ciudad – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 El colector de botellas http://superdemokraticos.com/es/themen/atomenergie/der-flaschensammler/ Wed, 25 May 2011 08:00:17 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=3856

Colector de botellas en el parque Görlitzer Park, Berlín. Foto: Nikola Richter

Todo giraba en torno al ahorro. Al entrar a la primaria me dieron una cuenta de ahorros, un librito rojo en el que un empleado de ventanilla escribió a mano el estado de mi cuenta y me pasó la libreta Knax, un extraño comic de ahorros. En esta revista de historietas, para nada chistosas, los amiguitos desgreñados Didi y Dodo me instigaban a divertirme a montones y, por su puesto, a ahorrar. Cada año escolar y cada cumpleaños mis abuelos me asignaban una cantidad exacta y así creció con los años la suma de mi cuenta. El para qué estaba ahorrando, no lo supe nunca. Yo lo tenía todo: un columpio en el jardín, un cerezo japonés para treparme en él, una hermana, en algún momento tuve incluso al ratón Mickey como mascota. Teníamos que comprarle comida y paja, pero con el dinero de la mesada que recibíamos cada semana alcanzaba. Para eso (ahorrar, ahorrar, ahorrar…) me dieron una caja fuerte de plástico con una cerradura de combinación, un artefacto de alta seguridad contra los ladrones, rateros y criminales, que merodeaban nuestro hogar.

Ahorrábamos, y no era solo el dinero para la comida del ratón, sino sobretodo ahorrábamos energía, esa fuerza inmaterial, recelosa. Después de la explosión del reactor en Chernóbil, después de que una nube imperceptible contaminara nuestra leche y nuestros hongos, que crecían tan lejos de Ucrania, comenzó el ahorro, ahora sí en serio: descargas más cortas de agua en el lavabo, no dejar la llave abierta al lavarse los dientes, papel higiénico de papel reciclado, recalentar la comida del día anterior, separar la basura, el plástico, de las botellas, de los residuos biodegradables, apagar la luz al salir de casa, no dejar los aparatos en standby. Alemania quería ser de los buenos. Desde hace poco, desde el 2011, hay en Alemania en algunos lugares los llamados contenedores de desechos reutilizables, donde se pueden depositar todos los aparatos eléctricos para así ahorrar: tostadoras, celulares, chatarra eléctrica. Hasta el 2020 se quiere reutilizar el 65% de todos los desperdicios producidos en casas privadas y el 70% de los desperdicios producidos en demoliciones y construcciones. A eso se le llama “urban mining”. Regresan los comerciantes de desperdicios, que halan por las calles sus cacharros cargados de materias primas urbanas. En Berlín, por ahora, eso solo lo hacen los colectores de botellas, quienes acechan las botellas retornables de cerveza dejadas después de la fiesta en parques, bancas y a la orilla del canal. Por las noches los escucho parqueando sus carritos de mercado llenos de botellas y contando su botín bajo un farol. Tintinea. “Las personas se dividen entre los que colectan botellas y los que las botan” (cita de un colector). El año pasado el periodista Uwe Ebbingheus hizo un reportaje para el periódico FAZ sobre el colector de botellas Friedhelm W., quien se costeó con el dinero recogido con envases vacíos, una tarjeta de viajero frecuente, Bahncard 100. Con ella, pertenece este nómada ferroviario a una elite de solo 35.000 personas en Alemania, que se pueden dar el lujo de pagar 350 euros mensuales por una tarjeta anual. Es un sueño: viajar a donde uno quiera, cuando uno quiera, sin tener que pensar en el billete. Colectando botellas Friedhelm creó para sí una movilidad sin límites.  Independencia. Un estatus entre sin techo y con casa. Una naturaleza de otra índole.

En vez de denunciar la pérdida de la condición natural e irse a buscar petirrojos en extinción, como el escritor Andreas Maier, podría ser productivo reflexionar sobre la naturaleza de nuestra propia civilización. Como se cuestiona Georg Diez: ¿Se ha vuelto Alemania un país con consciencia solo por sus manifestaciones contra la energía atómica y por tener el primer ministro presidente de los verdes, Kretschmann? Yo no creo. Pero el remordimiento de conciencia que nos metieron por años, a nosotros, los ahorradores, nos ha superado. Por eso abogo por cambiar el ahorrar por el recolectar. Dejemos atrás ese discurso oprimente del  “no-dejar-circular” y lleguemos a un “mira-lo-que-tengo” más liberador. Hay que proteger esto. Las aguas europeas se han limpiado un poco en los últimos 20 años, uno puede nadar en muchas partes.

Reserva viene del latín “reservare”, proteger. Hay suficiente energía sin usar en todos lados. Enfriar es más difícl que calentar. Lo acabamos de ver en Fukushima.

Traducción: Natalia Guzmán Díaz

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Señales y heridas http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/zeichen-und-wunden/ Mon, 13 Sep 2010 12:23:10 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1831

Kuh vor Kritzelei, São Paulo © Sabine Scho

En 2007 el artista italiano Francesco Jodice presentó en la Bienal de Sao Paulo su visión de las megalópolis, con declaraciones de Citytellers. Él habló con pilotos de helicóptero que deben maniobrar en los corredores de aire de la misma ciudad, porque la construcción ilegal no se refiere a las favelas, sino a las innumerables pistas de aterrizaje, así como a los edificios, que a menudo se elevan al cielo más altos de lo que es permitido y sin embargo -con frecuencia gracias a sobornos- han recibido el permiso de las autoridades.

