cicatriz – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 Señales y heridas http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/zeichen-und-wunden/ Mon, 13 Sep 2010 12:23:10 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1831

Kuh vor Kritzelei, São Paulo © Sabine Scho

En 2007 el artista italiano Francesco Jodice presentó en la Bienal de Sao Paulo su visión de las megalópolis, con declaraciones de Citytellers. Él habló con pilotos de helicóptero que deben maniobrar en los corredores de aire de la misma ciudad, porque la construcción ilegal no se refiere a las favelas, sino a las innumerables pistas de aterrizaje, así como a los edificios, que a menudo se elevan al cielo más altos de lo que es permitido y sin embargo -con frecuencia gracias a sobornos- han recibido el permiso de las autoridades.

Los catadores cuentan sobre sus carretas, en la búsqueda de material de reciclaje en los mejores barrios, como se han puesto ellos mismos como animales de carga, delante de sus vehículos y como han convertido a su permiso de conducir en una reliquia de la actualidad. Ah si, el hombre con la carreta, que no se deja ver en las calles alemanas. ¿Tendríamos que darle permiso de circulación? En Sao Paulo consigue a lo sumo apilar las planchas de zink que recoge de las calles.

Uno ve como los policías mal pagados cambian el uniforme estatal por el atuendo de las empresas privadas de seguridad, en casos urgentes rematando la vestimenta con el arma de servicio, ya no por encargo del Estado, pero que uno ya no podrá reconocer en las balas que llevan los muertos en el cuerpo. Uno conoce el miedo de los Pixadores (grafiteros), que son perseguidos por gente como él, mientras los paulistas mejor colocados que no sólo se atrincheran detrás de muros muy altos, sino que arman y blindan sus autos. El miedo es un buen empleador.

En 1970 el uno por ciento de la población de San Paulo vivía en favelas, ahora son más del veinte por ciento, con un porcentaje equivalente de viviendas disponibles que, sin problema, podrían cobijar a muchos sin techo. Pero el uso provisional se ve de otra manera. Después del cierre de varios bingos y casas de juego por el robo a los clientes. Veo desde mi ventana en el noveno piso una edificio plano al frente, que desde hace meses está a la venta, en el que sobre todo los fines de semana, sobre una mesa verde, un para de manos femeninas reparten cartas hasta tempranas horas de la madrugada.

El repartir iguala un juego de azar, uno recibe cartas cubiertas y puede venderle una moto con estilo a los otros jugadores, para mejorar las posibilidades de ganancia. Métodos de intimidación y un as en la manga. Aprender a leer las señales y los gestos de los naipes de los estafadores, para que uno no termine parado como el buey de la montaña o como la vaca delante de los Pixaçao (garabatos).

Fue Vilém Flusser, un exiliado y paulista por elección, el que observó la fuga de las cosas en la información que se da de ellas y así carácteriza el caracter espectral del medio ambiente, convertido en interminable y Walter Benjamin el que exigía que se aprenda a leer lo que aun no se ha escrito. Son los Pixadores de Sao Paulo los que convierten las cosas en información.

Es cierto que las cicatrices arquitectónicas se ven de otra manera, pero no se trata de eso, de todas formas son heridas.

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Lluvia y cuerpo http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/regen-und-korper/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/regen-und-korper/#comments Tue, 03 Aug 2010 07:00:20 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=555 * El cuerpo es la única relación que es para siempre. El divorcio  es imposible y el camino se hace largo. Me parece que el aprecio por el cuerpo propio es algo que se gana a golpes. Se necesita tener un melanoma, hincharse un huevo, quebrarse una pata. Hace dos años estaba en esta misma latitud pensando en mi tumor, cuando por fin se validaba mi hipcondría de larga data. Años de estar acostumbrada a miedos más que dolores, y ahora por fin, una pelota redonda  y enorme donde fijar todas mis expectativas.

