Einsamkeit – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Miedo a la soledad http://superdemokraticos.com/es/themen/miteinander/angst-vor-dem-alleinsein/ Tue, 12 Jul 2011 11:31:57 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4354  

65/ Tengo miedo de ser vieja, de no ser atractiva, de no tener dinero para sobrevivir, de estar enferma y sola, de que mi esposo se vaya con una mujer más joven

(c) powerpaola

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Poeta de perfil http://superdemokraticos.com/es/laender/bolivien/espanol-poeta-de-perfil/ http://superdemokraticos.com/es/laender/bolivien/espanol-poeta-de-perfil/#comments Sat, 09 Oct 2010 01:57:32 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2639

Permítanme este último ejercicio de impudor. Hoy quiero hablar de Julio Barriga, el primer artista de verdad que conocí. En 1995 descubrí su nombre en el suplemento literario de un diario local ya extinto. Aparecía de editor del suplemento Eventual (yo aún no sabía que en ese título venía ilustrada la naturaleza de un pasajero entusiasmo, eventual, que en alguna extraña excepción lo movía a actuar) y su contenido era exquisito, irónico y casi revolucionario para una ciudad conservadora e hipócrita. Sólo duró 4 números (un mes) y movido por la curiosidad pregunté por él en un boliche pequeñísimo e infame (regentado por un trotskista aficionado al teatro) en el que se reunían especímenes de una fauna diversa y en peligro de extinción, a los que yo empezaba a tratar como viejos conocidos, siguiendo eso que decía Monterroso de que “los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista”. Me dijeron que el tal Barriga también asistía al Café-teatro trotskista, pero nunca lo había cruzado. Un día me lo mostraron. Era muy parecido a Edgar Allan Poe (“Edgar Allan me mira desde el espejo”) y cuando me le acerqué se incomodó de que lo tratara de usted. Lo empecé a frecuentar y, como para deshacerse de mí, me prestaba libros que me maravillaban o me dejaban confundido. Barriga ya había publicado sus dos primeros libros: El fuego está cortado (que se abre con una variación del “Make a mask” de Dylan Thomas: “hazme una máscara/ pues estoy solo y quiero sentirme más solo todavía”) y el brevísimo Aforismos desaforados.

Hijo de maestros rurales, los libros habían formado parte de su entorno desde niño y luego de armar y desmantelar dos familias se encajó en la máscara del oficio que había pospuesto con muchos trabajos (en Tarija, La Paz, Salta y Mendoza). Por entonces ya tenía lista una tercera obra, Versos perversos (en realidad tan extenso como tres libros) y era casi aterradoramente fresco (igual que la sombra de un rincón muy oscuro). Una especie de diario de su desasosiego (“soy solo yo que me mando/cartas urgentes a mí mismo”). No le interesaba publicarlo, y tuvimos que esperar diez años para que otros se enteraran de lo que nosotros ya sabíamos. Expresado en distintas variantes su estilo tendiente a narrar, entre barroco y oral-callejero, alienado por la cita errónea o descontextualizada, apelando sin ninguna distinción a la cultura “alta”  y a los mass media. En esos poemas hablaba de su permanente angustia, de sus amigos, de su bicicleta, de ciudades que lo han marcado a fuego, de su barrio, de la soledad, de la constante presencia del alcohol. Gracias a esos poemas fue creciendo su fama casi secreta (junto a Humberto Quino y Juan Cristóbal Mac Lean los tres poetas-bolivianos-vivos que más me gustan). Pero además tenía este credo ético inclaudicable de “vivir como un poeta” (un afán de vivir lo terrenal intensamente y con desapego, con la violenta pasividad de Bartleby) que puede leerse cual soporte performativo de la obra escrita. Un tipo que se interesa principalmente por lo que acaba de pasar de moda (ahora, por ejemplo, los diskettes), de ser capaz de manifestar un escepticismo pesimista extremo (“estoy condenado a prolongar una existencia insulsa/ hasta el final de sus instantes repetidos”) y reírse desfachatadamente de todo, especialmente de sí mismo (“¿qué haría si fuera Dios?: renunciaría”). Un tipo que pedalea escapando del horror y que de lo más profundo de sus tinieblas personales obtiene chispazos de claridad (“soy el centauro de la soledad/ y soy los anteojos de la carretera, Ramón”).