Los catadores cuentan sobre sus carretas, en la búsqueda de material de reciclaje en los mejores barrios, como se han puesto ellos mismos como animales de carga, delante de sus vehículos y como han convertido a su permiso de conducir en una reliquia de la actualidad. Ah si, el hombre con la carreta, que no se deja ver en las calles alemanas. ¿Tendríamos que darle permiso de circulación? En Sao Paulo consigue a lo sumo apilar las planchas de zink que recoge de las calles.

Uno ve como los policías mal pagados cambian el uniforme estatal por el atuendo de las empresas privadas de seguridad, en casos urgentes rematando la vestimenta con el arma de servicio, ya no por encargo del Estado, pero que uno ya no podrá reconocer en las balas que llevan los muertos en el cuerpo. Uno conoce el miedo de los Pixadores (grafiteros), que son perseguidos por gente como él, mientras los paulistas mejor colocados que no sólo se atrincheran detrás de muros muy altos, sino que arman y blindan sus autos. El miedo es un buen empleador.

En 1970 el uno por ciento de la población de San Paulo vivía en favelas, ahora son más del veinte por ciento, con un porcentaje equivalente de viviendas disponibles que, sin problema, podrían cobijar a muchos sin techo. Pero el uso provisional se ve de otra manera. Después del cierre de varios bingos y casas de juego por el robo a los clientes. Veo desde mi ventana en el noveno piso una edificio plano al frente, que desde hace meses está a la venta, en el que sobre todo los fines de semana, sobre una mesa verde, un para de manos femeninas reparten cartas hasta tempranas horas de la madrugada.

El repartir iguala un juego de azar, uno recibe cartas cubiertas y puede venderle una moto con estilo a los otros jugadores, para mejorar las posibilidades de ganancia. Métodos de intimidación y un as en la manga. Aprender a leer las señales y los gestos de los naipes de los estafadores, para que uno no termine parado como el buey de la montaña o como la vaca delante de los Pixaçao (garabatos).

Fue Vilém Flusser, un exiliado y paulista por elección, el que observó la fuga de las cosas en la información que se da de ellas y así carácteriza el caracter espectral del medio ambiente, convertido en interminable y Walter Benjamin el que exigía que se aprenda a leer lo que aun no se ha escrito. Son los Pixadores de Sao Paulo los que convierten las cosas en información.

Es cierto que las cicatrices arquitectónicas se ven de otra manera, pero no se trata de eso, de todas formas son heridas.

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Feliz viaje http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/gute-reise/ Fri, 10 Sep 2010 05:42:10 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1778 A Martha, y a Pedro Navaja

Uno

Me acaba de llamar, hace dos horas, un amigo de mi padre que vive en Brasil. No lo conozco. Estuvo una semana en Venezuela con su esposa. Ya se marchan. El avión debe despegar pronto. Recibieron tantas informaciones negativas sobre Caracas, sus asaltos y asesinatos, que no quisieron correr el riesgo de conocer la ciudad sin un guía. Saltaron del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía al Terminal Nacional, y de allí a la Isla de Margarita. Y de allí, nuevamente al aeropuerto, y al otro, desde donde recibí la extraña llamada de mucho-gusto-y-despedida. Yo los hubiese amenazado con una aventura de fuentes, bares, diversas formas del transporte público, centro, bulevares, gastronomía local, quizá algún parque y, por supuesto, buenos amigos, algo que continúa siendo, con todo y sus fugas, lo mejor de este lugar.

Dos

La primera vez que me atracaron en Caracas fue un sábado de 1998, en la que muchos suponen la avenida más segura del municipio más seguro, la Luis Roche de Chacao. 9:00 p.m. No pude ver el arma, pues no había. En cambio sí me fijé y muy bien en el rostro y la contextura del criminal: habría apostado por él con los ojos cerrados en una batalla cuerpo a cuerpo, pero mi novia de entonces –rubia, menuda y divertida– no opinó lo mismo, así que me obligó a correr detrás del mastodonte, a quien insultó profusamente mientras yo intentaba, en vano, decirle que se calmara con una mano oculta en la parte baja de mi espalda. Nunca como entonces me sentí tan farsante, tan ridículo. Pero lo hice. Corrí –lo exacto sería escribir troté– detrás del criminal y luego de una cuadra, reduje mi velocidad a límites casi absurdos. Sólo atinaba a preguntarme cómo alguien que corría tan lento, se arriesgaba a robar a otros sin siquiera una pistola. Qué peligro. Con certeza, la necesidad tiene cara de perro.

La siguiente ocasión, veintidós días después, un domingo a las 8:00 p.m., tomé por la espalda al ratero que le arrancó la cadena a la misma novia rubia, menuda y ya no tan divertida, solo para evitar que ella me arrancara a mí el orgullo con otra sarta de críticas en torno a mi supuestas valentía y fortaleza, y ni hablar de mi velocidad, que desde hacía tres semanas había quedado muy en entredicho. Los platos rotos los pagaron la cara del nuevo ladrón y mi mano derecha, que terminó como un jamón serrano, pero con más jugo. El lugar: una avenida que se supone peligrosa en un municipio grandote y popular: la Baralt de la Libertador. El ratero estaba con otros dos sujetos y a mí me acompañaba un amigo, pero como a esa hora el caos confunde, lo que comenzó siendo un atraco frustrado terminó en una pelea comunal repleta de curiosos, que mi amigo y yo pudimos divisar desde la barrera, mientras nos alejábamos rumbo al Metro. Eso sí, sin la cadena, y pensando en que la culpa no la había tenido del todo el ladrón, pobre, sino mi novia. O su carácter. O esa crianza que le dieron.

