Leo Felipe Campos – Los Superdemokraticos http://superdemokraticos.com Mon, 03 Sep 2018 09:57:01 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.9.8 ¿Quién es ese? http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/wer-ist-das-denn/ Wed, 15 Jun 2011 07:01:01 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=4109 1.

Mi tercera noche en Sao Paulo, Brasil, conversé con algunos contemporáneos que acababa de conocer, profesores de historia, productores audiovisuales, filósofos, artistas, estábamos en una fiesta. Fue en 2005. Había buena música en vivo y cachaça de calidad. Pese a eso, no sé cómo hicimos para ingeniárnosla y terminar hablando de sexo y política, dos temas que, como sabemos –vamos, hombres de acción– son menos para hablar y más para hacerse.

Y habrá sido por mi pésimo manejo del idioma, pero en uno de mis regresos de la cocina, con la vista nublada y una botella en cada mano, entendí que el segundo tema les interesaba más que el primero. Total que después de los movimientos libertarios, de los medios de comunicación alternativos y del cine de guerrilla, saltó el nombre, o más bien el apellido, que a todo venezolano le sueltan en el extranjero desde hace una década, más o menos, siempre en señal interrogativa: ¿Chávez?

Yo siempre me río, y si estoy en una fiesta, pido un trago. Y si no hay trago, pienso en sexo. Pero respondo. Primero con una pregunta, en broma: “¿Quién es ese? No lo conozco”. Después con lo que me salga para llevar la contraria.

Pero esta vez me hice el oráculo: “¿Qué quieren saber?”

Una buena amiga, a quien admiro por su buen carácter, su experiencia y algo que me gusta concebir como su claridad maternal, me suele decir: “Esto que está pasando en Venezuela es interesantísimo”, y hace una pausa antes de terminar la frase: “Si viviéramos en Europa”.

Más o menos por ahí quise comenzar a responderle a mis nuevos camaradas de la noche bilingüe, pero se me ocurrió algo mejor: invitarlos a quedarse en mi casa los días que ellos quisieran, aprovechando la celebración del Foro Social Mundial, que se celebraría en Caracas –como en efecto fue– en el primer trimestre de 2006.

2.

Durante la celebración de ese festín multitudinario y encantador al año siguiente, un compañero de mi trabajo en ese momento supo convencer a una turista neohippie de su admiración por el presidente, quien, le aseguró él, había hecho todos los esfuerzos por construir el Metro de Caracas enterito para ellos y en tiempo récord. Y aquí está, le dijo, me gusta imaginar que guiándole un ojo antes de tomarle la mano.

La mujer, enseguida, se enamoró. De mi amigo, del Metro y de Chávez. Mi amigo tiene una orientación política definida, apunta siempre al centro, hacia ese lugar exacto que se ubica entre las piernas de las chicas. Digamos que en ese momento ejercía la diplomacia. Nunca me dijo si logró tener sexo con la extranjera, pero de hacerlo, ¿quién podría negar que una mínima cuota de responsabilidad sobre ese polvo le correspondía a las mentiras que se desprenden del poder del presidente?

La mentira necesita de la verdad para vivir, pero sobre todo necesita del tiempo para existir. Una mentira no es hasta que se revela, hasta que se comparte, hasta que se grita. Pero tiene un problema, desconoce las distancias y se transforma según la geografía.

Eso fue parte de lo que vivieron también los dos valientes brasileños que se atrevieron a venir y quedarse en mi casa, entonces un anexo que compartía con una novia, que ahora vive en Europa con otro novio y no para de hablar de las bondades de andar en bicicleta, por decir algo pequeño.

Aquellos valientes, pareja de las buenas y amantes del discurso antiestadounidense de Chávez, viajaron por varias ciudades de Venezuela y se detuvieron en Caracas. Él se enfermó y ella lo cuidó como pudo. Tuvieron que conformarse con aceptar que este gobierno estaba crudo y notaron que los precios de los productos y servicios, versus los salarios básicos y promedios, eran muy elevados, pero que desde afuera se veía mejor. Yo, para que no salieran decepcionados, les dije que el balance estaba en entender que desde adentro también había muchos que lo querían ver peor.

Casi desde el principio de su mandato se instaló entre muchos venezolanos que conozco una fórmula simple para analizar la política nacional: si te gusta Chávez lo defiendes y si no, lo atacas. Fin del asunto. Cualquier duda te ubica en la acera contraria o, peor, en un limbo inaceptable. En un hoyo negro. Chávez ha acumulado mucho poder. Secuestra culpas y méritos. Casi todo lo que ocurre es su responsabilidad. Si el país está bien, es por él y su gobierno. Si está mal, también, aunque a veces entran en juego los lugares comunes de los medios de comunicación.

3.

Me niego a participar de esa mentira automática. Por ejemplo, doce años después de llegar al poder y vender un Socialismo del Siglo XXI que puede tardar cien años en descubrirse, se le ha metido en la cabeza algo que ha llamado “Misión Vivienda”, que no es otra cosa que ofrecer la construcción de millones de casas para millones de personas que no las tienen. Algo digno de aplaudir, si los indicadores macroeconómicos y de producción no lo contradijeran con una realidad que pasma.

No solo participé en una investigación periodística de dos meses sobre el tema de las estafas inmobiliarias que perjudican a las clases baja y media venezolana, y son consecuencia, entre muchos factores, de la corrupción, de la baja producción de cabilla y cemento y del enfrentamiento entre el sector público y las constructoras privadas en el país; sino que además tengo un promedio salvaje de mudanzas: 0,87 veces por cada año de mi vida. Digamos que si me llegara a mudar nuevamente antes de octubre ese promedio podría aumentar a 0,90.

De modo que sé lo que es padecer el hecho de no tener un techo propio. De modo que me encantaría que esa promesa sostenida un año antes de las elecciones presidenciales, se cumpliera, por la alegría de un gentío. Pero no soy la extranjera del Metro. De modo que quiero, pero no creo ni de lejos que se logre cumplir.

Así va este país. Cuando Chávez prometió que se cambiaría el nombre si pasado un año de su gobierno seguían existiendo niños indigentes, la mentira no se había consumado.

Pero así son las revoluciones, exigen nuevos paradigmas, y el costo de verdad que arrastra un hombre apasionado por el poder, por sí mismo o por la historia, suele llevar consigo el pesado lastre de la memoria. Han pasado doce años y hasta donde sé, se sigue llamando Hugo.

