De pequeña quería ser detective

Mi papá creció en el campo, nadando en el río. Hijo de padre japonés y madre ancashina, quedó huérfano en la pubertad y se marchó a estudiar a Lima. Era dirigente de Vanguardia revolucionaria en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos cuando conoció a mi mamá, muchacha limeña de padres muy católicos, futura ministra de la mujer y desarrollo social, estudiante de sociología también. Se enamoraron, no se casaron, mi abuela se enfadó, después de mi hermana nací yo. Mi hermana mayor es artista plástica y tiene una tienda de ropa, la menor está terminando el colegio. Yo escribo, me dedico a la fotografía, al video y dibujo cómics. Mi primer recuerdo es cuando me rompí la cabeza a los tres años jugando a las señoritas. La imagen se desvanece con un filtro rojo, la historia se cierra con ocho puntos. Luego, tempranos experimentos sexuales con niños y niñas, incluida una vecinita cuyos padres resultaron ser colaboradores del MRTA (organización terrorista que realizaba atentados y asesinatos en los ochenta), imprimían propaganda en la casa de mi amiga, que pronto desapareció del barrio. De pequeña quería ser detective, estrella de rock y mochilera. Era la mejor de mi clase hasta que me dio la poesía, me envolvió el insomnio, y me interné en la escena del rock subterráneo; entonces fui la segunda mejor. Trabajadora nocturna sin remuneraciones durante la adolescencia, desarrollé ojeras pronunciadas y una afición a la lectura como escenario furtivo de revelaciones que transformaban el voltaje de mi sinapsis, hasta convertirme en la autista popular que soy ahora. He residido siempre en Lima, en tres distritos, en tres casas y un departamento. Como buena poeta he hecho un poco de todo: trabajé vendiendo en una tienda de ropa (sí, la de mi hermana), en una librería, operando la cámara en una agencia de castings (sonría, perfil, el otro perfil, vuelva a sonreír, hace tiempo qué no piensa seriamente en la muerte), transcribiendo audio de entrevistas, corrigiendo textos y finalmente escribiendo (agradecería a dios pero no creo en él, además leer frase a continuación). En esta etapa de mi vida soy más selectiva, no tengo trabajo. Al menos no uno fijo. Escribía una columna de opinión en la sección cultural de un diario hasta hace poco, lamentablemente la cambiaron por un espacio dedicado al universo Marvel. Estudié dirección de cine y fotografía, he realizado cortometrajes y protagonicé una película que se estrena en julio de este año. A los 16 años conocí al editor de mis dos libros por casualidad, si acaso existe (mi editor). Me preguntó si yo escribía, quizás porque no decía nada, era tímida entonces. Ejemplo de paciencia y lealtad, esperó varios años hasta que le dije que sí, y nos pusimos manos a la obra. “Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo” fue un éxito, oscuro, adolescente y con un diseño pop encantador y rosado, todas las niñas querían tenerlo. Tuve que presentarlo en Lima y Argentina y sentí ansiedad, terror y temblor. ¡Fobia social! Me sorprende que no me diera antes… Para “Indivisible” (2007) había superado el temor al público, desde entonces lo imagino desnudo. Actualmente estoy enfocada en crear una performance rock and roll dadá, en la cual terminare golpeando un poema contra el suelo hasta destrozarlo. También hago música y canto, mientras voy por la ciudad en mi entrañable bicicleta Lizzie Mc Bici.

No he militado en ningún colectivo u organismo político hasta la fecha, sirvo a la resistencia de forma independiente (aunque tengo un grupo entrañable de amigos que es una familia y un microclima). Siento y resiento que la cultura a gran escala se uniformiza, se simplifica, se empaqueta y se vende; pierde profundidad y capacidad crítica. Estoy de acuerdo con que los jóvenes somos la fuente de energía alternativa y renovable, pero creo que todos debemos mantenernos jóvenes, y con ello me refiero a llenarnos de impresiones y líneas de expresión, a encarnar la vida.

Sí fui mochilera durante un tiempo, al terminar el colegio viajé sola por varios países de Sudamérica, leyendo y escribiendo, jugando a que no tenía a nadie en el mundo o un lugar para dormir o algo para comer. Encomendándome a los desconocidos, al azar y los licores baratos. Aprendiendo que lo que robas a las grandes empresas lo pagan los pequeños empleados, que nada es importante, que nada es real y todos los postulados necesarios para lanzarse en paracaídas, desde una nave interior, a la amable realidad del hogar y ponerse a estudiar una carrera (estoy compartiendo algo muy íntimo, no lo lean en voz alta). El último destino de aquella aventura fue Cuba, porque quería comprobar que en una vida pasada fui una señora negra cubana, y era cierto, conocía todas las calles. No puedo decir lo mismo de Lima, que ha crecido vertiginosamente.

De alguna forma está mejorando, antes nadie iba al centro porque era sucio y peligroso, hoy es histórico y turístico. Hay una ola de orgullo nacional que ha impulsado la producción y el consumo de productos nacionales. La gente está obsesionada con la comida, y la cultura gastronómica es la única cultura que el gobierno promueve sin reparos. Soy feliz como canta Ismael Rivera, me gusta bailar y venero el sol. Por intentar ser invisible terminé transparente, mi corazón habla pero no puede tomar café. Me considero afortunada por haber crecido en un ambiente estimulante y tolerante, por la gente creativa y sensible que me rodea, los dones, la magia, el amor ilimitado y psicoactivo.

Mi nombre es Tilsa Otta Vildoso y tengo 27 años pero mis libros de poesía sólo dicen Tilsa.

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