Pasaron nueve años, y un mediodía soleado de un viernes, luego de prepararme para viajar con otra novia, a dos cuadras de uno de los centros comerciales más visitados por los caraqueños, en una urbanización de clase media y en un municipio mitad burgués, mitad pueblo pobre, El Tolón, en Las Mercedes, Baruta, me encaró un malandro con un yeso en el brazo que se había bajado de una moto que conducía otro. El otro esperaba. Ambos estaban armados. Yo cargaba dos bolsos. Uno grande de mano, con ropa, tres libros y una cámara de fotografía digital donde había imágenes comprometedoras en alta resolución. El otro pequeño, un morral, en el que estaba mi laptop.

No pregunté. Dije, claramente: –Lo que quieras.

Él fue contundente: ­–Lo quiero todo.

Bien, manejo el código, pensé, pero me contradije: –Te puedo dar el bolso grande, aquí en el otro tengo mi material de trabajo. (Pensamiento inmediato al margen de la acción: “¿Material de trabajo? ¿Qué te pasa, Leo Felipe?”).

–¿Qué tienes ahí? –preguntó.

–Tengo mi laptop.

–Ok.

Yo como si estuviera imprimiendo un documento en alguna oficina. Aparenté soltura y cansancio, esos componentes de la costumbre. Le entregué el bolso grande, saqué mi cartera del bolsillo y abriéndola, cogí todo el dinero que había y me envalentoné, le dije: –Te entrego el dinero, porque si te doy las tarjetas las voy a bloquear en diez minutos.

Me respondió moviendo el arma y cerrando un poco los ojos: –Apúrate, mamagüevo, yo no estoy haciendo negocios contigo. Dame los reales ya o te dejo pegao.

¿La verdad? Me sentí insultado, pero no furioso. Yo estaba haciendo las cosas bien, rápido, fui limpio y seco. No me gustó que me tratara de esa manera, que todavía insisto en calificar de injusta, sólo para demostrar quién tenía el poder en ese momento. Me dolió. Y se lo hice saber con una pregunta retórica, en tono bajo y reflexivo, con ambas manos a los lados de mi pecho:

–¿Qué pasa, vale?

Le di los billetes que había en la cartera, menos uno, y puse esa expresión de novio de telenovela al que acaban de dejar plantado. Ellos se fueron. Yo tomé mi morral y palpé la computadora. Saqué del otro bolsillo trasero una cantidad menor de dinero que siempre guardo allí por si acaso me roban. Y caminé, impotente pero hinchadote, directo a comerme una arepa que pagaría con mi tarjeta de débito por puro capricho. Cuando uno crece tiene que aprender a negociar, no todo se resuelve con violencia. Sobre las fotos, tuve que emplearme a fondo para sacar otras mejores porque nunca más volví a saber de ellas, pero me siento preparado para defender mis derechos de autor en una posible demanda.

Tres

Cuando el amigo de mi padre colgó el teléfono, recordé estos tres robos que me ha tocado sobrellevar. En 22 años que tengo viviendo en la puta Caracas, tampoco es que sea un average para desmayarse. Me hubiese gustado decirle que aunque las historias que le dijeron pueden ser ciertas, la realidad de esta ciudad no dista mucho de la que se vive en Río de Janeiro, por ejemplo, donde se celebrarán los próximos Juegos Olímpicos y la gente se ríe y baila y es encantadora y también roban autos y hay reglamentos informales que están por encima de las leyes y hay embarazos precoces y borrachos y un exceso de músicos y poetas y asesinatos y elecciones y otros sinónimos indiscutibles. Pero era lunes, venía de inscribir a mi hija en un preescolar, estaba almorzando tarde, acababa de tener sexo y fue maravilloso y todavía tenía que tomar un mototaxi hasta una oficina preindustrial con vista panorámica, reunirme, redactar la presentación de un proyecto editorial para 2011 que no podrá llevarse a cabo por falta de recursos, tomarme un té con un amigo músico que está de visita y se va mañana a su ciudad, suspender un encuentro de cervezas con una antigua jefa y regresar a mi casa a trabajar en un reportaje en formato libro que debo entregar en quince días y no estará completo. Así que creo que lo mejor fue lo que le dije: Feliz viaje. Porque hay cosas que es mejor vivirlas que escucharlas.

Übersetzung:

Barbara Buxbaum

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El lugar donde vivo http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/#comments Fri, 27 Aug 2010 07:04:02 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1291 Más que la situación de mi país, me interesa la situación en la ciudad que habito. Caracas tiene entre 4 y 8 millones de habitantes, según el opinador de turno, entre 22 y 80 muertos por semana, depende del periódico o el representante del gobierno que presente las cifras; tiene siete alcaldías, pero una, la que se dice “mayor” y se supone que regula a otras cinco, no trabaja, o no la dejan trabajar, porque la séptima, que es reciente y fue creada por el poder ejecutivo, que en Venezuela domina al resto de los poderes, es del partido de gobierno y ahora la de mayor influencia. O no.