Es entonces cuando se hace necesario recurrir al peso de las palabras. Nombrar las cosas de otra forma es ofrecer nuevas perspectivas, imaginar, construir posibilidades. Eso es, entre las medidas sociales positivas y una larga lista de fracasos, sobre todo, lo que se ha hecho. Donde antes había una realidad con un nombre, ahora hay una realidad muy parecida, buena o mala, pero con un nombre distinto. Y sobre todo, cargada de esperanza para los más necesitados. Eso, cómo no, tiene algo de revolucionario, pero más de populista que de socialista. En el futuro, las mentiras no existen. Y un buen político, al igual que un buen artista, debe saber que como escribió Antonio Machado, la verdad también se inventa.

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Despedida en cinco actos http://superdemokraticos.com/es/laender/venezuela/abschied-in-funf-akten/ Fri, 08 Oct 2010 08:00:22 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2656 I

Tu presencia es fugaz

te quedas poco

desapareces en medio de la tarde

en plena ducha

con una bolsa de tela

y la prisa dibujada en el arco de tus piernas

Esa última llamada telefónica

suele resultar tan triste

tan vacía y pesada

tan real

que produce espanto

me produce espanto

y me espanto

Saber que algo termina

que hemos sido pasajeros de

una historia que se quiebra

corazón de piedra fría y con grietas

mirada hueca y boca negra

tus huesos

que me acarician

anticipando el fin

conocen lo que dice este silencio

todas las preguntas que quiero hacerte

y no me atrevo

II

Quiero hacerte creer.

Eso es el amor, después de todo

a pesar de tus muecas

de tu grotesca cursilería

de tus interiores con huecos

esta aventura triste reparó

en una conexión sin esfuerzos.

Quítame las manos de encima

y vuela como un Cadillac

como un Pontiac

como un carro demoníaco y remoto

disfrazado de Pegaso

deja de pensar

de desvanecerte

toma de mí la presunción y el rencor

sé una rata maloliente

y corre

corre lejos

como un Ferrari

como un prófugo sin gracia ni suerte

corre lejos

conmigo

hasta que no te vean más nunca

ni la sombra de la luz de tus deseos


III

Eres la última posibilidad de mis pasiones dignas

lo que quiere decir que existes

pero apenas como una fuga cobarde que dibuja sombras en el agua 

sabemos lo que ocurre:

un objeto a velocidad lumínica

choca contra una piedra gigante y estalla

eso es la fuerza según la física

nosotros haciendo el amor

la piscina está vacía

tu reflejo también

la piscina está vacía pero no importa

porque adentro arde una fiesta

somos dos fantasmas y lo sabemos

tú eres el rasgo genuino de mi mal carcater

y yo

apenas

una venganza evidente

IV

Eléctricamente

el viento se pega a tu pelo

y tu memoria te obliga a parir

como si fueras mujer

a parirme a mí

en otra ciudad

en el desayuno

de una casa para tres

que no habitaremos nunca

V

También busqué el aliento extraviado entre las cajas

la movilidad y el perdón tenían un número

el último

el deseo y mis adicciones iban en todas

esparcidas en cada pedazo de cartón

libros

papeles

revistas

la misma ropa pasada de moda

media botella de ron amarillo

mi único contrabando

promesas reconstruidas en clave de la poética-ranchera

Creo que nunca volví a recuperarlo

pero actualmente sería capaz de

balancearme en el vacío

sin necesidad de maldecirte

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Sin título http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/ohne-titel/ http://superdemokraticos.com/es/themen/globalisierung/ohne-titel/#comments Thu, 23 Sep 2010 15:57:20 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2213 Acabo de recibir el itinerario de vuelo a Cartagena, una invitación de la Fundación Carolina para participar en octubre en el Encuentro Iberoamericano de Jóvenes. Hace cuatro meses estuve en La Habana realizando la primera parte de una investigación periodística, y un mes después, en Madrid, Barcelona y Estocolmo, presentando un performance intelectual y cursi junto a otro escritor venezolano, dos catalanes y una colombiana, que ya habíamos mostrado en Bogotá y en Mérida, y que esperamos repetir en la Balada Literaria de Sao Paulo, en noviembre. Esa mezcla de lectura y puesta en escena es en homenaje a un autor chileno. También colaboro con Los Superdemokráticos, un blog bilingüe castellano-alemán que proyectaron dos poetas, una de Berlín y otra de La Paz, junto a un grupo de gente que tiene que ver con disciplinas que imagino múltiples y complementarias. Allí escriben una venezolana residenciada en Israel y una costarricense que vive en San Francisco a las que leo sin fallar, y a las que publicaría con los ojos cerrados si tuviera la editorial que no tengo. Quien sí tiene una pequeña, según creo, es una maracucha que se mudó a Buenos Aires, ciudad que espero visitar el próximo año cuando bautice mi próximo reportaje, si todo sale según lo planeado, en la Feria Internacional del Libro. Soy de San Félix, vivo en Caracas y dentro de dos semanas, probablemente, viaje algunos días a La Colonia Tovar, un pueblito montañoso ubicado a unos 50 kilómetros, donde el principal atractivo es su impronta cultural alemana, que se debe al origen de sus primeros pobladores: rubios enormes, salchichas, casas alpinas.

Pese a tanto desplazamiento, mis bolsillos viven vacíos, como espejos de mi cuenta corriente y en claro contraste con mi tarjeta de crédito, que casi muere de tanto inflarse; por eso quise regresar otro par de meses a la unidad de investigación de Últimas Noticias, el diario de circulación nacional de mayor tiraje en Venezuela, donde entre enero y febrero cumplí con rigor media docena de buenas pautas, una de ellas sobre la situación de los haitianos en mi país, luego del terremoto que demostró que siempre se puede estar peor. Pero no había espacio, así que he tenido que inventarme algunos talleres sobre creación literaria y crónica periodística, en los que leeremos a autores nacidos en lugares tan distantes entre sí como Praga, Estambul y Washington.

Mi hija de casi dos años, que adora –como se adora a los dioses– la canción que Shakira interpretó y bailó para animar el mundial de Sudáfrica y que ya antes habían cantado Las chicas del can, ese extraño y palpitante experimento musical nacido en Santo Domingo, estrenó esta semana una guardería que tiene como imagen principal a un animal que quizá no haya pisado suelo patrio ni por accidente: un canguro. Desde ese mundial de final europea, he conocido a una catalana que vivió en México y viaja constantemente a Los Pirienos, a una nieta de portugueses e italianos, a otra nieta de italianos y gallegos, y a una francesa de abuelos franceses y vietnamitas que se mudó de país por décima segunda vez; a unas las veo de vez en cuando y con las otras dos me mantengo en contacto gracias a la tecnología. Eso lo sabe mi compañero de casa, que es un gran creativo publicitario y tiene talento y experiencia, además de humildad, pero ha decidido que necesita un sueño y cumplirlo pasa por irse a estudiar cine en Nueva York o en Europa del Este. Hay un tema con el idioma, negro, le digo. Catire, me responde, eso es lo de menos, para el que quiere aprender, las fronteras no existen. Yo creo que me dice eso porque es un romántico, que él, que ya vivió en Chicago, también sabe que las fronteras existen al igual que los idiomas y los pasaportes y las culturas e idiosincrasias, con sus resistencias y pasados y miradas torvas, y que esto de la globalización lo inventó alguien que necesitaba hacerse notar o vender algo, porque yo no sé cómo un mortal de este lado del mundo podría estar en contacto con tantas culturas al mismo tiempo, sin tener ni siquiera un ticket para el Metro en su bolsillo ni un televisor en su cuarto.