Por esa ilusión de compartir un pasado que brinda la amistad en 2008 edité su libro Cuaderno de sombra, donde cambiaba de registro, tomando la voz de un amigo poeta que acababa de morir, Roberto Echazú. Lo que Bloom llamaría apofrades. En ese  libro de luto riguroso, Barriga conversaba consigo mismo pero también con Roberto, con quien compartía el oficio, el alcohol y la afición por iluminar el lado oscuro de las cosas próximas. No sólo aprendí algunos rudimentos claves de la edición sino que también me puse en contacto con cierta manera de estar en el mundo: asumir tu propio destino. Barriga, como un monje licencioso, le ha dicho adiós ya a muchas cosas y ¡hola! a la muerte. Hace una semana lo vi y está igual, sigue viviendo según su propio código y a estas alturas no va a cambiar, por suerte.

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Oda al cuerpo http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/ode-an-den-korper/ Mon, 16 Aug 2010 07:47:35 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=775 Era el momento de liberar la libido. Escaparse de sí mismo. Sentirse apretado, empujado y manoseado por un instante. Todo esto con la esperanza de atrapar un ápice de la vida que se diluye en una cotidianidad asfixiante. Para ello se adentraron ambos en el Bar. Allí al parecer no hacen falta poemas. En lugar de poesía hay alcohol. Un cubalibre, un vodka con refresco de limón, otro chupito y poco a poco se van opacando los sentidos. La música hace su parte. Con un repetitivo ritmo retumbante, se crea la monotonía necesaria para dificultar el pensar. Reflexionar es lo que no se quiere. El pensamiento ha demostrado su incapacidad para resolver la soledad, por lo tanto no hay nada mejor que apagarlo. Desgraciadamente no se logra totalmente y se sigue andando con el piloto automático. Sentir, dejar al cuerpo revelarse, se muestra a través de una sexualidad objetualizante. Se van midiendo. Se acercan, se alejan. Se toman otro trago, no importa de qué. El momento va adquiriendo personalidad propia. Los jugadores hacen su papel. El juego ya empezó y todo forma parte de él.

La insinuación del deseo, movimientos que hechizan, que atraen, tragos que se derraman, que muestran, manos que acarician, que aprietan, ojos que miran, que muerden: un recrearse infinito. Los dos están allí protagonizado una escena de caza en la que ambos serán cazadores y presas. Se estrujan, se vierten uno en el otro, aparece una sonrisa y los miembros se dilatan. El cuerpo se relaja, se entrega. – ¿A tu casa o a la mía?

La claridad junto al dolor de cabeza anuncia que es otro día. Se ven las caras llenas de ellos por primera vez y se van con sus cuerpos a por un café. Una nueva jornada comienza y se sumergen de nuevo en el consuetudinario hacer. El superyó comienza su trabajo. Las culpas, los miedos, el bien y el mal reaparecen: se acabo la fiesta. Se miran desconfiados. Se repiten las mismas preguntas que se hicieron la noche anterior, solo que la complicidad del alcohol, la oscuridad y la música ya no están…

Maquina de Amar

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Las caderas de América http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/espanol-las-caderas-de-america-red/#comments Thu, 05 Aug 2010 15:00:22 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=577

A los trece años, más o menos, me crecieron las caderas. Las tetas seguían siendo de niña, pero las caderas se me iban ensanchando cada día más. Culpé a la genética, a las tías, a las indias, a las italianas, a las españolas, a las negras que eran parte de mi genealogía. ¿Por qué no hubo una angulosa anglosajona en mi árbol genealógico que amortiguara esta tendencia a las amplias caderas y a las tetas estrechas? Mi queja eterna se fue convirtiendo en un chiste familiar. Mi padre le comentó a la más ancha de sus hermanas que yo la culpaba de mis desgracias. Ella se rió, con una risa mucho más dilatada que sus caderas, y me llevó ante un tío abuelo para que me contara la historia de América. El viejito era cegato y mentiroso y me dijo que me levantara, que quería ver qué tan anchas eran mis caderas. Me miró con sus ojos encuadrados en pestañas canosas y dictaminó:

– ¡Bah! No son nada en comparación con las de América.