En todo caso es un pastel de dinero que va y viene y uno, ciudadano y peatón, por no ser muy pobre o muy rico o muy artista prestado al juego de la política electoral, no sabe si los recursos se destinan, y menos si llegan a donde tienen que llegar. En total son siete alcaldías, pero podrían ser seis, o cinco y media. En esta ciudad las exactitudes son poco más que un lujo inútil.

Cada una de las cinco y media o siete alcaldías tiene su sistema de seguridad preventiva, cinco de ellas cuentan con cuerpos policiales que se dividen en brigadas para detener y castigar, en caso de que lo consideren necesario, y algunas hasta regulan el tráfico y la circulación de vehículos, pese a que también existe un organismo llamado Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre que cuenta con fiscales para ejercer tales funciones. He leído, según declaraciones del que fuera presidente de esa institución en 2008, que la capital ostentaba el 40 % del parque automotor de Venezuela, y que ese año circulaban diariamente por la ciudad más de 2 millones de carros, 400 mil de ellos para cruzar de un estado a otro. Actualmente deben ser cientos de miles más, pero digamos que al sacar la cuenta resulta que uno de cada dos habitantes tiene un vehículo en Caracas.

O bueno, uno de cada cuatro. Depende.

Hasta hace un par de años, aquí la hora pico se estimaba entre las 6 y las 8 de la mañana, al mediodía, y entre las 5 y las 7 de la noche. Ahora redondeamos: entre las 6 de la mañana y las 7 de la noche, o un poquito más tarde, puedes quedar atrapado en un tráfico que va de una a dos horas. Así que si vas en tu automóvil, o en transporte público superficial, relájate, no es mucho lo que puedes hacer.

Caracas tiene muchos parques. Es una ciudad gris con lunares verdes, igual que su pelo pintado en forma de cerro gigante que mira al mar Caribe, por donde trepan los caminantes que se conectan con la naturaleza, y un cielo bastante azul. La barba y los vellos del cuerpo, por seguir con el juego, eran también montañas de árboles y terrenos diagonales y baldíos y quebradas y mucho monte, y ahora son casas construidas por sus propios habitantes, hechas de ladrillos, zinc, cemento, ilusión y, según la zona, mucho miedo cuando se cree que va a llover duro, y llueve.

En Caracas hay por lo menos 35 centros comerciales agremiados, allí están los más grandes, los del nombre chic con la consonante repetida y en cursiva; estos –está bien, voy a explicar el chiste– estos malls, junto al centenar de pequeñas edificaciones con locales comerciales de mediana monta, conforman el rasgo consumista de un espacio que registra una tajada tan grande del mercado de los teléfonos Blackberrys para América Latina, que el término socialismo no solo huye despavorido de nuestra realidad, sino que muestra sus nalgas al aire.

Como en tantas otras ciudades del continente, en Caracas el contraste es la regla. Hay mansiones de millones de dólares donde viven –algunos con dignidad, otros sin que les importe haberla perdido desde la adolescencia– ministros, representantes del gobierno, herederos con suerte y dueños de empresas, quizá cien o mil o 20 mil, ya sabemos que las exactitudes en las cifras importan poco a estas alturas, y también hay millones de ranchos, dos, cuatro o siete, donde el hambre molesta y ya se sabe que la vida es más dura en términos de la escasez de recursos. Mucho más.

¿Armas de fuego? Solo en Caracas un cuerpo policial decomisó 2166 en el primer semestre de 2009. Esto quiere decir: un promedio de doce al día. Pero si te pones a conversar con cualquiera o lees a los opinadores de turno, terminarás creyendo que entre legales e ilegales hay millones. Los conservadores dicen que hay 5 en el país. Los apocalípticos, que son más de 15. Hablamos de millones. Millones de armas de fuego, ¿alguna vez has contado hasta un millón? Adelante. Hazlo.

¿Qué importa si son tres y medio o nueve novecientos? La banda es para bajar la cara de vergüenza. En el mejor de los casos, no pensemos en eso, porque en realidad hay muchísimas otras cosas mejores en las cuales podemos aprovechar el tiempo, como en ir a bailar o emprender un viaje, por ejemplo, que aquí es muy fácil y siempre reconforta. En el peor de los casos, multipliquemos armas por décadas de indolencia y esas décadas por balas, y ahora pensemos quién se está llevando el dinero de ese tremendo negocio.

En Caracas puedes conseguir lo mejor y lo peor de las personas, me dijo hace un par de semanas una amiga francesa que tiene dos años viviendo en esta ciudad y ha vivido antes en Estados Unidos, España, Mali, Madagascar, México, Brasil y ha paseado por Europa del Este, el Cono Sur y Colombia. ¿Cómo es eso?, le pregunté: Bueno, nunca he conocido a gente tan amable y tan solidaria como los venezolanos, pero tampoco he visto tanta maldad como aquí. Créanme, al menos con ella, he tratado de figurar entre los primeros.

