Confesión posmoral

Vetternwirtschaft (alemán), Vetterliwirtschaft (suizo-alemán), Vetterleswirtschaft (suabo), Spezlwirtschaft (Baviera), Freunderlwirtschaft (Austria), Klüngel (Renania) o de manera profana Vitamin B, en español: enchufe. ¿Cuánta influencia tiene el nepotismo, esa distribución de beneficios entre allegados, en el manejo de la verdad?

Puedo imaginarme muchas cosas. Me puedo imaginar, por ejemplo, cómo uno se puede convertir en un Helmut Kohl. Sí, me puedo imaginar como uno primero llega a ser el sexto canciller de la República Federal de Alemana, el “canciller de la reunificación alemana” y el “canciller de la unificación europea” y como después termina siendo un personaje miserable. Me puedo imaginar cómo se llega a ese punto en el que alguien no quiera dar los nombres de los donantes para el financiamiento electoral, sólo porque éste  dio su palabra de honor de no hacerlo (voz original), por mucha ley de partidos o deber de publicación que se quiera. Primero uno es demasiado gordo y formal para la juventud y después uno encuentra –para colmo en un partido conservador cristiano- un sistema para ser funcional, uno inhala de su lógica, la transforma, le da forma, se embriaga en partes del sistema y en partes de uno mismo, y en un abrir y cerrar de ojos uno se encuentra en un marco de referencia que lo único que tiene en común con el mundo de la gente ordinaria es la apariencia. Ese es un estado en el cual dar palabra de honor se convierte en un signo más representativo de la sinceridad que la propia verdad. O sea, un estado en el que la verdad como un absoluto se vuelve quebradiza, porque también allí, en la sinceridad de la palabra de honor mora una verdad. Puedo imaginarme que el nepotismo no tiene rasgos de maldad, ni siquiera mirándolo desde dentro del núcleo del nepotismo hacia afuera. Puedo imaginarme que éste es percibido por sus protagonistas, por gente como Kohl, como un ritual de hermandad.

Me puedo imaginar muchas cosas, pues yo mismo soy débil de carácter. Por ejemplo, sé lo que significa querer ser el mejor y conozco también las ideas que surgen cuando en el camino a uno se le rechazan las pretensiones bruscamente. Conozco los movimientos vertiginosos del cerebro ante un rechazo, y sé que sólo basta un escaso enraizamiento en la entereza luterana y la pusilanimidad  pequeñoburguesa para dejarme caer en el la esfera de lo oscuro. Me puedo imaginar cómo se empieza a negociar con un superior, como se dice: para “avanzar”. Seguramente, bueno, así lo me imagino, uno no lo hace con la sonrisa pícara del malhechor, sino que uno ríe con el otro, hay verdadero aprecio entre los dos. Me imagino que así se ponen de acuerdo, por ejemplo profesor y alumno, en que el más joven de los dos merece un título. Me puedo imaginar cómo beben hasta muy entrada la noche y hasta que se han asegurado mutuamente de que es
correcto y para el bien de todos.

Me puedo imaginar muchas cosas, me puedo imaginar también lo terrible que se siente un reportero cuando una escena clave para su investigación, la escena que pudiera contar con unas pocas imágenes con profundidad de campo la totalidad del tema, no sucede y éste después tiene que inventarla. Me imagino como éste irrumpe en el arsenal de otros géneros y como allí se arma fuertemente con los fusiles de avancarga de la literatura para equipar las rígidas filas del periodismo. Y cómo éste después escribe sobre un
tema que sólo conoce de oídas, como si fuera testigo ocular. Me puedo imaginar inventar entrevistas como, en cierta ocasión, la del periodista Tom Kummer, y es que -como él describe en su autobiografía “Blow Up”-esto sucede no sólo por necesidad, sino también porque el hecho de inventar se comporta de manera más honesta con respecto al mundo que la afirmación en una crónica.

Puedo imaginármelo todo. Me puedo imaginar también situaciones que hacen parecer matar como algo necesario-y después desmentirlo. Soy hasta capaz de imaginarme, como por la pura necesidad de supervivencia me puedo volver un asesino en serie. Sí, me puedo imaginar cómo alguien como John Demjanjuk se convirtió en un carnicero, ya sea en  Treblinka o en Sobibor. También me puedo imaginar cómo uno puede olvidar el propio yo, después de haber cometido una acto de maldad, luego-de alguna forma- se le condena injustamente como a alguien que alguna vez fue un asesino en serie. Puedo imaginarme el poder perdonar todo tipo de comportamiento y puedo imaginarme también dudar hasta llegar a un estado “posmoral” que justifica cada mentira como una variación de la verdad.

Que ¿Por qué no lo hago? Digamos por la cultura, la pija burguesía o por ambas.

Traducido por: Adriana Redondo

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