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The place where I live http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/the-place-where-i-live/ Thu, 16 Sep 2010 09:53:02 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=2023 by
Leo Felipe Campos

I’m more interested in the situation of the city where I live in, than the situation of the country. Caracas hosts between 4 and 8 million inhabitants, depending on who’s speaking; between 22 and 80 deaths per week, depending on the newspaper or on Government’s representative publishing the numbers; it has seven majors, but one, which in fact is the “major” of other five, does not or is not allowed to work, because the seventh city hall, recently created by executive power (In Venezuela, the main one), belongs to government’s political party, and therefore, is the major with bigger influence. Or not.

Anyway, it’s a huge amount of money flowing and disappearing, and I have to ask myself, as a citizen and pedestrian that it’s not too poor, neither too rich or too artist to play the political game, if resources are addressed to where they should go, or if they even arrive there. There are seven city halls, but they could be six, or five and a half. In this city, being exact is just accessory.

Each one of the five-and-a-half or seven city halls has its own preventive security system, five of them have their own police brigades, who are allowed to arrest and punish if necessary, and some of them even control vehicle traffic, even though there’s already a state department called Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre crowded with certified inspectors to do that job. I’ve read a statement from this department’s former president in 2008, and he said that 40% of all Venezuelan cars are at the capital, and that in that year more than 2 million cars rolled daily through its streets and roads, 400,000 of them to cross from state to state. Nowadays this number should be bigger, but when counting, seems to be that there’s a car for every second person in Caracas.

Or maybe for every fourth. It depends.

Until recently, peak hour was estimated between 6am and 8am, and 5pm and 7pm. Now, we round it up: between 6am and 7pm, or even a bit later, you could be trapped in a 1 or 2-hour traffic jam. So, if you drive or you travel in surface public transport: relax, there’s not much you can do.

Caracas has lots of parks. It’s a grey city with green spots, like its huge, Caribbean Sea oriented, dyed hair look-like hill; and has a quite blue sky too. To continue with the men-like game, beard and body hair were those hills with trees, diagonal fields, waste land and scrubland: now, that’s all self made houses, made of bricks, zinc, concrete, hope and, in particular areas, with loads of fear whenever it rains, as it does.

In Caracas there are at least 35 malls. There, the biggest, those with a repeated double consonant, italic and chic name; here –all right, I’m going to explain the joke-, these malls, along with this hundred of middle-level buildings, are such a huge portion of Latin America’s Blackberry business volume, that the word “Socialism” has been undressed and runs away from our reality, too.

As in many other cities around this continent, in Caracas contrast is the rule. It’s easy to see million-dollars mansions, where ministers, government representatives, lucky heirs and business men live, some with dignity, others without it –they fearless lost it in their teens. They are maybe one hundred, one thousand or 20,000: we already know, exact numbers don’t matter. There are also millions of ranches, two, four, seven millions, where hunger is disturbing, we all know life is harder when there’s not much to eat. Quite harder.

Guns? Just in Caracas, a police force confiscated 2,166 just in 2009’s first six months. This means: twelve a day. But if you talk to somebody or if you read Op-Eds, you’ll just believe that there are millions of them, both legal and illegal. Conservatives say: there are 5 millions in the country. Apocalyptics say: 15. We’re talking about millions. Millions of guns, did you ever counted up to a million? Go ahead. Give it a try.

What does it matter three and a half, or nine thousand nine hundred? Such numbers should shame us. Best case scenario: let’s ignore it, there are so many other things, better things to focus on, like go dancing or travelling, for example, here all that’s very easy. Worst case scenario: let’s multiply guns per decades of indolence, and those decades per bullets, and now, let’s think who’s taking all that money.

In Caracas you’ll find all the best and worst things of mankind, a French friend of mine told me a couple of weeks ago. She’s been living here for two years, and she lived before in the US, Spain, Mali, Madagascar, Mexico and Brazil, and she’s been in Eastern Europe, Southern Cone and Colombia. How’s that?, I asked to her: Well, I’ve never met nicer and more supportive persons than in Venezuela, but I’ve never seen so much evil as here. Believe me, at least with her, I’ve tried to belong to the first group.

With such bipolarity, and taking my friend’s words as true, it’s easy to see that we have here more than enough cars, motorcycles, guns, mobile phones, parks, malls and liquor stores to ease the pain and celebrate that we’ve got rum, and as long as we’ve got rum we’ve got hope. We also have more than enough hairdressers and gyms to shape the figure and to straighten long hairs on a Monday morning, and enough of big pharmacy megastores where you could buy corn flour or photographic cameras and Viagra, normally sold out on a Friday evening.

They ask me: how do you see this place’s situation. There’s the answer, broadly speaking. Caracas is ugly, but somehow it charms you because of its intensity: you’ll never get bored of it. It’s like a drug that strikes, hides you from yourself, shows you that you should immediately leave before is too late. They also ask me: do you think you can influence upon it. Honestly? I was cofounder from four magazines, three of them cultural, I worked in a museum in the period, in which I thought Art could reach all people, I supported 2006 World Social Forum and Alternative Social Forum as well, which played against the first ones; I made editorials in a TV news broadcast in politically highly-polarized times, I wrote some chronicles about abandoned places in the city, I organized talks, debates and public parties. I gave a couple of workshops about what I consider good narrative journalism (Martí, Walsh, Capote, Kapuscinski, Rotker, Lemebel, Monsiváis, Caparrós, Guerriero, Salcedo Ramos, Muñoz, Duque, etcetera), and in everyone of all those things I gave my best, first thinking in myself, afterwards in my closest circle, afterwards in Caracas. Even though, I don’t think I’ve had any influence in the city, for good or for bad, further than my closest circle and in a very short period of time. I don’t think it’s possible, and sometimes I wanted to convince myself I didn’t matter, but the truth is: as long as I live here, I’ll keep trying.