Con semejante bipolaridad, tomando como ciertas las palabras de mi amiga, no es de extrañar que en este lugar, además de carros, motos, armas de fuego, teléfonos celulares, parques y centros comerciales, sobren licorerías, para beber las penas y celebrar que tenemos ron y mientras haya ron hay esperanzas; peluquerías y gimnasios, para mantener la línea y alisar el cabello largo los lunes por la mañana; y enormes cadenas de farmacias donde venden desde harina de maíz hasta cámaras fotográficas, y se suele agotar el Viagra los viernes por la noche.

Me preguntan cómo veo la situación del lugar donde vivo. Allí, a muy grandes rasgos, está la respuesta. Caracas es fea, pero te atrapa porque es de una intensidad que pocas veces aburre. Es como una droga que sacude y te esconde y sabes que deberás abandonar antes de que sea demasiado tarde. También me preguntan si creo que puedo influir en ella. ¿La verdad? He sido cofundador de cuatro revistas, tres de ellas culturales, trabajé en un museo cuando creía que el arte podía llegarle a las mayorías, me sumé a apoyar el Foro Social Mundial en 2006 y también el Foro Social Alternativo, que le hacía la contra, editorialicé informaciones en un noticiario audiovisual en tiempos de altísima polarización política, redacté algunas crónicas sobre espacios olvidados en la ciudad, he organizado charlas y debates, fiestas abiertas al público, he dictado un par de talleres sobre lo que considero que es el ejemplo del buen periodismo narrativo (Martí, Walsh, Capote, Kapuscinski, Rotker, Lemebel, Monsiváis, Caparrós, Guerriero, Salcedo Ramos, Muñoz, Duque, etcétera), y en cada una de esas acciones di lo mejor que tenía, pensando primero en mí, después en mi círculo inmediato y, finalmente, en Caracas. Pero aún así, no lo creo.

No creo que pueda influir en una ciudad como esta, para bien o para mal, más allá de mi círculo inmediato y en un tiempo cortísimo. No lo creo y a veces he querido pensar que no me importa, pero la verdad es que mientras siga viviendo acá, lo voy a seguir intentando.

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La ciudad huele a pollo descongelándose http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/die-stadt-riecht-nach-aufgetautem-huhnchen/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/die-stadt-riecht-nach-aufgetautem-huhnchen/#comments Wed, 25 Aug 2010 14:56:39 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1229

A qué huele una ciudad. ¿Detroit apesta a la industria automotriz? ¿Tocino es el aroma de Sweet Home Chicago? Cuando era niño mi ciudad olía a pollo frito. No a tacos de tripas gorditas burritos lonches lonches lonches. Mi big city jedía a Pollo Santos. La invasión del KFC y el Church’s Chicken todavía no se convertía en el htlm de nuestras emociones. El mejor pollo frito lo preparaban amas de casa desencajadas, abuelas chagalagas y por supuesto Pollo Santos.

Aquel pollo era catedralicio. Empanizado con devoción religiosa. Pollo tan bien hecho ya sólo lo he visto en las películas, en revistas o en comerciales de televisión. Pero no me prendo. Sé que es fake. Utilería. Pinche pollo photoshopeado. Lo peor de todo es que me he convertido en un junky del pollo frito. Durante un tiempo frecuenté un negocio clandestino de pollo frito. Parecía un auténtico picadero. La gran industria del pollo frito es una mafia. No sé cómo se enteraron, pero reventaron aquella ventanita de pollo.

Mis actos favoritos son caminar por calles llenas de fábricas, recorrer la larga avenida a espaldas de la central camionera y visitar la sucursal de Pollo Santos que se encuentra frente a la Alameda. Nunca ordeno. Me estaciono en una mesa a leer un libro o a observar a los despachadores de pollo frito. No fui un preparatoriano común. Mis compañeros eran repartidores de Dominos Pizza o de Pizza Hut. Yo trabajé en Pollos Santos.

Durante mi turno vi cómo le partían el corazón a cientos de hombres. El mejor lugar para que te abandone una mujer es un expendio de pollo frito. Es menos doloroso que en el cine o en un restaurante. Puedes encontrar consuelo en el dorado que se forma alrededor de una pechuga recién frita.

Estrellas de box y luchadores visitaban Pollo Santos. Yo era un apestado. Olía a pollo frito. No importaba cuántas veces me bañara, no podía desprenderme de aquel aroma. Era un fanático de la lucha libre. Y me dejaban entrar a los vestidores por las raciones extras que le servía a uno de los réferis. Conocí a grandes luchadores sin máscara. Me sentía importante. Estaba orgulloso de vivir en esta ciudad.

Después nos invadió el Coronel Sanders y los expendios de pollo frito se multiplicaron. Recuerdo que temblé. Vi cómo Mix up le rompió la madre a todas las pequeñas discotecas. Pensé que sucedería lo mismo con Pollo Santos. Pero la receta secreta y el crujipollo se la han pelado.

Sé que esta ciudad es una ciudad por su basura en las calles, por sus perros callejeros y por los travestis en sus esquinas. Pero también sé que si Pollo Santos sucumbe, la franquicia de KFC no será suficiente para hacerme sentir un ciudadano. Para mi buena suerte, Pollo Santos sigue partiendo el queso. Es insólita la cantidad de pollo frito que se vende. Dudo que alguna ciudad de Estados Unidos pueda competir con el fanatismo que sentimos por el fried chicken. Tanto se consume que la atmósfera ha dejado de apestar a pollo frito. La ciudad huele a pollo descongelándose. Pollo que está destinado a la freidora. Flavor Flav sería feliz en esta ciudad. Aquí lo más importante para todos es el pollo frito.