* Me sorprende este texto durmiendo en el bosque, en una pequeña casa de la familia en la selva tropical cerca de la costa. Es la época lluviosa y las tormentas llenan los ríos e inundan los campos. En la mañana tomo café y salgo descalza a tocar la tierra. Hay caracoles diminutos, pequeñísimas ranas, lagartijas que corren sobre el agua, gusanos que se arrastran entre los dedos. Todos están saliendo espantados del barro, bombardeados por las gotas y los pasos, alertados por la cafeína que ahora sudo. Ellos y yo, aquí todos somos cuerpo.

* Mis pies están llenos de cicatrices de todas las veces que me he parado en un vidrio, mis piernas han sido golpeadas por mesas, tablas de surf, salientes en el asfalto, depilaciones apresuradas, la vida corriendo por otros países y quizás huyendo de este. Examino las marcas mientras estamos sentados en la arena de la playa quemándonos la piel y los deseos. Todas estas cicatrices menores son mucho más evidentes que la cicatriz de cuando me sacaron el tumor, que está debajo del traje de baño como si nada hubiera pasado.

* Cuando flotamos en el mar sabemos exactamente el peso que tenemos, el hígado dolorosamente hinchado por el alcohol de ayer . Nosotros intoxicándonos y el cuerpo perdonándonos constantemente. Abrimos la boca y nos llenamos los pulmones de aire, eso que nos levanta a la superficie y nos salva de la muerte. De repente empieza a llover y a nadie le importa. La lluvia tropical es como una sábana blanca que cae sobre las personas y las cosas. A veces me parece que respiramos debajo del agua, sin pensarlo mucho, y que es a los primates marinos a quienes debemos esta fisiología improbable.

* Cuando yo nací no tenía una cuna, sino una hamaca como esta en la que me acuesto en las noches, y me balanceaba entre mis padres y las estrellas bajo el halo de un mosquitero. Era la forma en que nos íbamos a dormir todos con menos miedo, oyendo las gotas golpear el techo. A veces extraño ese calor de sus cuerpos, sus manos salvadoras, el vaivén de la hamaca en una parábola predecible. Entre entonces y ahora han venido los males, cicatrices y arrugas, dudas sobre la mortalidad propia y ajena, la salud y la enfermedad que se intercambian como las olas. La hamaca todavía sostiene mi cuerpo, este misterio regulado por sus propias mareas, una masa concreta que se deteriora lentamente de formas alarmantes y se regenera sin avisar,  que de alguna forma todavía me contiene.

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Cicatrices http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/#comments Thu, 29 Jul 2010 15:00:13 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=550 Una cosa es ser varón. Y otra es ser hombre

Vida / Canción de Rubén Blades

Pertenezco a esa estadística axiomática del ciento por ciento de personas que nace de una mujer. Aparte de esa totalidad escandalosa y obvia, entro en un rango indescifrable pero evidente en América Latina: el de los hijos de madres solteras. Esto quiere decir que si soy, además, machista y egocéntrico, la culpa –o esa responsabilidad virtuosa– le corresponde a la mujer que me crió. La misma que me parió. Palabra clave: moda. Tengo la mitad de mi vida, o un poco más, preocupándome por las mismas cosas: el fútbol, la noche y su fiesta, el dominó, y las mujeres, en plural. Ahora también me ocupo del lenguaje y la ficción, pero estoy seguro que se trata de algo pasajero, un mal menor de mi juventud que todavía no termina.

De pequeño me esforzaba por escupir más lejos que el resto, por saltar más alto, pegar más fuerte y correr más rápido. Era simple y divertido, tomaba riesgos sin reparar en las cicatrices; al contrario, cada marca era una estrella y tales estrellas valían favores, helados, sueños y leyendas propias.

La primera de ellas llegó mientras aprendía a caminar. Pegué la boca de la esquina de una mesa de noche y con el resbalón se me fueron el buen humor y la memoria. Mi madre me cargó en sus brazos; el resto lo hicieron un caramelo y dos puntos de sutura perfectos.