Leo Felipe Campos

Translation: Ralph del Valle

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Feliz viaje http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/gute-reise/ Fri, 10 Sep 2010 05:42:10 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1778 A Martha, y a Pedro Navaja

Uno

Me acaba de llamar, hace dos horas, un amigo de mi padre que vive en Brasil. No lo conozco. Estuvo una semana en Venezuela con su esposa. Ya se marchan. El avión debe despegar pronto. Recibieron tantas informaciones negativas sobre Caracas, sus asaltos y asesinatos, que no quisieron correr el riesgo de conocer la ciudad sin un guía. Saltaron del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía al Terminal Nacional, y de allí a la Isla de Margarita. Y de allí, nuevamente al aeropuerto, y al otro, desde donde recibí la extraña llamada de mucho-gusto-y-despedida. Yo los hubiese amenazado con una aventura de fuentes, bares, diversas formas del transporte público, centro, bulevares, gastronomía local, quizá algún parque y, por supuesto, buenos amigos, algo que continúa siendo, con todo y sus fugas, lo mejor de este lugar.

Dos

La primera vez que me atracaron en Caracas fue un sábado de 1998, en la que muchos suponen la avenida más segura del municipio más seguro, la Luis Roche de Chacao. 9:00 p.m. No pude ver el arma, pues no había. En cambio sí me fijé y muy bien en el rostro y la contextura del criminal: habría apostado por él con los ojos cerrados en una batalla cuerpo a cuerpo, pero mi novia de entonces –rubia, menuda y divertida– no opinó lo mismo, así que me obligó a correr detrás del mastodonte, a quien insultó profusamente mientras yo intentaba, en vano, decirle que se calmara con una mano oculta en la parte baja de mi espalda. Nunca como entonces me sentí tan farsante, tan ridículo. Pero lo hice. Corrí –lo exacto sería escribir troté– detrás del criminal y luego de una cuadra, reduje mi velocidad a límites casi absurdos. Sólo atinaba a preguntarme cómo alguien que corría tan lento, se arriesgaba a robar a otros sin siquiera una pistola. Qué peligro. Con certeza, la necesidad tiene cara de perro.

La siguiente ocasión, veintidós días después, un domingo a las 8:00 p.m., tomé por la espalda al ratero que le arrancó la cadena a la misma novia rubia, menuda y ya no tan divertida, solo para evitar que ella me arrancara a mí el orgullo con otra sarta de críticas en torno a mi supuestas valentía y fortaleza, y ni hablar de mi velocidad, que desde hacía tres semanas había quedado muy en entredicho. Los platos rotos los pagaron la cara del nuevo ladrón y mi mano derecha, que terminó como un jamón serrano, pero con más jugo. El lugar: una avenida que se supone peligrosa en un municipio grandote y popular: la Baralt de la Libertador. El ratero estaba con otros dos sujetos y a mí me acompañaba un amigo, pero como a esa hora el caos confunde, lo que comenzó siendo un atraco frustrado terminó en una pelea comunal repleta de curiosos, que mi amigo y yo pudimos divisar desde la barrera, mientras nos alejábamos rumbo al Metro. Eso sí, sin la cadena, y pensando en que la culpa no la había tenido del todo el ladrón, pobre, sino mi novia. O su carácter. O esa crianza que le dieron.

Pasaron nueve años, y un mediodía soleado de un viernes, luego de prepararme para viajar con otra novia, a dos cuadras de uno de los centros comerciales más visitados por los caraqueños, en una urbanización de clase media y en un municipio mitad burgués, mitad pueblo pobre, El Tolón, en Las Mercedes, Baruta, me encaró un malandro con un yeso en el brazo que se había bajado de una moto que conducía otro. El otro esperaba. Ambos estaban armados. Yo cargaba dos bolsos. Uno grande de mano, con ropa, tres libros y una cámara de fotografía digital donde había imágenes comprometedoras en alta resolución. El otro pequeño, un morral, en el que estaba mi laptop.

No pregunté. Dije, claramente: –Lo que quieras.

Él fue contundente: ­–Lo quiero todo.

Bien, manejo el código, pensé, pero me contradije: –Te puedo dar el bolso grande, aquí en el otro tengo mi material de trabajo. (Pensamiento inmediato al margen de la acción: “¿Material de trabajo? ¿Qué te pasa, Leo Felipe?”).

–¿Qué tienes ahí? –preguntó.

–Tengo mi laptop.

–Ok.

Yo como si estuviera imprimiendo un documento en alguna oficina. Aparenté soltura y cansancio, esos componentes de la costumbre. Le entregué el bolso grande, saqué mi cartera del bolsillo y abriéndola, cogí todo el dinero que había y me envalentoné, le dije: –Te entrego el dinero, porque si te doy las tarjetas las voy a bloquear en diez minutos.

Me respondió moviendo el arma y cerrando un poco los ojos: –Apúrate, mamagüevo, yo no estoy haciendo negocios contigo. Dame los reales ya o te dejo pegao.

¿La verdad? Me sentí insultado, pero no furioso. Yo estaba haciendo las cosas bien, rápido, fui limpio y seco. No me gustó que me tratara de esa manera, que todavía insisto en calificar de injusta, sólo para demostrar quién tenía el poder en ese momento. Me dolió. Y se lo hice saber con una pregunta retórica, en tono bajo y reflexivo, con ambas manos a los lados de mi pecho:

–¿Qué pasa, vale?

Le di los billetes que había en la cartera, menos uno, y puse esa expresión de novio de telenovela al que acaban de dejar plantado. Ellos se fueron. Yo tomé mi morral y palpé la computadora. Saqué del otro bolsillo trasero una cantidad menor de dinero que siempre guardo allí por si acaso me roban. Y caminé, impotente pero hinchadote, directo a comerme una arepa que pagaría con mi tarjeta de débito por puro capricho. Cuando uno crece tiene que aprender a negociar, no todo se resuelve con violencia. Sobre las fotos, tuve que emplearme a fondo para sacar otras mejores porque nunca más volví a saber de ellas, pero me siento preparado para defender mis derechos de autor en una posible demanda.