Siempre que alguien a pie o en coche atraviesa la parte industrial de la ciudad se tapa la nariz porque el olor a pollo descongelándose es insoportable. Jiede a verija de gallina, dicen. Me es tan familiar que cuando viajo extraño ese maldito olor. Acudo con regularidad a Pollo Santos. También a KFC, a pesar de todas las leyendas que aseguran que el pollo está inyectado con vinagre. Y visito Church’s Chicken, nunca sé en qué local me voy a encontrar a el amor de mi vida. Es posible que la mujer de mis sueños esté junto a una cubeta mordiendo una pierna de pollo frito empanizado.

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No-lugares y lo nuevo de Alemania http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/nicht-orte-und-neues-aus-deutschland/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/nicht-orte-und-neues-aus-deutschland/#comments Mon, 23 Aug 2010 15:34:08 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=901

Ultimamente mis amigos en Argentina me preguntan, con sonrisa pícara: „¿Que onda, que está pasando en Alemania? ¿Se están convirtiendo en una república bananera?“ Este repentino interés es algo nuevo. En los último años aquí nadie se había interesado demasiado por los problemas internos alemanes (y no había porque hacerlo). Cuando llegaron los reportes sobre la crisis económica en Alemania: A) no fueron tomados en serio o B) fueron objeto de mofa („bueno, ya ven, ¡así se siente una crisis!“). Tampoco me excluyo. Demasiadas veces tuve que escuchar observaciones arrogantes desde el norte, cuando informaba sobre Argentina, sobre todo luego de la crisis del 2001/02: „uh, todo lo que pasa por allá, en esos países, allá abajo“, siempre con el subtono de: a NOSOTROS no nos podría pasar algo igual.

Ahora de golpe los amigos recortan artículos de prensa sobre Alemania y me los traen. Un presidente renuncia ofendido. Un pulpo nos sirve de oráculo para predecir el futuro. El Euro está en peligro. Escándalos de corrupción en Ferrostaal y Siemens. Uno puede alquilar manifestantes y comprarse un carnet de conducir. La desgracia de la Loveparade en Duisburg (los organizadores se equivocaron en sus cálculos en un par de cientos de miles de participantes, hubo personas que fueron pisoteadas hasta la muerte). Alemania se robó el busto de la Nefertitis en Egipto y quiere quedarse con ella. Reactores nucleares con 30 años de antigüedad pueden seguir funcionando (a pesar de que probablemente el 98% de los alemanes se negaría a conducir un coche de la misma antigüedad porque no tiene Airbags).

Y bueno, ¿qué pasa en Alemania?“ Preguntan mis amigos o curiosos, y tengo que decepcionarlos. Alemania no será nunca una república bananera. Una república bananera está en el sur, llena de bellezas exóticas, un tanto corrupta y poco seria también. Alemania nunca estará en el sur y eso de ser exótico, no lo conseguiremos jamás.

¿Qué aspecto de mi vida es el determinante? Se me ocurren muchas respuestas, pero hay un aspecto común a todas: La ausencia. Como una ventanita pop-up, que uno puede cerrar rapidamente, aparezco en la vida de mis amigos en Alemania y en Argentina. ¿Cuándo estoy más de tres semanas en el mismo lugar? Volviendo a Buenos Aires después de hacer algún artículo en otro lado, muchas veces estoy – y no estoy. Me encierro a trabajar, hablo por teléfono. Soy tan libre como nunca lo hubiera imaginado. Y presa por esa ausencia que hace imposible lo que esencial en una vida: momentos compartidos con otros. Buenos y malos. La ausencia ha destruido amistades, un amor. Es una lamentación, que muchos no entienden, porque llevo una vida que a muchos les parece muy atractiva (la que yo también quería tener y muchas veces no puedo creer que sea mía). Pero olvidan que es un diseño de vida que sólo permite un tipo de par indivisible: Una persona y su laptop.

La ausencia me tiene en sus manos. Y esta falta de cotidianidad se concentra en no-lugares como por ejemplo los aeropuertos. Ahí me pongo en stand-by y dejo fluir los sentimientos que propician las inestabilidades en mi vida: la euforia y la melancolía.

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Metamorfosis Ninja http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/ninja-metamorphose/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/ninja-metamorphose/#comments Thu, 19 Aug 2010 07:16:23 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=941 Hace un par de meses comencé con mi sutil pero decisiva transformación en un Ninja. Y ahora intentaré explicarles a mis amigos Los Superdemokraticos las razones de esta metamorfosis:

Primero, las cuestiones económicas. La férrea disciplina que se impone un Ninja le permite dejarle al vicio sólo algunas horas a la semana: vino, cerveza y otras sustancias tienen su lugar, pero recuperándoles su naturaleza ritual. El sexo (hábito tan oneroso) mantiene su lugar también, pero en lugar de cantidad preferimos su calidad mística. El dinero deja de ser un enemigo, para fluir como energía.