La segunda cicatriz es la mejor, parece un alacrán boca arriba y aún se puede palpar sobre uno de mis tobillos, en la pierna izquierda. Me abrí la piel con una lata de zinc en unos carnavales, y, dos mujeres, mi madre y su amiga, casi se desmayan del susto al ver la mezcla pastosa que formaban la sangre y la grasa. Desde entonces pasé de ser un gordito de cuatro años, a un gordito de cuatro años que rebosaba de orgullo.

Antes de los diez, por fin me pude romper la frente. Estaba en casa de mis tíos jugando a patinar descalzo sobre el agua. La pirueta que comenzó siendo exigente se transformó en aparatosa. Cuando levanté la cara del piso para revisar la puntuación que me darían los otros niños, noté con sorpresa el espanto en sus rostros: fueron nueve puntadas en diagonal que mis primas trataron de borrar sin éxito, con cariños y velas, antes de contarle a mi madre por el hilo telefónico. Su grito de preocupación desde el otro lado, a nueve horas de carretera, no hizo sino reforzar lo que ya sabía. Mi tío me lo dijo engreído, si tienes una marca entre el cráneo y la barbilla, no te preocupes y saca el pecho, ya comenzaste a ser un hombre. Si tienes dos, como tú, podrás ser incluso un hombre prometedor.

Mi última lesión visible es en el brazo derecho, soy puro equilibrio. Fue en una pelea y apenas tenía doce años. Bueno, casi trece. La pelea comenzó porque defendí a un muchacho más pequeño para agradarle a una chica que estaba de visita, la misma que me envolvió la cortada profunda de seis centímetros con papel de baño y me acompañó hasta mi casa, para avisarle a mi madre. Salí con la estampa del valiente, un héroe herido en batalla, me sentía realizado. Además, me quedó un keloide, ese término que se utiliza para reducir el ya escaso valor estético que puede tener una cicatriz a mucho menos que una anécdota grotesca.

A partir de entonces aprendí otras cosas sobre la hombría que poco tienen que ver con las heridas y sus consecuentes –y a veces inmediatos– cuidados femeninos. Amo a las mujeres, como al fútbol, la noche, la fiesta, el dominó y, temporalmente, a la literatura y sus frases-trampa. Pero sobre todo amo ser hombre por otras dos razones. Creo que solo siendo hombre puedo valorar en su justa dimensión el surco que me dejó en el alma la muerte de mi madre, mi madre soltera, y todo lo que ella trató de enseñarme sobre el peso, la importancia, el valor y el coraje de las mujeres: tan sensoriales, tan inteligentes, tan sensitivas, tan delicadas, tan fuertes y también tan frágiles. Por ser mujer quizás no habría tenido menos cicatrices, es verdad, pero seguro habría disfrutado menos de ellas y hasta habría tratado de ocultarlas.

Soy de los que piensa que con cada nuevo dolor reaparece el miedo, y el trauma que me provocó la partida de mi madre solo podía ser curado por otra mujer, mi hija. Esa es la segunda razón: después del miedo sobreviene el placer y tu memoria cambia. Por supuesto, la vanidad de mis heridas fue perdiendo sentido con el paso del tiempo y ahora ese espacio lo han ganado la curiosidad, las metáforas, el aprendizaje y el amor en sus múltiples formas.

Ser madre te permite. ¿Qué voy a saber lo que te permite ser madre? Ser hombre te permite enamorarte de tu madre y de tu hija, en caso de que las tengas o las hayas tenido. Eso no es tan poca cosa y me parece suficiente motivo para no desaprovechar la dicha que me ha dado la conciencia masculina, hasta que me toque ser mujer, en otra improbable vida, y empiece a nacer con la cicatriz que me produzca el nacimiento de cada uno de mis hijos.

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