Tres

Cuando el amigo de mi padre colgó el teléfono, recordé estos tres robos que me ha tocado sobrellevar. En 22 años que tengo viviendo en la puta Caracas, tampoco es que sea un average para desmayarse. Me hubiese gustado decirle que aunque las historias que le dijeron pueden ser ciertas, la realidad de esta ciudad no dista mucho de la que se vive en Río de Janeiro, por ejemplo, donde se celebrarán los próximos Juegos Olímpicos y la gente se ríe y baila y es encantadora y también roban autos y hay reglamentos informales que están por encima de las leyes y hay embarazos precoces y borrachos y un exceso de músicos y poetas y asesinatos y elecciones y otros sinónimos indiscutibles. Pero era lunes, venía de inscribir a mi hija en un preescolar, estaba almorzando tarde, acababa de tener sexo y fue maravilloso y todavía tenía que tomar un mototaxi hasta una oficina preindustrial con vista panorámica, reunirme, redactar la presentación de un proyecto editorial para 2011 que no podrá llevarse a cabo por falta de recursos, tomarme un té con un amigo músico que está de visita y se va mañana a su ciudad, suspender un encuentro de cervezas con una antigua jefa y regresar a mi casa a trabajar en un reportaje en formato libro que debo entregar en quince días y no estará completo. Así que creo que lo mejor fue lo que le dije: Feliz viaje. Porque hay cosas que es mejor vivirlas que escucharlas.

Übersetzung:

Barbara Buxbaum

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El lugar donde vivo http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/ http://superdemokraticos.com/es/themen/burger/der-ort-an-dem-ich-wohne/#comments Fri, 27 Aug 2010 07:04:02 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=1291 Más que la situación de mi país, me interesa la situación en la ciudad que habito. Caracas tiene entre 4 y 8 millones de habitantes, según el opinador de turno, entre 22 y 80 muertos por semana, depende del periódico o el representante del gobierno que presente las cifras; tiene siete alcaldías, pero una, la que se dice “mayor” y se supone que regula a otras cinco, no trabaja, o no la dejan trabajar, porque la séptima, que es reciente y fue creada por el poder ejecutivo, que en Venezuela domina al resto de los poderes, es del partido de gobierno y ahora la de mayor influencia. O no.

En todo caso es un pastel de dinero que va y viene y uno, ciudadano y peatón, por no ser muy pobre o muy rico o muy artista prestado al juego de la política electoral, no sabe si los recursos se destinan, y menos si llegan a donde tienen que llegar. En total son siete alcaldías, pero podrían ser seis, o cinco y media. En esta ciudad las exactitudes son poco más que un lujo inútil.

Cada una de las cinco y media o siete alcaldías tiene su sistema de seguridad preventiva, cinco de ellas cuentan con cuerpos policiales que se dividen en brigadas para detener y castigar, en caso de que lo consideren necesario, y algunas hasta regulan el tráfico y la circulación de vehículos, pese a que también existe un organismo llamado Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre que cuenta con fiscales para ejercer tales funciones. He leído, según declaraciones del que fuera presidente de esa institución en 2008, que la capital ostentaba el 40 % del parque automotor de Venezuela, y que ese año circulaban diariamente por la ciudad más de 2 millones de carros, 400 mil de ellos para cruzar de un estado a otro. Actualmente deben ser cientos de miles más, pero digamos que al sacar la cuenta resulta que uno de cada dos habitantes tiene un vehículo en Caracas.

O bueno, uno de cada cuatro. Depende.

Hasta hace un par de años, aquí la hora pico se estimaba entre las 6 y las 8 de la mañana, al mediodía, y entre las 5 y las 7 de la noche. Ahora redondeamos: entre las 6 de la mañana y las 7 de la noche, o un poquito más tarde, puedes quedar atrapado en un tráfico que va de una a dos horas. Así que si vas en tu automóvil, o en transporte público superficial, relájate, no es mucho lo que puedes hacer.

Caracas tiene muchos parques. Es una ciudad gris con lunares verdes, igual que su pelo pintado en forma de cerro gigante que mira al mar Caribe, por donde trepan los caminantes que se conectan con la naturaleza, y un cielo bastante azul. La barba y los vellos del cuerpo, por seguir con el juego, eran también montañas de árboles y terrenos diagonales y baldíos y quebradas y mucho monte, y ahora son casas construidas por sus propios habitantes, hechas de ladrillos, zinc, cemento, ilusión y, según la zona, mucho miedo cuando se cree que va a llover duro, y llueve.

En Caracas hay por lo menos 35 centros comerciales agremiados, allí están los más grandes, los del nombre chic con la consonante repetida y en cursiva; estos –está bien, voy a explicar el chiste– estos malls, junto al centenar de pequeñas edificaciones con locales comerciales de mediana monta, conforman el rasgo consumista de un espacio que registra una tajada tan grande del mercado de los teléfonos Blackberrys para América Latina, que el término socialismo no solo huye despavorido de nuestra realidad, sino que muestra sus nalgas al aire.

Como en tantas otras ciudades del continente, en Caracas el contraste es la regla. Hay mansiones de millones de dólares donde viven –algunos con dignidad, otros sin que les importe haberla perdido desde la adolescencia– ministros, representantes del gobierno, herederos con suerte y dueños de empresas, quizá cien o mil o 20 mil, ya sabemos que las exactitudes en las cifras importan poco a estas alturas, y también hay millones de ranchos, dos, cuatro o siete, donde el hambre molesta y ya se sabe que la vida es más dura en términos de la escasez de recursos. Mucho más.

¿Armas de fuego? Solo en Caracas un cuerpo policial decomisó 2166 en el primer semestre de 2009. Esto quiere decir: un promedio de doce al día. Pero si te pones a conversar con cualquiera o lees a los opinadores de turno, terminarás creyendo que entre legales e ilegales hay millones. Los conservadores dicen que hay 5 en el país. Los apocalípticos, que son más de 15. Hablamos de millones. Millones de armas de fuego, ¿alguna vez has contado hasta un millón? Adelante. Hazlo.

¿Qué importa si son tres y medio o nueve novecientos? La banda es para bajar la cara de vergüenza. En el mejor de los casos, no pensemos en eso, porque en realidad hay muchísimas otras cosas mejores en las cuales podemos aprovechar el tiempo, como en ir a bailar o emprender un viaje, por ejemplo, que aquí es muy fácil y siempre reconforta. En el peor de los casos, multipliquemos armas por décadas de indolencia y esas décadas por balas, y ahora pensemos quién se está llevando el dinero de ese tremendo negocio.

En Caracas puedes conseguir lo mejor y lo peor de las personas, me dijo hace un par de semanas una amiga francesa que tiene dos años viviendo en esta ciudad y ha vivido antes en Estados Unidos, España, Mali, Madagascar, México, Brasil y ha paseado por Europa del Este, el Cono Sur y Colombia. ¿Cómo es eso?, le pregunté: Bueno, nunca he conocido a gente tan amable y tan solidaria como los venezolanos, pero tampoco he visto tanta maldad como aquí. Créanme, al menos con ella, he tratado de figurar entre los primeros.