Segundo, se cultiva la verdadera amistad. Al Ninja no le son necesarios esos falsos amigos que pululan alrededor como moscas precipitándose sobre el plato de leche. Se aprende a reconocer en un solo golpe de mirada a aquellas almas que serán nuestras aliadas en la lucha por iluminar el cielo. El Ninja de hoy acepta la hermandad espiritual que tenemos los seres humanos con todas las especies animales, vegetales y minerales, incluyendo a los perros chihuahueños y a los ajolotes. Si se fijan bien, verán que el ajolote es como un Ninja del agua, pensando que es aire. Su naturaleza anfibia le permite habitar el pasado y el futuro.

A los adversarios invisibles un Ninja los castiga con silencio e indiferencia. Se resiste a la injuria, la calumnia y la difamación a través de largas sesiones de meditación frente al sol naciente. Nos desvanecemos del escenario hostil, dejando apenas una nube poética.

Tercero, el tema fashion. Algunos podrán decirnos que la imagen no importa, pero bien sabemos que mienten. Hay que ser imaginativos y usar la vestimenta como un lenguaje. La ropa es una textualidad, por eso el hábito o túnica negra con antifaz (consagrado por la cultura popular) jamás pasará de moda. Es un resumen del misterio y una admonición de lo que todavía está por ser creado.

Cuarto, a la violencia oponerle la elegancia. Mientras en este país todos se matan a diestra y siniestra, con recursos más bien carniceros y de escaso decoro, los Ninjas de la actualidad proponemos combates mentales con ubicación en los sitios sagrados prehispánicos. Esta propuesta alegórica no implica que no reconozcamos que el origen de la violencia actual (y real) está en las desigualdades sociales, la corrupción y la impunidad que asuelan históricamente a Centroamérica.

Una quinta razón para convertirse al nuevo ninjitsu es la salud. Un Ninja come sano y todo lo aprovecha bien. El entrenamiento físico le resulta vital. Paseos en el bosque y en las selvas son básicos para mantenerse. Volar entre los edificios de la ciudad es otro ejercicio muy divertido.

And last but not least, la teletransportación. Ser Ninja me permite cambiar de país sin alejarme de mis seres queridos. Guatemala es un país hermoso, pero al mismo tiempo constituye un campo de entrenamiento: el lugar ideal para poner a prueba la voluntad y la verdadera vocación de un escritor. Aquí ni siquiera el premio Nobel hará que te reconozcan la gloria, como bien lo supo Miguel Ángel Asturias… lo que en cualquier otro país de la región habría valido hasta para cambiarle el nombre a una provincia, aquí sigue suscitando resquemor, recelo, molestia, o plena indiferencia.

Los mosquitos son los únicos que mueren dignamente entre los aplausos, reza la enseñanza nipona, así que quien realmente desee hacer literatura en este país deberá estar poseído por una verdad interior que necesita ser revelada a toda costa y contra todo obstáculo. Esta verdad interior, en mi caso, emerge ahora como la escritura del Ninja que delira con las manos. Que practica la caligrafía como una preparación para el combate. Que intenta modificar el cielo nacional, lanzando estrellas verbales.

(Leer: Manifiesto de la Literatura Ninja)

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El cuerpo de Goliat http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/goliaths-korper/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/goliaths-korper/#comments Mon, 16 Aug 2010 15:06:43 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=738

São Paulo © Sabine Scho

„la ciudad es la boca/ el espacio“ empieza uno de sus poemas más famosos el poeta Thomas Kling, muerto demasiado pronto. La ciudad es el cuerpo, su boca: el laboratorio del idioma.

Con manhattan mundraum -área bucal de manhattan- encontré en 1996 el hocico capaz de meterse todo en la boca. Ahí nadie se arranca los dientes de oro del área dental y va a bailar, ahí alguno se mantuvo en la amalgama -“lleno mi boca/ espacio, estacas podridas, tu“ – el gobierno del azogue con el que recién se puede extraer el oro y la plata: „texto fundido/ y re-/fundido“.

Ahí uno escarbó los residuos, medio digeridos, hacia afuera de la mal iluminada área bucal: „artículos de opinión que de/ en los labs, el surco que separ, como/ palimpsesto. Como papel comestible.“

Cuando el arte muestra lo que pocos han visto todavía -como lo formulara Robert MusilThomas Kling mostró ese „lado sucio“, „la flema del uso“ del cazador de palabras y del versero, él sabía como liar y preparar el lenguaje de los cuerpos.

Hablamos del vino, que tiene cuerpo, uno conoce la física de los cuerpos sólidos, el cuerpo de las empresas constructoras, el esqueleto de acero.

La poderosamente cansada aglomeración de cuerpos, la mafia del concreto, concrete poetry, aliento ardiente, circulaciónn pulsante, cuerpos de resonancia, el afilador de tijeras con su tono de pito inconfundible, el camión de gas con su corta melodía, la ciudad habla, ronca, chasquea, gime, uno espera en cualquier momento que se libere de sus anclajes y se mueva hacia adelante. Me asiento sobre un gigante ahogado y tiemblo. Cada vez que toma aire termino en una situación difícil. Expira y caigo por las calles empinadas. La avenida paulista, la tira de botones de su camisa extendida.

