Podría escribir que lo más importante de mi vida son mi familia y mis amigos, porque nada más tiene sólo ese significado, el querer a otras personas y ser querida por ellos (en todas las facetas que un corazón humano puede entregarse).
Podría contar la historia de la beca de estudios que le financio a una joven vietnamita, o por qué era importante para mí eliminar una cortapisa, aunque no tenga la menor idea de cómo voy a pagar el año que viene mi alquiler.
Podría aclarar que considero la formación como un privilegio precioso que uno debe valorar y no despreciar desconsideradamente, porque, como siempre decía mi abuela, es la única posesión del hombre que nadie puede quitarte.
Podría hablar sobre la fortaleza de la literatura, y sobre cuánta esperanza cabe en una historia.
Todas estas respuestas me superarían, y serían con toda probabilidad justo lo que se esperaría de una autora parcialmente establecida como tal. Sin embargo, la verdad es que estas cosas son con toda certeza parte de mi vida, lo que mejor define mi vida del abanico “Trabajo, Familia, Activismo, Co-gestión, Música, Literatura, Formación…” son precisamente los puntos suspensivos al final de la frase.
Desde que vivo de la escritura, evito contarle a desconocidos cuál es mi profesión. Soy absolutamente vanidosa en lo que se refiere a mis creaciones y me puede escocer mucho que alguien no valore mis libros, pero no lo hago por esto. Es más bien por la sonrisa soñadora y romántica que suelen mostrar los demás cuando oyen que soy escritora. Algunos apoyan incluso la barbilla en su mano y suspiran admirados. Estoy cansada de aclararles lo plúmbeo que realmente resulta escribir. Que es solitario, agotador y obsesivo. Que la mayor parte del tiempo uno no está inspirado ni con ganas de ponerse ante el teclado, sino rodeado de dudas: sobre la disciplina, sobre la estructura, sobre el sentido. Pero sobre todo, sobre el valor. El valor de no catalogar las ideas propias como estupideces y ni paralelizar hacia nosotros mismos. El valor de encontrar la confianza en lo que uno hace, de evitar cada día la automutilación, de no entregarse sin resistencia a la procrastinación; todo esto tiene poco que ver con la diversión o el placer. Es un trabajo duro. Quizá el verdadero trabajo de un escritor.
Esta lucha contra las dudas, las debilidades y los miedos, es lo que verdaderamente define mi vida. A menudo es inaguantable. Esperar otra cosa sería falso.
Pero eso no puede contarlo nadie…
Traducción:
Ralph del Valle
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