Con semejante bipolaridad, tomando como ciertas las palabras de mi amiga, no es de extrañar que en este lugar, además de carros, motos, armas de fuego, teléfonos celulares, parques y centros comerciales, sobren licorerías, para beber las penas y celebrar que tenemos ron y mientras haya ron hay esperanzas; peluquerías y gimnasios, para mantener la línea y alisar el cabello largo los lunes por la mañana; y enormes cadenas de farmacias donde venden desde harina de maíz hasta cámaras fotográficas, y se suele agotar el Viagra los viernes por la noche.

Me preguntan cómo veo la situación del lugar donde vivo. Allí, a muy grandes rasgos, está la respuesta. Caracas es fea, pero te atrapa porque es de una intensidad que pocas veces aburre. Es como una droga que sacude y te esconde y sabes que deberás abandonar antes de que sea demasiado tarde. También me preguntan si creo que puedo influir en ella. ¿La verdad? He sido cofundador de cuatro revistas, tres de ellas culturales, trabajé en un museo cuando creía que el arte podía llegarle a las mayorías, me sumé a apoyar el Foro Social Mundial en 2006 y también el Foro Social Alternativo, que le hacía la contra, editorialicé informaciones en un noticiario audiovisual en tiempos de altísima polarización política, redacté algunas crónicas sobre espacios olvidados en la ciudad, he organizado charlas y debates, fiestas abiertas al público, he dictado un par de talleres sobre lo que considero que es el ejemplo del buen periodismo narrativo (Martí, Walsh, Capote, Kapuscinski, Rotker, Lemebel, Monsiváis, Caparrós, Guerriero, Salcedo Ramos, Muñoz, Duque, etcétera), y en cada una de esas acciones di lo mejor que tenía, pensando primero en mí, después en mi círculo inmediato y, finalmente, en Caracas. Pero aún así, no lo creo.

No creo que pueda influir en una ciudad como esta, para bien o para mal, más allá de mi círculo inmediato y en un tiempo cortísimo. No lo creo y a veces he querido pensar que no me importa, pero la verdad es que mientras siga viviendo acá, lo voy a seguir intentando.

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El cuerpo del otro http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/der-korper-des-anderen/ Thu, 12 Aug 2010 18:07:07 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=809

A mis trece años, luego de una debacle estilística en el fútbol, decidí que quería ser boxeador. Creía, nunca llegaré a saber si estaba en lo cierto, que contaba con un arma maciza y poderosa que el resto de mis oponentes no tendría: la inteligencia, la velocidad de pensamiento. En un campo de juego leer al equipo contrario es importante, pero la cintura, la precisión en la patada, la fuerza en el salto, la rapidez y las piernas junto a la pelota son fundamentales. Así que opté por lo tercero que más me gustaba, después de las mujeres: La pelea. Utilizaría lo mejor de la pequeña geografía de mi cuerpo, el cerebro, para derrotar al que se atreviera a enguantarse frente a mí. Por supuesto, también practicaba con mis amigos, nos molíamos a puños todas las semanas y no me iba tan mal. Mis brazos lucían largos y los huesos de mis nudillos estaban afilados. Todavía no asomaba esta curva abdominal que hoy despunta de forma grosera y me define, ni mi madre me había aclarado con una cara que hubiera hecho palidecer al mismísimo Sugar Rey Leonard, que primero me compraba una moto para que mi muerte cerebral en un accidente fuera más rápida, antes que dejarme boxear.

Así que me fui a estudiar a Caracas mientras algo se me ocurría y volvió a aparecer mi cuerpo. Le dieron una paliza a uno de mis mejores amigos por intentar defenderme y a la siguiente semana, luego de una audición espantosa, la directora del grupo de teatro de la universidad, junto a una sarta de inexpertos en materia de actuación, decidió aceptarme. Estuve cuatro años intentando aprender, en vano, que podía respirar mejor, que cada uno de mis órganos tenía un sentido y que podía dirigir –y digerir– las emociones a mi antojo, para encarnar personajes y situaciones según la conveniencia del caso. Nunca más volví a pelear.

Lo que son las cosas, mi despedida de ese grupo teatral se dio con la representación fallida de un boxeador. La obra era una adaptación de Poderosa Afrodita, la película de Woody Allen, y jamás llegué al estreno por motivos que ahora no recuerdo. Habían pasado apenas seis o siete años desde mi deseo abandonado por golpear sacos y saltar cuerdas, y hasta entonces había aprendido algunas cosas, más cerca del lenguaje y sus poderes, del cuerpo y su poder, de mi futuro y una nueva utilización del lenguaje y el cuerpo, incluyendo la voz, mis dos instrumentos favoritos, que me hacían pensar en que la mujer, aquello que me gustaba menos que el fútbol, pero más que el boxeo, debía conocer de cerca y de la mejor manera. Como si dirigir las emociones de mi cuerpo y proyectarlas, hacerlas en la humanidad de otra persona, fuera algo realmente posible.

Hoy he abandonado el teatro y aunque soy capaz de mirar una pelea de boxeo hasta el último round y acelerar mi respiración sin apostar, no me interesa en lo más mínimo acercarme a un ensogado. He intentado aproximarme al Yoga, a la meditación, volver al fútbol como un aficionado toca su instrumento a solas, he hablado delante de miles de personas, he hecho el amor con decenas de mujeres, me he lesionado en accidentes de tránsito, en accidentes con copas, en accidentes tontos, he caminado kilómetros para conocer mejor un lugar, he bailado salsa en muchos locales y me he convencido de que el cerebro es importante, pero es el cuerpo en su conjunto lo que resulta fundamental.

Sin embargo, y me perdonan la cursilería, el desarrollo del tema es libre y a veces no es posible dirigir –y digerir– los sentimientos del cuerpo: no fue si no hasta que miré a mi hija respirar, detenidamente, una y otra vez, y me detuve en su abdomen, que se hinchaba y se desinflaba tantas veces por minuto, cuando entendí la importancia de ese poder que tienen la carne, los músculos, la sangre, los huesos, y la sutileza que esconden. Describirlo me resulta humanamente imposible, pero juro que me ha hecho llorar en par de ocasiones, algo que no pasó ni con los combates más salvajes en los que me tocó participar, ni con la mejor de mis actuaciones en el teatro.