Traducción: Rery Maldonado

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Deshechos, estertores, muerte http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/ausscheidungen-rocheln-tod/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/ausscheidungen-rocheln-tod/#comments Wed, 11 Aug 2010 07:17:44 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=601
Deth of Field
Image by Hryck. via Flickr

Nara «Pionera Vanguardia Nacional», cacofónica y eufónica, se ama y se arma «hasta los dientes», se repite: «Tengo una erupción/ tengo una nación/ tengo una revolución si salgo por esa puerta».

Jamila Medina. Yo, espléndida puerta: visiones de una poesía con intersticios

Revista Desliz 3, Cuba, 2009

Mi cuerpo no es mi cuerpo, es una entidad sobreinterpretada, a la que sobran demasiados adjetivos y a la vez, faltan uñas. Hoy, aquí en Occidente, aquí en Latinoamérica, aquí en el Caribe, aquí en esta isla y en La Habana, un cuerpo no es nunca un cuerpo, sino un conjunto de palabras que evocan cualidades pero que excluyen la voz posible del cuerpo; con suerte, a veces el trópico regala ante una sorpresa visual algunos espontáneos y elocuentes monosílabos que se asemejan más a lo que una pudiera imaginarse como discurso de cuerpo.

Un cuerpo es esbelto, exquisito, ligero, brutal, manoseado, impoluto e imponente, con demasiada frecuencia. Un cuerpo no-cuerpo, es esta habla sin pelos, dientes ni fluidos. Mientras la ciudad se narra cada vez más en términos vitales, los de un ser orgánico, con vida propia, el cuerpo queda a ciegas consigo mismo. La glocalidad se palabrea como un corpus: allí se intercambian “flujos” de información, se “circula” por las calles, mientras el capital agrícola mexicano de Sinaloa, por ejemplo, “está en manos del narcotráfico”. La ciudad se humaniza, pero el cuerpo no está ahí tampoco. ¿A fin de cuentas, qué es lo humano? ¿No habría que llenar esa misma noción de materia corporal, léase de vahídos, estertores y deshechos?

Entonces, intentemos decirlo de una vez: la palabra civil necesita de la palabra de un individuo que no huya de su cuerpo, sino que sepa dialogar a solas con su muerte. Vivir a través de un cuerpo, es también cargar con la certeza de una muerte inminente. Y sí, las células madres son una esperanza, ¿pero quién quiere en realidad la inmortalidad?, y tanto mejor: ¿quién puede vivir con ella?

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¡Help! Una diosa se ha sentado a mi lado http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/help-eine-gottin-hat-sich-neben-mich-gesetzt/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/help-eine-gottin-hat-sich-neben-mich-gesetzt/#comments Mon, 09 Aug 2010 07:08:47 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=593

En el trufi. Foto: Javier Badani

Sudan. Mis manos sudan. Una diosa acaba de sentarse a mi lado en el trufi y yo sólo atino a segregar mi timidez, mientras rozo su cuerpo impulsado por el vaivén del vehículo. ¿Qué? ¿Qué no sabes que es un trufi? Te explico. Es un medio de transporte público muy particular que conecta el centro de La Paz con la zona Sur. Los choferes de los trufis utilizan el tradicional sedan de cuatro puertas de Toyota. Claro, para ganar más dinero, habilitaron un “asiento” (mejor dicho, un almohadón) extra en la parte delantera del coche. Así que olvídate de la idea original de aquel diseñador japonés que tardó años concibiendo un auto que transportara de forma cómoda a cuatro personas, aquí el ingenio criollo le agregó espacio para un pasajero adicional. Ahora, ¿entiendes mi problema? Aquí estoy, en medio del sándwich, sin poder mover nada más que la cabeza, más apretado que una sardina en lata de conserva.

A mi lado izquierdo, el oloroso chofer del trufi que aporrea una y otra vez mi rodilla, cada vez que cambia la velocidad en la caja de cambios. Mi lado izquierdo se siente invadido.

Y a mi derecha, una veinteañera que huele a primavera y cuyas pierna y brazo izquierdos me chocan, me golpean con el bamboleo del coche. Mi lado derecho quiere invadir.

Ella tiene suavecita la piel, eso me informa ese pedacito de brazo que la roza de rato en rato. Y parece que tiene… No, no, sí tiene amplias caderas y parecen querer fundirse a las mías cada vez que el trufi encara una pronunciada curva. Cierro los ojos e intento disfrutar de este momento a su lado y, al mismo tiempo, busco aislar de mi mente la molesta presencia del cuerpo del chofer. “Cosa rara la piel, el cuerpo”, me digo. Sólo bastaron pequeños contactos para desencadenar una reacción física y mental de imprevisible final.Y estas manos que no dejan de sudar. En sí, todo mi cuerpo parece haberse transformado en un ente líquido.

Curvas que van, curvas que vienen. No cabe duda que decenas de batallas de orden corporal se gestan a lo largo del día en el asiento delantero de un trufi.

En este caso, el cuerpo del quinto pasajero —o sea, el mío— busca a toda costa escapar del contacto con las regordetas extremidades del conductor, batalla, debo confesar, harto perdida.

Del otro lado, en cambio, ya se ha entablado un diálogo interesante entre los vellos del brazo mío con los de la veinteañera de olor primaveral. Se hablan, se tocan. “Por algo hay que comenzar”, me conforto.

De pronto llega el abrupto final. “¡Bajo en la esquina!”, le dice la muchacha al chofer. El trufi para, la diosa baja y mi cuerpo ya no suda, ahora llora.

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