Su hermana mayor, América, se había encargado de la familia y de la casa tras la muerte de la madre. En sus amplias caderas cargaba a todos sus hermanos pequeños y así salía a recorrer el campo o seguía en los quehaceres domésticos. Era bella porque en aquellos días la amplitud era un regocijo para la mirada. Los hombres se deshacían en piropos cada vez que veían venir a aquella humanidad acaderada. América, amplia como los llanos venezolanos, cuidando a sus hermanos, madre anticipada, nunca se casó porque era tan bella que su belleza no encontró un pretendiente a su altura, sus caderas no encontraron un cuerpo que pudiera arroparlas. Ella y sus caderas envejecieron en la casa familiar, cuidando primero a los hermanos, luego al padre, finalmente a algunos gatos.

A los trece años aquella historia de sumisión, soledad y responsabilidad prematura me pareció tétrica. Las caderas de América, lejos de consolarme, me parecían un mal presagio. ¿Acaso la historia también se heredaba y yo, hermana mayor, tendría que encargarme de la casa y la familia y terminaría mis días en la más recóndita soledad? Pensé en una máquina para quebrar caderas, como esas que achican los cráneos. Pensé en todo tipo de deportes y liposucciones. Quise parecerme a las fotos de las revistas y no a las que estaban en los álbumes familiares. A pesar de todo eso, las caderas siguieron creciendo inexorablemente y los senos involucionaron, aún después de amamantar hijos. Heredé las caderas de América, sin lugar a dudas; no así su historia.

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Diario http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/tagebuch/ Fri, 30 Jul 2010 06:48:04 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=554 El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro…

Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso

Ayer volví a la que había sido mi casa con la intensión de juntar algunas cosas que había dejado: libros, discos, ropa, papeles, juguetes de colección que exhibíamos en una biblioteca y que eran la envidia de todos lo de mi generación: la colección de Star Wars, Astroboy, Meteoro, la colección de los chocolatines Jack y otras joyitas…

Fui seleccionando, y separando lo que me llevaría y lo que quedaría ella.

Mis libros encerrados en cajas que fui rotulando “María” y fui apilando en un rincón de la sala. Nuestra colección de juguetes, ahora incompleta para las dos, en una cajita más pequeña que rotulé “María– Frágil”  y que ahora suena irónico, pero en ese momento no fue metáfora, fue literal.

Cuando terminé de vaciar la biblioteca más grande y la miré, observé que había quedado la marca de cada una de las cosas que había sacado. Desde que yo me había ido de la casa, era evidente que nunca, nadie, había pasado un plumero o un trapo porque las siluetas de las cosas quedaron enmarcadas por líneas perfectas de polvo. Un dibujo indicaba el vacío, lo que ya no estaba. Un cuerpo sólo percibido por su ausencia: la forma vacía de un animal, de un autito, de un robot…

Me quedé mirando y pensé si alguien notaría el vacío que dejó en mi cuerpo su ausencia. En cuánto tiempo el polvo cubriría esa imagen. ¿Cuánto tendría que esperar?

Miro mi cuerpo como si fuera un mapa, cuento las siluetas de todos lxs que lo habitaron en algún momento, busco alguna respuesta pero este mapa no explica nada.

Esta es la semántica natural de los cuerpos: las palabras son invisibles y el límite es otro cuerpo.

Esto es lo que hay. Es todo lo que hay.

Quiero escribir sobre la intimidad, sobre el atravesamiento de los cuerpos… en cómo mi cuerpo fue habitado por otro y en cómo hacer para deshabitarme, palabra tras palabra.

¡Un juicio de desalojo, eso tengo que hacer!

Arrojo insultos, sustancias proyectivas, quiero que haya un culpable, y que no sea yo.

Leo sólo libros cuyos títulos me hablen de la soledad, de la intimidad y el amor: Silencio no estar solo, Fragmentos de un discurso amoroso, Un año sin amor, La nada, frases que acaricio sombríamente. Si el título no menciona alguna de estas cuestiones, no lo leo. Me quiero intoxicar. No, me quiero purificar, quiero encontrarme a mí misma, ¡quiero ser un maldito fuckyn monje zen!

Ahora, mientras escribo este diario, estoy sentada en una habitación vacía y blanca. Las cajas cerradas todavía y apiladas en un rincón. Estoy en una casa extraña que deberá ser mi hogar.

Escribo en una servilleta un párrafo que no quiero olvidar:

“No existe espacio si no existe luz. No es posible pensar el mundo sin pensar la luz…y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre.” *

*Agustín Fernández Mallo en Nocilla Dream

(escrito en Buenos Aires, 25 de julio de 2010)
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