilidad. Si el país está bien, es por él y su gobierno. Si está mal, también, aunque a veces entran en juego los lugares comunes de los medios de comunicación.

3.

Me niego a participar de esa mentira automática. Por ejemplo, doce años después de llegar al poder y vender un Socialismo del Siglo XXI que puede tardar cien años en descubrirse, se le ha metido en la cabeza algo que ha llamado “Misión Vivienda”, que no es otra cosa que ofrecer la construcción de millones de casas para millones de personas que no las tienen. Algo digno de aplaudir, si los indicadores macroeconómicos y de producción no lo contradijeran con una realidad que pasma.

No solo participé en una investigación periodística de dos meses sobre el tema de las estafas inmobiliarias que perjudican a las clases baja y media venezolana, y son consecuencia, entre muchos factores, de la corrupción, de la baja producción de cabilla y cemento y del enfrentamiento entre el sector público y las constructoras privadas en el país; sino que además tengo un promedio salvaje de mudanzas: 0,87 veces por cada año de mi vida. Digamos que si me llegara a mudar nuevamente antes de octubre ese promedio podría aumentar a 0,90.

De modo que sé lo que es padecer el hecho de no tener un techo propio. De modo que me encantaría que esa promesa sostenida un año antes de las elecciones presidenciales, se cumpliera, por la alegría de un gentío. Pero no soy la extranjera del Metro. De modo que quiero, pero no creo ni de lejos que se logre cumplir.

Así va este país. Cuando Chávez prometió que se cambiaría el nombre si pasado un año de su gobierno seguían existiendo niños indigentes, la mentira no se había consumado.

Pero así son las revoluciones, exigen nuevos paradigmas, y el costo de verdad que arrastra un hombre apasionado por el poder, por sí mismo o por la historia, suele llevar consigo el pesado lastre de la memoria. Han pasado doce años y hasta donde sé, se sigue llamando Hugo.

Es entonces cuando se hace necesario recurrir al peso de las palabras. Nombrar las cosas de otra forma es ofrecer nuevas perspectivas, imaginar, construir posibilidades. Eso es, entre las medidas sociales positivas y una larga lista de fracasos, sobre todo, lo que se ha hecho. Donde antes había una realidad con un nombre, ahora hay una realidad muy parecida, buena o mala, pero con un nombre distinto. Y sobre todo, cargada de esperanza para los más necesitados. Eso, cómo no, tiene algo de revolucionario, pero más de populista que de socialista. En el futuro, las mentiras no existen. Y un buen político, al igual que un buen artista, debe saber que como escribió Antonio Machado, la verdad también se inventa.

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