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Cicatrices http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/ http://superdemokraticos.com/es/themen/koerper/narben/#comments Thu, 29 Jul 2010 15:00:13 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=550 Una cosa es ser varón. Y otra es ser hombre

Vida / Canción de Rubén Blades

Pertenezco a esa estadística axiomática del ciento por ciento de personas que nace de una mujer. Aparte de esa totalidad escandalosa y obvia, entro en un rango indescifrable pero evidente en América Latina: el de los hijos de madres solteras. Esto quiere decir que si soy, además, machista y egocéntrico, la culpa –o esa responsabilidad virtuosa– le corresponde a la mujer que me crió. La misma que me parió. Palabra clave: moda. Tengo la mitad de mi vida, o un poco más, preocupándome por las mismas cosas: el fútbol, la noche y su fiesta, el dominó, y las mujeres, en plural. Ahora también me ocupo del lenguaje y la ficción, pero estoy seguro que se trata de algo pasajero, un mal menor de mi juventud que todavía no termina.

De pequeño me esforzaba por escupir más lejos que el resto, por saltar más alto, pegar más fuerte y correr más rápido. Era simple y divertido, tomaba riesgos sin reparar en las cicatrices; al contrario, cada marca era una estrella y tales estrellas valían favores, helados, sueños y leyendas propias.

La primera de ellas llegó mientras aprendía a caminar. Pegué la boca de la esquina de una mesa de noche y con el resbalón se me fueron el buen humor y la memoria. Mi madre me cargó en sus brazos; el resto lo hicieron un caramelo y dos puntos de sutura perfectos.

La segunda cicatriz es la mejor, parece un alacrán boca arriba y aún se puede palpar sobre uno de mis tobillos, en la pierna izquierda. Me abrí la piel con una lata de zinc en unos carnavales, y, dos mujeres, mi madre y su amiga, casi se desmayan del susto al ver la mezcla pastosa que formaban la sangre y la grasa. Desde entonces pasé de ser un gordito de cuatro años, a un gordito de cuatro años que rebosaba de orgullo.

Antes de los diez, por fin me pude romper la frente. Estaba en casa de mis tíos jugando a patinar descalzo sobre el agua. La pirueta que comenzó siendo exigente se transformó en aparatosa. Cuando levanté la cara del piso para revisar la puntuación que me darían los otros niños, noté con sorpresa el espanto en sus rostros: fueron nueve puntadas en diagonal que mis primas trataron de borrar sin éxito, con cariños y velas, antes de contarle a mi madre por el hilo telefónico. Su grito de preocupación desde el otro lado, a nueve horas de carretera, no hizo sino reforzar lo que ya sabía. Mi tío me lo dijo engreído, si tienes una marca entre el cráneo y la barbilla, no te preocupes y saca el pecho, ya comenzaste a ser un hombre. Si tienes dos, como tú, podrás ser incluso un hombre prometedor.

Mi última lesión visible es en el brazo derecho, soy puro equilibrio. Fue en una pelea y apenas tenía doce años. Bueno, casi trece. La pelea comenzó porque defendí a un muchacho más pequeño para agradarle a una chica que estaba de visita, la misma que me envolvió la cortada profunda de seis centímetros con papel de baño y me acompañó hasta mi casa, para avisarle a mi madre. Salí con la estampa del valiente, un héroe herido en batalla, me sentía realizado. Además, me quedó un keloide, ese término que se utiliza para reducir el ya escaso valor estético que puede tener una cicatriz a mucho menos que una anécdota grotesca.

A partir de entonces aprendí otras cosas sobre la hombría que poco tienen que ver con las heridas y sus consecuentes –y a veces inmediatos– cuidados femeninos. Amo a las mujeres, como al fútbol, la noche, la fiesta, el dominó y, temporalmente, a la literatura y sus frases-trampa. Pero sobre todo amo ser hombre por otras dos razones. Creo que solo siendo hombre puedo valorar en su justa dimensión el surco que me dejó en el alma la muerte de mi madre, mi madre soltera, y todo lo que ella trató de enseñarme sobre el peso, la importancia, el valor y el coraje de las mujeres: tan sensoriales, tan inteligentes, tan sensitivas, tan delicadas, tan fuertes y también tan frágiles. Por ser mujer quizás no habría tenido menos cicatrices, es verdad, pero seguro habría disfrutado menos de ellas y hasta habría tratado de ocultarlas.

Soy de los que piensa que con cada nuevo dolor reaparece el miedo, y el trauma que me provocó la partida de mi madre solo podía ser curado por otra mujer, mi hija. Esa es la segunda razón: después del miedo sobreviene el placer y tu memoria cambia. Por supuesto, la vanidad de mis heridas fue perdiendo sentido con el paso del tiempo y ahora ese espacio lo han ganado la curiosidad, las metáforas, el aprendizaje y el amor en sus múltiples formas.

Ser madre te permite. ¿Qué voy a saber lo que te permite ser madre? Ser hombre te permite enamorarte de tu madre y de tu hija, en caso de que las tengas o las hayas tenido. Eso no es tan poca cosa y me parece suficiente motivo para no desaprovechar la dicha que me ha dado la conciencia masculina, hasta que me toque ser mujer, en otra improbable vida, y empiece a nacer con la cicatriz que me produzca el nacimiento de cada uno de mis hijos.

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Si sirviera de algo http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/wenn-es-irgendwas-bringen-wurde/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/wenn-es-irgendwas-bringen-wurde/#comments Thu, 15 Jul 2010 08:36:29 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=464 He llegado a rozar el cinismo de no escuchar a los ganadores. ¿Qué nos pueden decir? ¿Que fue duro? ¿Que estaban mejor preparados? ¿Que el tiempo, finalmente, les está dando la razón? ¿Qué su gesta ha sido fundamental y debemos creer en el valor, la inteligencia y la fortuna de los héroes? ¿Qué ese momento inolvidable nos define?

Me preguntan si la historia es importante para mí. Me encantaría decir que sí, sobre todo para aprender, para cumplir con este afán de acumular certezas donde antes hubo algunas dudas, para escudriñar durante la investigación en esos posibles errores que nos hacen creer en algo: un sistema de logros que no fueron, o que no fueron así. Después nos enteraremos de cómo ocurrieron los hechos con exactitud, no se preocupen. Obviando las elecciones, siempre hay alguien que gana en la mesa técnica.

Me encantaría decir que sí, pero no.

Esto que sigue no lo traduzcan de forma literal, sino simbólica, pero casi: Hace una semana se armó un alboroto en mi país porque alguien con poder y uniforme militar en Venezuela, supongo que el presidente y alguno de sus amigos o colegas, el de Ecuador, por ejemplo, cogieron el polvo de un esqueleto y lo condecoraron, o lo mudaron de féretro, o le cambiaron el final de su vida, más bien el de su muerte; y le pusieron algún apodo centelleante y superpoderoso, del tipo Generala de Brigada de Honor del Ejército Bolivariano, de seguro pensando en las generaciones que vienen. Qué título, eh.

