19. Jahrhundert – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 SIN ALMA, SIN HISTORIA http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/seelenlos-geschichtslos/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/seelenlos-geschichtslos/#comments Tue, 22 Jun 2010 10:13:49 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=272 Junte un puñado de aristócratas terratenientes, agréguele una rebanada de representantes de la burguesía mercantil, condimente la mezcla con una cuchara de clero católico con nostalgias monárquicas y usted podrá cocinar un país. No, no es una broma. En 1825 un manojo de antiguos usufructuarios de la Colonia española decidió crear una República. La llamaron Bolívar, hoy Estado Plurinacional de Bolivia. Los ‘padres de la patria’ estaban temerosos entonces, de que las huestes militares ‘bárbaras’ de los rebeldes de la Gran Colombia —lideradas por Simón Bolívar— rompan con los privilegios que habían gozado gracias a la Corona en el territorio altoperuano. ¿Su solución? Fundar un país. No hubo nada romántico en la conformación de Bolivia ni tampoco medió para ello la búsqueda por sembrar un territorio democrático y de bienestar para todos sus habitantes, tal y como hasta el presente se enseña en las aulas colegiales y universitarias.

Ausentes de la partida de nacimiento de Bolivia quedó la gran mayoría indígena, que entonces conformaba el 95 por ciento de la población. Ninguno de sus representantes estuvo presente en el parto del nuevo país, a pesar de haber sido protagonistas fundamentales en los campos de batalla de la emancipación. Y, así, los “sin alma” mantuvieron en el flamante territorio los mismos papeles que les había sido impuestos por los ibéricos. A saber: A) Una fuerza de trabajo gratuita en minas, tierras agrícolas privadas y eclesiásticas B) Una fuente inagotable para sostener la economía nacional a través de impuestos como los diezmos y las primicias. C) Un simple decorado folklórico que sopla sus instrumentos de viento de cuando en cuando.

Y es que para 1825, de los verdaderos héroes de las guerrillas independentistas, aquellos que durante 15 años habían sacrificado junto a los indios todo lo que poseían —incluidos familiares y bienes— no quedaba casi nada. La tierra estaba libre del yugo español, pero sin sus caudillos libertarios y en las manos de los ‘doctorcitos’. Bolivia nació de la ambición de un basamento social blancoide y mestizo que mantuvo el abuso a los originarios, que los suprimió deliberadamente de las páginas de la historia y que bajo esta lógica sentó los basamentos de las primeras instituciones republicanas.

Ni el propio Libertador logró modificar el abuso, a pesar de haber sido nombrado Presidente de la naciente República que llevaba su apellido, Bolívar. Una de sus primeras medidas administrativas, a su llegada en 1825, fue lanzar un decreto que prohibía “a las autoridades políticas y religiosas, así como a los propietarios en general, el empleo de los indígenas contra su voluntad en faenas séptimas, mitas, pongueajes y otros servicios domésticos y rurales, salvo contrato previo y libre del precio de su trabajo”. Demás está decir que la medida quedó archivada en los anaqueles del olvido del nuevo territorio. Después de todo, ¿quién era este guerrero caribeño para cambiar las reglas que habían regido por 300 años el Alto Perú?

DE LA GLORIA AL INFIERNO

“El indio (…) come de los suyo lo que basta para vivir, i de lo ajeno hasta reventar: vive por vivir, i duerme sin cuidado; cree todo lo falso, i repugna todo lo verdadero: enferma como bruto, i muere sin temor a Dios”. Así escribía un ciudadano de La Paz a mediados del 1800 y sus palabras —rescatadas por el historiador boliviano Ramiro Condarco— marcan el desprecio que se sentía por los aymaras (indígenas del occidente de Bolivia). Desprecio que llevó a las autoridades e historiadores de la época a dejar de lado a personajes de la Bolivia de finales del siglo XIX; uno de ellos, Zarate Willca.

En 1889, la clase política de los departamentos de La Paz y Chuquisaca iniciaron una lucha intestina por el poder que dio paso a la revolución federal. La aristocracia paceña liberal se levantó contra el Gobierno de Fernández Alonso sin mayores recursos económicos ni bélicos. Sus líderes recurrieron desesperadamente al apoyo de los indígenas, prometiéndoles mejoras sustanciales en su diario vivir. No era suficiente pedir al indio su aporte económico y laboral, ahora era necesario su tributo de sangre. Liderados por Zarate Willca, masas de aymaras adoptaron pronto los ideales federalistas de los políticos paceños y les ayudaron a vencer al bando constitucionalista. Tras la victoria en los campos altiplánicos, sin embargo, “fueron los propios revolucionarios los primeros en incurrir en el menospreciable y punible intento de falsear la verdad histórica, desconociendo y negando su participación y responsabilidad en la iniciación del levantamiento indígena, incluso en momentos en que no habían abandonado aún el teatro de los infortunados acontecimientos que ellos provocaron”, escribe Ramiro Condarco, quien en el siglo XX sacó de la penumbra de la historia oficial a los líderes indígenas que participaron de este evento.

La guerra civil había terminado, pero se inició entonces una rebelión aymara. La gran población indígena creyó que tras la victoria se autorizaba de hecho la consumación de sus aspiraciones reivindicatorias, como la recuperación de las tierras comunitarias de origen. Esto se les había sido prometido por los conservadores paceños para lograr su aporte en la guerra. Los cabecillas indígenas fueron perseguidos y su participación en la guerra federal negada. Ningún documento oficial público de la época llegó a expresar la verdad de la intervención indígena. Zarate Willka fue enjuiciado por los excesos a los que incurrieron algunos líderes indígenas en su desesperación y asesinado años después sin haberse aclarado estos hechos.

Hoy, una vez más los originarios de Bolivia han sido convocados por la clase política. El Presidente Evo Morales —autoproclamado como el primer indígena Presidente del país— volvió a acudir a su apoyo para vencer a la clase ‘neoliberal’ y tomar el poder. Pero la historia se repite. Los dedos de las manos podrían ser demasiados para contar la cantidad de representantes de etnias indígenas que están en los órganos del Estado que deciden el destino del país. En cambio, el dedo índice de todos los habitantes de Berlín no alcanzarían para contar el número de originarios que viven en la pobreza.

Son los hijos de los doctorcitos blancoide-mestizos del siglo XIX quienes se mantienen en el poder y a quienes poco les interesa las clases campesinas indígenas.

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