PURGATORIO SHOPPING

El fuego probará la obra de cada uno.
Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado.
Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar.
Se salvará pero no sin pasar por el fuego.
1 Cor. 3, 13-15

Cuando Dotson Rader le preguntó a su amigo Norman Mailer en dónde estaba el 11 de septiembre de 2001 justo en el momento de los ataques a las torres gemelas, el escritor norteamericano le respondió: aquí, en mi casa en Provincetown…yo lo estaba viendo en la televisión…fue una gran conmoción. ¿Por qué? Porque la única cosa que nos promete la televisión es que, en el fondo, lo que vemos en ella no es real. Por eso la televisión siempre produce ese ligero atontamiento. Los sucesos más increíbles, los más aterradores, tienen un cariz de inexistencia si los ves en la pantalla pequeña.

Un ejemplo claro de esto es lo que pasó con la forma cómo se trató la información del asesinato de Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano por parte de las Fuerzas Militares de Colombia, que, a mi forma de ver, fue aberrante, por decir lo menos. Los periodistas (e incluso algunos políticos como Rafael Pardo, ahora ministro de Trabajo), comentaban el asesinato como si se tratara de un hecho plausible, y lo que es más grave, como si ese hecho nos acercara realmente a algún muelle salvavidas en la brava marea de la violencia en Colombia. Lo que yo entiendo es que, el asesinato de alias Alfonso Cano, más que un triunfo nacional como nos lo quieren hacer ver, es un termómetro que mide perfectamente el punto de barbarie en el que nos encontramos. Puede ser que para un militar, es decir un hombre formado para la guerra, el asesinato sea un triunfo, y tal vez por eso la cara de satisfacción de la cúpula militar ubicada detrás del Ministro de Defensa al momento de dar a los medios el parte oficial de la operación, pero para los civiles que le apostamos a creer en una salida negociada al conflicto, para los que creemos en el diálogo como herramienta de solución a los problemas, definitivamente no. Para nosotros un asesinato es un asesinato y por lo mismo no dejamos de verlo como lo que es, más allá de que el asesinado se haya alzado en armas y se haya salido así del marco jurídico del país.

Que quede claro que no estoy defendiendo a las Farc, ni mucho menos, pero ¿por qué celebrar el asesinato de un ser humano y, sobre todo de esa manera? Lo de aquella noche no fue otra cosa que una inyección más de patrioterismo que le pusieron al país, que no sé hasta cuándo le durará, pero que mientras le dure, le servirá para creer que ese asesinato nos acerca a la tan anhelada paz que estamos buscando hace décadas.

Pero esto no pasa sólo con la televisión. Si Descartes negó el cuerpo al condicionar la existencia del sujeto sólo a la función del pensamiento, hoy muchos y muchas casi que niegan su propia existencia publicándola en formas que hasta no hace mucho eran impensables. Suena raro, pero es así: de tanto exponerse, terminan volviéndose invisibles. Facebook reemplazó al tiempo la condición exclusivamente familiar del álbum de fotos y los encuentros cara a cara, posibilitó comunicaciones de todo tipo, generó lenguajes nuevos, situación que no deja de ser atractiva, pero que no por eso excluye su peligro. ¿Y su peligro en qué sentido? En el sentido de que la información personal se da a desconocidos que pueden aprovechar la situación para hacer daño.

La utopista de la red por donde se mueven los sujetos hoy ha aumentado tanto las convenciones que propone salidas de todo tipo, incluso las más trágicas. Valga decirlo: ni hay Esquilos que escriban las tragedias, ni los personajes son Medea o Jasón, sino Martha, Luis, Claudia o Enrique, depende del escenario. Basta con tener un ordenador, una cuenta que permita el acceso a una comunidad virtual, y listo. Y así, empezamos a ser los que no somos, los que quisiéramos ser, y a cambio, la red nos ofrece pertenecer a un grupo social sin tener que ser excluidos por nuestros rasgos físicos o de comportamiento. Democracia, dicen algunos, y otros más estilizados, democratización de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Pero, ¿será cierto eso? ¿O será que mientras eso sucede, las democracias cada vez más se visten de vampiro e implementan ambientes de terror en algunos países del mundo, en su afán de control social y territorial? Personalmente, me inclino por la segunda opción, y además, creo que el vampiro democrático no sólo chupa la sangre de la víctima, sino que incluso, desaparece el cadáver, cuando no lo usa como medalla o como trofeo, publicándolo, como en el caso de Cano. Todo se vale. Querer, vivir y trabajar, pero en la red. Internet se ha convertido en una plataforma efectiva para alcanzar el éxito, pero también para hacer pública desde la foto del último paseo del grupo de amigos hasta la foto del muerto, ya con la humanidad del gesto disuelta.

Y en esto, el alojamiento de los espacios cibernéticos se parece mucho a los sanatorios: los únicos reales parecen ser son los que controlan, pero los internos no saben quiénes son los que los controlan. La idea de lo real entonces no se confirma en acción sino que se queda en eso, en idea, en una vaga idea que se asume como si fuera real y que de facto desvirtúa lo esencial de la vida, su desarrollo natural de contacto directo con el mundo. El sujeto ya no es más un partidario de la topofilia, ya no habita su lugar poéticamente por ausencia del propio Eros que se le ha vuelto virtual, al igual que su paisaje creado por el photoshop y sus recorridos por el mundo que realiza a bordo del aeroplano de Google Earth, sin azafatas.

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