A eso le llaman rendir honores póstumos y como pienso en que mi madre, mi antigua jefa o mi profesora de historia sociopolítica en la universidad también podrían recibirlo, el gesto me parece lindo, simpático, noble, agradable y hasta inofensivo. Una pérdida de tiempo, eso sí, para todo aquello que nos toca revisar y que tiene que ver más con lo que somos, que con aquello que fuimos. Sé que esto no es nuevo y que la mayoría de los adolescentes suelen pensar de esa forma por flojera mental y un poco de ignorancia, pero que me perdonen el país y sus vecinos continentales: mi historia y la de mis afectos es más importante en este momento que atraviesan nuestros países, que las batallas que protagonizaron mis dignos antepasados y sus próceres enemigos.

Hace un mes estuve en Barcelona, España, visitando a Pepe Ribas, antiguo editor de la revista Ajoblanco, acompañado de la escritora cubana Wendy Guerra, su agente Carina Pons, el gestor cultural Marc Caellas y un fornido y rapado director de cine de quien me avergüenza no recordar su nombre, pues él nos colocó una película que acababa de dirigir y estaba en su etapa final de post producción. En ella se abría una interrogante necesaria: atendemos a las guerras en su momento y una vez que se acaban nos sentimos tranquilos, o cansados, pensamos que hemos asistido a una parte espeluznante de la historia y que recordar y establecer hechos y culpas es suficiente, pero, ¿qué pasa con esos pueblos una vez que la guerra ha terminado? ¿Quién nos cuenta ese pedazo íntimo, importante y marginal de la historia que olvidan los ganadores y que comienza justo después del final? ¿Podemos, los más pequeños, arreglar nuestro presente, luego de que los grandes resuelvan el pasado?

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¿Dónde estaba Simón? http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/wo-war-simon/ http://superdemokraticos.com/es/themen/geschichte/wo-war-simon/#comments Thu, 08 Jul 2010 15:21:54 +0000 http://superdemokraticos.com/?p=392 En mi país lo primero que aprendes sobre la historia es que tiene un nombre: Simón. Y un apellido: Bolívar. Yo nací en el estado que lleva ese apellido por nombre. Lo supe como a los seis o siete años, pero no era algo importante. Hasta entonces, más que Venezuela importaban la idea de la navidad y los regalos, daba igual si eran traídos por un gordo con trineo y uniforme rojo, un niño llamado Jesús o tres reyes magos, uno de ellos negro. Punto para la iglesia católica, y también para la Coca Cola.

Así: la historia –piratas e indios de por medio– se medía en juegos y celebraciones, olía a tradición y venía acompañada por los relatos y abreviaciones de la tele. Como años más tarde estudié comunicación social y me especialicé en el área audiovisual, ahora vivo convencido de que toda historia que aparezca en la tele ha sido producida por una pareja que conforman un histérico y un mariguanero o sus derivados. Ellos me contaron –nos contaron, a todos– nuestras primeras historias, incluyendo además: las patrias.

En el colegio había que cantar el himno nacional. Hasta dos veces, a veces. Y un día a la semana, si mal no recuerdo, durante tres horas, repasábamos conceptos enciclopédicos sobre las grandes batallas, los gestos definitivos y las aguas que partían el tiempo. De entonces es poco lo que registro en mi cerebro. Fechas sí, algunas. Extrañamente, las cifras eran la pasión de la materia con los párrafos más densos.

Fuera de los 1492, 1783 y 1958, aprendí desde pequeño que uno de los días más importantes en la historia de mi país fue el 19 de abril de 1810, un jueves santo. Sobre todo, por varios datos curiosos. El primero: el último Capitán General de Venezuela, Vicente de Emparan, luego de jornadas intensas en torno a presiones internas y externas y a las posibilidades reales que tenía de preservar el poder, salió al balcón del cabildo en Caracas y le preguntó a una muchedumbre si estaban contentos con su mandato, si lo querían, con decisión pero nervioso, apretando los dientes y rezando en silencio. La apuesta del todo o nada, entre bravucona y desapegada.

Aquí viene el segundo dato: la gente, que andaría de procesión en la Plaza Mayor, desfilando sus ropas nuevas o bebiendo aguardiente, no se dio por enterada o no se atrevió a desafiar al gobernante por un delirio disfrazado de referéndum, hasta que un cura, un presbítero, un canónigo, un masón según los masones, doctor en teología, llamado José Cortés Madariaga, se ocultó detrás del Capitán General, cerró su puño, levantó travieso el índice y con una media sonrisa, comenzó a mover la mano hacia los lados, cual productor televisivo que muestra un cartel antes de ir a los cortes comerciales, para que el público dijera que no.

Y el público dijo que no, dicen los libros de historia. Tercer dato.

¿El cuarto? A Vicente de Emparan, que no estaba al tanto de que Madariaga casi le pellizcaba el fundillo, se le salió el orgullo y gritó bien fuerte “pues yo tampoco quiero mando”. Caramba, otra vez, punto para la iglesia católica.

Ese fue el primer paso para la independencia de Venezuela y de ahí surge el verso del himno nacional que le grita al resto de las provincias y después a la América toda: “seguid el ejemplo que Caracas dio”. Y se repite. Así: “se-guid el e-jem-plooo, que Ca-ra-cas diooo”. Es lo que me han dicho hasta hoy.

No sé qué les parece a ustedes, pero que un complejo golpe de estado liderado por los mantuanos para establecer una nueva Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII y redactar un acta en la cual se consignaba la instauración inmediata de un nuevo gobierno, sea resuelta porque el pueblo le hace caso a un cura que se oculta detrás de un militar, a mí me genera suspicacias. Sobre todo en torno al futuro, que es nuestro presente.

Quiero decir, no es que no crea en esa historia. Es lo contrario: no me cuesta creerla. Además, ¿dónde estaba Bolívar? Simón. Nuestro Simón Bolívar, el padre de la patria, que apenas tendría 26 años.

Según leo, confinado en una hacienda, enviado por el propio Emparan, quien un año antes lo había designado Teniente Justicia Mayor del pueblo de Yare. Lo que sea que eso signifique, suena a cargo medio. O a rango menor. El caraqueño-ilustre-americano no estaba en Caracas cuando se dio el primer paso para lograr la independencia, pero después fue nombrado coronel por la junta recién instaurada, que además le asignó importantes tareas en el extranjero.

Más tarde vinieron decretos y cartas y discursos memorables y batallas que yo debí memorizar para aprobar mis exámenes con calificaciones poco más que mediocres, pero nada como aquel dedito de Madariaga escondido, resolviendo el destino en una salida traviesa, para hacerme creer que la historia se construye de pequeñas cosas. Aunque no esté Bolívar presente y eso genere algunas dudas.

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